El icono, a diferencia del espejo, te mira a ti.
Quien contempla pacientemente un icono se aproxima, poco a poco, sin identificarse, a la persona contemplada: un santo, una santa, Cristo, María o la Trinidad. El icono nos ayuda a purificar la mirada y a alimentar el deseo.
La primera forma del yo se constituye a partir del narcisismo primario, en los primeros años de vida, y se sigue desarrollando hasta alcanzar mayor complejidad a partir de los procesos secundarios, que tendrán que ver con el acatamiento de la realidad material, saber esperar, respetar, pedir permiso. El yo, por tanto, se constituye en dos etapas, el narcisismo primario y el secundario. El proceso de crecimiento más completo y que posibilita el desarrollo de la inteligencia y de todas las capacidades del sujeto, viene dado por la inscripción de una falta. Perder resulta siempre doloroso, y sin embargo hay una paradoja subjetiva que nos demuestra que solo se puede crecer a partir de la inscripción de una pérdida. Lo que permite el pasaje de un estadio de narcisismo primario, (caracterizado por ser muy fantasioso, en donde domina la ilusión y la grandilocuencia) a un narcisismo secundario, más conectado con la realidad, es la introducción de una falta, la función de la castración. Esa función lo que permite es soportar las esperas, los intervalos de tiempo, las negaciones, las frustraciones. Cuando esta función no está inscrita en el psiquismo, la persona no soporta las frustraciones. No soporta, por ejemplo, la pérdida de un ser querido, no nos referimos al ámbito aparente, sino al estructural del psiquismo, estas cuestiones no se resuelven con voluntad, y un duelo puede quedar enquistado muchos años. Cuando la castración no se ha inscrito en el psiquismo, el dolor que produce la pérdida de un ser querido va a remitir al sujeto inevitablemente al narcisismo primario, puesto que el secundario no está del todo estructurado. Esto se traduce en que el sujeto se sumerge en la tristeza, y difícilmente encuentra una cuerda a la que agarrarse. La única que puede encontrar es lo imaginario, el yo se sirve de la imagen para mantenerse a flote. La materia prima del yo es la imagen, ¿por qué fascina tanto la imagen? Porque nos da la unidad que por otros medios no estamos pudiendo sentir o experimentar. Pero una constitución psíquica elaborada se sostiene del registro simbólico, y la palabra es la base del registro simbólico. Lo simbólico contornea el agujero de lo real para que no nos hundamos en él, lo simbólico marca las diferencias, busca, persigue y sitúa valores diferenciales, establece conexiones entre ellos. En cambio lo imaginario ama la igualdad. Lo simbólico se nutre de lo diferente, mientras que lo imaginario busca similitudes, semejanzas. Inscribir la capacidad simbólica en el psiquismo es lo que permite soportar la deuda del amor, pues al amor sólo se puede responder o con deuda o con traición. Cuando uno no tiene capacidad de elaboración de lo que recibió, traiciona.
La función del yo es protegernos del peligro de desintegración. Para lograr asumir las pérdidas, la función del yo es de unificación. Así como la unidad y la idea de completud está en relación con el yo, la unicidad está en relación con el sujeto, es decir, aquello que lo hace único (no completo).
El sujeto es fruto de una constante lucha entre división y unificación (solve et coagula). Pero además de su función de unificación, el yo también tiene la función de establecer una relación con la realidad, una relación entre interior y exterior.
Lo que yo creo que es mi cuerpo es en realidad una imagen para el narcisismo yoico, lo cual explica por qué gente que es guapa se ve fea, o porque gente delgada se ve gorda. La mirada, en la teoría lacaniana, está escindida del campo de la visión. En el momento en que se constituye el yo, perdemos un poco el cuerpo. El yo es resultado de una identificación especular, el sujeto se identifica con la imagen del cuerpo.
Lacan analiza en el bebé el contraste entre la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia por una parte, y el hecho de que la imagen especular sea asumida jubilosamente, por otra. Analiza la prematuración biológica del niño, esto es, el hecho de que la cría del hombre nace prematura, en el sentido de que muchos de sus rasgos son al nacer y durante un cierto tiempo todavía fetales, y sus consecuencias en cuanto a la duración de la situación de desvalimiento en que el niño se encuentra, mucho mayor que en cualquier otra especie, para introducir la noción de cuerpo fragmentado, que viene a describir la impotencia de coordinación motriz del niño.
En los primeros años de vida, el niño está sumido en un cuerpo fragmentado, pero sin embargo, cuando se mira en el espejo con sus ojos no afectados por la prematuración, su expresión de júbilo indica que se reconoce; o mejor, reconoce su imagen como tal en el espejo. Esa imagen que el niño ve de si mismo no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado, de pronto su imagen se le aparece entera, dotada de una unidad que él no puede atribuir a la percepción de su propio cuerpo.
Todo lo que comprobamos es que la identificación aspira a conformar el propio yo análogamente al otro tomado como modelo. (Freud, Psicología de las masas)
La imagen del espejo anticipa una maduración del dominio motriz que por el momento no se tiene. Esa anticipación positiva de un cuerpo con unidad se posibilita gracias al deseo del Otro, es decir, si el niño es objeto de deseo del Otro, entonces la imagen de si mismo será positiva. Si por el contrario, el niño no es objeto de deseo del Otro la imagen que verá en el espejo de si mismo probablemente no le haga sonreír, pues se identificará negativamente. La mirada del Otro es la primera superficie especular de la que disponemos, nuestros ojos no nos permiten captar enteramente una imagen de nuestro cuerpo, lo que vemos de nosotros son recortes fragmentados. Tanto la imagen como el sonido son objeto de la pulsión en el bebé. Desde muy temprano descodifica qué clase de mirada lo observa, qué voz lo nombra. Que intencionalidades hay detrás de cada tonalidad de voz, o de cada manera de mirar. El bebé descodifica una intencionalidad en las palabras del otro, identifica si hay deseo o no en el otro que lo recibe.
Lo que Lacan denominó estadio del espejo es donde surge la primera identificación imaginaria. Para Freud el yo es justamente una superposición de identificaciones imaginarias. Esa primera identificación ante el espejo es clave para la formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser humano. Pero el problema de esta primera identificación es que lo que el niño reconoce como yo en el espejo no está afectado de sus limitaciones, él no tiene los problemas que el niño tiene para moverse. El niño se identifica con una imagen virtual (positiva o negativa), pero no real. Esta identificación es necesaria para el crecimiento del bebé, pero se vuelve especialmente compleja en los posteriores síntomas de la adultez, pues representa la forma más temprana y primitiva del enlace afectivo. Según nos dice Freud lo singular es que en estas identificaciones copia el yo unas veces a la persona no amada, y otras, en cambio, a la amada.
Esa será la matriz del yo ideal según Lacan, un registro ilusorio de la perfección, eso que jamás se puede alcanzar. A ese lugar tras el espejo en el que todo va bien solo podrá tenderse con la muerte. Ese punto tras el espejo será la matriz de todas las identificaciones que vendrán luego. Cualquier otro a quien el yo ame en algo, aquel a quien vea con buenos ojos estará en el lugar de esa imagen alienante en la que confluyen ideal del yo y cuerpo sin fragmentar. Es por eso que Lacan dirá que en el momento en que ya no se ama al otro sino que se desea agredirlo, lo que está en la base de la agresión es el retorno al cuerpo fragmentado. En el momento en que ya no se sostiene la identificación con el otro, la imagen falla y aparece la fragmentación. Precisamente lo que se hace en un análisis es acceder, poco a poco, y en un entorno seguro, a esa imagen fragmentada cuya visión directa nos impide reconocernos y nos destruye.
Lacan decía que no somos nosotros los que miramos sino que es el mundo el que nos mira a nosotros. La mirada, en la teoría lacaniana, está recortada del campo de la visión, está escindida, Lacan lo ejemplifica con la frase "nunca me ves donde yo te veo". La mirada es una función simbólica, por eso también los ciegos la tienen. Nosotros pensamos ilusoriamente que miramos desde nuestro interior, pero en realidad la mirada está siempre en una exterioridad. Que el ser humano no pueda verse su propia cara no es un capricho divino, es una realidad que la modernidad ha pervertido y tergiversado.
La mirada es un objeto pulsional totalmente evanescente, no podemos captar la mirada, es seductora a la vez que angustiante. Lo siniestro sucede cuando puedo ver algo del orden de la mirada que normalmente está velado. Hay un sector en el registro de la mirada que se mantiene oculto, es un sector que se resta a lo que yo puedo ver y es imprescindible que ese lugar en el esquema esté vacío para que la función del deseo esté bien articulada. Ese lugar vacío es la presencia de una ausencia, es la función de la castración en el registro imaginario. La mirada actúa siempre con una pantalla de por medio, un velo, si quitamos el velo, entonces aparece lo terrible, porque la mirada bordea lo real.
La mirada de las mil yardas (del inglés thousand-yard stare) es una frase usada para describir una mirada inerte, perpleja y desenfocada de un soldado o persona que vivió "un infierno en vida". La mirada de las mil yardas es característica del trastorno de estrés postraumático. Es un síntoma de angustia psicológica grave que puede ocurrir en cualquier circunstancia y no es aplicable sólo a los soldados o el contexto militar.
La función de la imagen es establecer una relación entre el interior y el exterior, entre el sujeto y la realidad. El yo es un envoltorio de dominio, que tiene su utilidad, pero no tanta como el racionalismo le ha otorgado. Descubrir que es un envoltorio y no una determinación absoluta e inmodificable, nos da una perspectiva mucho más liberadora, capaz de ampliar el horizonte enormemente.