La huida


Hoy traemos otra película de Sam Peckimpah, quien ha demostrado ser un maestro de la profundidad psíquica, un guía espiritual al que hoy vulgarmente se denominaría coach. Evidentemente las figuras del guía espiritual y el coach son diametralmente opuestas, por eso me gusta enfrentarlas, quizás porque todo lo que hoy se vende como una solución a nuestros problemas psicológicos está en las antípodas de llegar a serlo en la realidad. Sin embargo, profundizar en el lenguaje de los grandes poetas se vuelve un camino iniciático muy enriquecedor. La experiencia poética es análoga a la experiencia psicoanalítica, implica entrar en un terreno desconocido que es incluso más que desconocido, pues es incognoscible. La vecindad entre ambas experiencias está fundada en el coraje, una posición particular ante lo real del "no hay relación". Se trata del coraje de la experiencia en oposición a la cobardía del juego intelectual. Y este es el punto clave por el cual hemos escogido a este director, pues la acción y la violencia que predomina aparentemente en sus películas no es otra cosa que un símbolo de la experiencia en acto enfrentándose a la teoría intelectual que tan a menudo vemos predominar en figuras encumbradas del “cine de autor”. 

Si la escritura va más allá de la palabra es porque ella es la verdad del lenguaje y no de la persona del autor. El camino de un psicoanálisis es también el camino de la biografía a la poesía, de la historia a la poesía, como también lo es en la tradición bíblica.

Platón nos pide que nos levantemos virilmente contra los impulsos del placer y del dolor. Pues éstos, como implica la palabra pasión, son experiencias agradables o desagradables a las que estamos sujetos; no son actos nuestros, sino cosas que nos hacen a nosotros; sólo el juicio y la apreciación del arte es una actividad. La experiencia estética es la de la piel que se ama tocar, o la del fruto que se ama saborear. La «contemplación estética desinteresada» es una contradicción en los términos y un puro sinsentido. El arte es una virtud intelectual, no física; la belleza es afín al conocimiento y a la bondad, de los que constituye, precisamente, el aspecto atractivo; y puesto que una obra nos atrae por su belleza, su belleza es evidentemente un medio hacia un fin, y no en sí misma el fin del arte; el propósito del arte es siempre de comunicación efectiva. Así pues, el hombre de acción no se contentará con sustituir un juicio de comprensión por el conocimiento de lo que le agrada; no se limitará a gozar de lo que debe usar (a aquellos que se limitan a gozar les llamamos acertadamente «estetas»); lo que le interesará no serán las superficies estéticas de las obras de arte, sino la recta razón o la recta lógica de la composición.
"La verdadera filosofía del arte cristiano y oriental", de A. K. Coomaraswamy.
 
La película que traemos es La huida, una roadmovie claustrofóbica y asfixiante aderezada con las hechuras del western, que sin embargo se muestra decididamente lenta y poética. El realizador de Grupo Salvaje se inscribe en una tradición clásica que había ido oscureciéndose con el paso de los años. Tras la II Guerra Mundial el western empieza a hacerse más descarnado, ahondando en las complejidades psicológicas de los personajes y con una mirada más descarnada y escéptica. También Sam Peckinpah, como algunos de los cineastas de Hollywood, participó en la guerra como marine. Aunque no estuvo en primera línea del frente, sus años de soldado marcaron igualmente un punto de inflexión vital. También el protagonista de La huida comienza un antes y un después en su vida a partir de sus años de encarcelamiento. El cine de Peckimpah será ampliamente imitado, viéndose reducido a un efectismo superfluo típico de Tarantino y los caprichos postmodernos que le siguieron, en detrimento de su dimensión más profunda. Pero en el cine de Peckimpah no importa demasiado quién persigue a quién, ni a dónde van ni de dónde vienen, la vivencia mítica está en el acontecer poético del aquí y ahora. Hombres y mujeres con miedo, vulnerables y perdedores, como lo somos todos cuando vencemos la vanidad y aceptamos nuestra verdadera condición de pequeñez ante el mundo. Una frase se repite a lo largo del metraje, la idea de que todo es un juego, que sin embargo debe ser tomado en serio. El juego es externo pero el sentido es interior, y ahí es donde se da la paradoja de que cuanto más para dentro, más para fuera. Con otras palabras lo expresa Bergson en su apología de la intuición:

Descendamos entonces al interior de nosotros mismos: cuanto más profundo sea el punto que toquemos, más fuerte será el impulso que nos volverá a su superficie. La intuición filosófica es ese contacto.

La confluencia mágica de opuestos entre lo onírico y la sequedad es lo que nos atrapa siempre en este director, pues aunque los personajes se desplacen físicamente por múltiples localizaciones, entre disparos y coches que chocan a gran velocidad, el desarrollo emocional de la historia es estático y pausado, permitiéndose los tiempos justos y necesarios para tomar decisiones que son de vida o muerte. Las dos realidades opuestas, exterior e interior, confluyen magistralmente en un discurrir que se nos revela de forma paralela a lo aparente. Esta intención aparece definida claramente desde el arranque de la película, en el que el montaje intercalado entre imágenes de ciervos en pseudo libertad que pastan en el campo que rodea el recinto carcelario y el interior de la cárcel donde el protagonista cumple condena, consiguen un efecto onírico que nos envuelve ya desde el minuto uno. Estos primeros minutos del metraje aparecen entrelazados poética y mecánicamente, igual que el sonido asfixiante persistente de la máquina de tejer que administra Doc durante sus jornadas en prisión. El apaciguamiento domesticado de los ciervos en el exterior no es muy diferente al de los presos alienados bajo las órdenes de una voz monótona y deshumanizada. El espacio carcelario, caracterizado por el trabajo embrutecedor, la ausencia de diálogos o la mecanización del espíritu y de los movimientos, es sin embargo el que se nos muestra irónicamente libre de violencia aparente. Enfundados los presos en monos blancos que dan idea de pureza a la vez que de sanatorio mental, podemos ver los límites de claustrofobia mental que soporta el protagonista, al borde del colapso, incapaz de encontrar sentido a ninguna de las actividades (juegos) que allí se realizan. La claustrofobia será una de las marcas presentes en todo el metraje.

De alguna manera, cuando pensamos en una película claustrofóbica y asfixiante automáticamente la experiencia nos conduce a un registro interno, pues solamente un espacio puede vivirse como cerrado si hay una persona dentro para dar cuenta de ello, lo interno nos conduce también a lo humano. No hace muchos años, las casas se construían precisamente para destacar lo cerrado del espacio, con ventanas muy pequeñas, y el predominio de la oscuridad. ¿Eran esas características quizás la constatación de que en el interior de ese espacio habitaban personas? Hoy, por el contrario, las casas se construyen para destacar su amplitud y su ausencia de tabiques. Las ventanas son amplias y muy luminosas, gracias a las cuales se difuminan también las diferencias entre interior y exterior. 

La huida presenta la historia de Carter Doc McCoy (Steve McQueen), que sale de una prisión de Texas gracias al acuerdo al que llega su mujer Carol (Ali MacGraw) con el influyente y corrupto hombre de negocios Jack Benyon (Ben Johnson). Fruto de este acuerdo, McCoy debe liderar el atraco a un banco familiar de una pequeña población tejana junto con otros dos colaboradores y su esposa. Lo que Doc McCoy desconoce es que su esposa ha tenido que acostarse con Benyon y, además, ha llegado a un acuerdo con él para deshacerse de McCoy una vez tenga lugar el atraco, haciéndose ambos con el botín. Pero tras el atraco Carol recapacita y cambia de opinión, decide matar al mafioso Benyon y emprenden la huida a México. Toda la trama estará repleta de traiciones, nada saldrá como lo esperado, perseguidos no solo por la policía, sino también por los propios gangsters que los contrataron y por uno de los socios del atraco en busca de venganza. Además de las traiciones, también las mutilaciones físicas y mentales están muy presentes en este filme. Partiendo ya del estado de encierro carcelario con el que arranca la película, un estado que no queda superado por el hecho de salir de la cárcel, sino que el encierro continúa en la distancia emocional entre la pareja. Todos estas castraciones físicas y emocionales tienen su reflejo en la narrativa entrecortada del filme. 

Pero lo más interesante es que la película no trata del robo, y tampoco de la huida, en rigor. El epicentro de la cinta no es robar un banco o esquivar a los enemigos, sino que el trasunto principal es el amor, la más alta cualidad del psiquismo humano. El tema que en apariencia se oculta como secundario y sin interés es en realidad el que la película nos hace descubrir como principal, así funciona también a nivel inconsciente. El tema principal de la trama se convierte en la recuperación de la conexión emocional entre la pareja. Tras 4 años de petrificación del alma simbolizada por el tiempo que pasa en la cárcel, el proceso de huida del encierro comienza precisamente con su salida al mundo exterior, a partir del reencuentro con su esposa. Es a partir del vínculo emocional con el otro como puede dar comienzo un verdadero proceso de liberación psíquica, lo cual queda reflejado en la pregunta que Doc le hace a su esposa acerca de la posibilidad de que ella haya estado con otros hombres en su ausencia, pregunta que no podía afrontar en la soledad de su encarcelamiento y que lo conduce a comenzar a aceptar sus debilidades humanas. Tan sólo la posibilidad de atreverse a plantearla es ya una manera de empezar a encontrar sentido a su existencia, detenida durante los años de prisión. El proceso de destrucción de los muros que se forjan en el interior es mucho más lento que los exteriores, y no se puede realizar solo. Las postales mentales de su intimidad con Carol sirvieron de soporte durante los años de cárcel para alentar la posibilidad de fuga a su clausura mental. Pero la realidad le demuestra que para poder volver a su esposa, más allá de su fantasía mental, debe aceptar el chantaje de un mafioso local, única fisura que aparece disponible frente a la tortura enloquecedora del encierro. Doc sabe que Benyon no jugará limpio, y que el camino no será fácil, sin embargo no hay otra posibilidad más que recorrerlo.

Las condiciones de fuga externas nos revelan la evolución del lazo que difícilmente tratan de reconstruir en la pareja, cuanto más angustiosas son las condiciones de la huida, más tenue es el lazo en la pareja. Doc no puede sacarse de la cabeza la idea de Carol con otros hombres durante su encierro pero probablemente su resistencia a recuperar el vínculo en todo su significado radique más profundamente en sus miedos internos para afrontar la inestabilidad del mundo exterior. Su esposa Carol también está asustada, se muestra decidida a apostar por alguien a quien todavía no está segura de reconocer, a pesar de las dudas y la incertidumbre que también la atraviesan, su valentía le sirve a McCoy de apoyo para poder enfrentar sus inseguridades. La relación
 de esta pareja pone de manifiesto una verdad psíquica por la cual al amor sólo se puede responder o con deuda o con traición. Cuando uno no tiene capacidad de elaboración de lo que recibe, traiciona.

La acción de la trama obliga a tomar decisiones relevantes, que los salvan o los hunden en la nada. No hay discusiones de pareja ni reproches, tampoco discursos aleccionadores ni superioridad moral entre ellos. Toda la acción se convierte en un cómplice entramado de los trabajos que llevan a cabo en equipo (psíquicos y experienciales), aún en la cuerda floja de las dudas, las traiciones y la incertidumbre. Los errores de Carol durante la persecución le parecen a Doc no tanto accidentes del momento como pruebas tangibles de que el verdadero problema es ella y no la mafia. Incluso a pesar de ello, ambos demuestran el coraje suficiente como para encargarse de su parte sin cuestionar demasiado la del otro. El trabajo actoral de ambos es formidable, demostrando una capacidad comunicativa a través de los gestos, las miradas, los silencios y la tensión del deseo entre ellos. Durante la batalla final que tiene lugar en el hotel, ambos enfrentan a sus acosadores, disparando ella también codo a codo con su hombre, en el rol de compañeros que se ha ido afianzando durante la huida. 

Pero no solo la huida es un proceso de fortalecimiento de un vínculo entre la pareja de protagonistas. También vemos como Rudy, el perseguidor vengativo que va tras ellos, se hace con unos compañeros de viaje muy particulares que le sirven de "cuidadores", un veterinario y su esposa, a la cual termina por seducir mientras su marido se hunde en la tortura mental de ver a su mujer con otro, siendo incapaz de soportarlo. Los lazos afectivos acaban ocupando un primer plano incluso en el personaje más embrutecido de todos. 

A pesar de que seguramente fue ésta una película menos personal, por ser un proyecto promovido por Steve McQeen, el director ha sido capaz de imprimir su sello tan característico y personal. Las películas de Sam Peckimpah nos muestran los conflictos psíquicos vividos en primera persona, de lo cual se deriva la acción y la violencia que aparentemente definen el estilo del artista. Se ponen de relieve a menudo estas características como parte de su estilo, y sin embargo, lo que de nuevo nos revela esta película es que hay algo en los procesos psíquicos (y que el psicoanálisis nos demostró) que llega a un punto fundamental en donde se implica una posición ética: o coraje o cobardía. Traspasar este punto es violento, no salimos ilesos de ese proceso. Esta es la sabiduría que se esconde detrás de una película como esta en la que toda la trama exterior de la experiencia transcurre como telón de los procesos internos que se dan en los personajes. Un ejercicio poético en el que las palabras hay que conquistarlas viviéndolas. La huida es todo un recorrido simbólico en el que los protagonistas huyen de la esclavitud mental simbolizada por la cárcel, allí no hay violencia, todo está en aparente calma, la violencia comienza cuando Mc Coy y su esposa empiezan a hacerse dueños de sus propias vidas y de su vínculo en pareja. 

El éxito comercial de esta película le sirvió a Peckimpah de llave para liberarse por fin de los eternos grilletes que había sufrido en sus anteriores películas. Con la realización de "Quiero la cabeza de Alfredo García" por primera vez en su trayectoria, contaría con total autonomía para la realización y el poder sobre el montaje final en una película, lo cual le permitió por primera vez llevar a cabo un rodaje sin conflictos y en paz. Otra magistral obra poética a la que invitamos a todos a sumergirse en ella. 

Y para cerrar este artículo traemos parte de esta interesante reflexión de Sebastián Digirónimo en su artículo "El coraje de la experiencia", al que de alguna manera simbólica (no casual) nos ha conducido el encuentro con esta película.

George Steiner, en el prólogo de La poesía del pensamiento, señala que “tal vez, en nuestra breve historia evolutiva, aún no hayamos aprendido a pensar. Puede que la etiqueta homo sapiens, excepto para unos cuantos, sea una jactancia infundada”. Pero es peor que eso: tenemos que postular que no habrá nunca algo así como “aprender a pensar”; lo que habrá siempre es no-querer-saber. El homo sapiens está horrorizado y lo estará siempre. Pero si bien el horrorizado no-querer-saber es lo que habrá siempre, también puede haber un empuje contrario a él. Por supuesto, destinado a perder, pero, ¿y? Esa es la pregunta comodín de la posición corajuda, que usamos cada tanto explícitamente con los analizantes en el consultorio, ese ¿y?