Enigma




El misterio hecho carne en el cuerpo es descubrir que uno no llega nunca a conocerse a sí mismo. El enigma es constitutivo de lo humano, nos habita como también habita al otro y habita al lazo que nos une. El enigma, el misterio, es lo que mueve la vida. Respetar el enigma es poder tolerar la angustia del porqué el otro hace lo que hace. No hay manera de poder saber lo que uno quiere sin la experiencia de encontrarse con lo enigmático del otro, sin trascenderse a uno mismo para encontrarse con el otro. El encuentro con el otro implica la experiencia de la negatividad, si uno tiene verdadera tolerancia a la negatividad, entonces eso es transformador, es revelador.

No es habitual escuchar hablar de la transformación que una ruptura amorosa puede llegar a producir en nosotros, de la capacidad transformadora que los fracasos tienen para convertirnos en mejores personas y para hacernos crecer. Gran parte del sufrimiento actual no llega a hacer lazo con el otro, sino que únicamente genera culpables y víctimas, hasta tal punto que cada vez más relaciones necesitan de los juzgados y de la burocracia para conseguir dar legitimidad a un relato con el que evitar las palabras. Respecto del otro no tenemos ninguna pregunta, damos por hecho que conocemos sus intenciones. Siempre hay una atribución de lo que el otro quiere muy rápida, las relaciones se construyen en base a estas supuestas atribuciones, tanto cuando se comienzan como cuando se terminan, en ausencia de palabras, de construcción conjunta de una historia. La palabra, como elemento transformador y creador, está ausente. Pero si nuestro psiquismo tiene la posibilidad de desarrollarse plenamente es gracias al fracaso, quizás por eso vemos que cada día nuestros psiquismos se empobrecen y se deterioran tanto. El fracaso entendido como el producto de un trabajo, no de un fantasear, es lo que permite la creación de algo nuevo. Fruto del trabajo, hay siempre un fracaso y como efecto de eso, se produce un sueño. El trabajo es encontrarse con conflictos, encontrarse con un “no”. Cuando uno elabora y trabaja de verdad el resultado de ese fracaso, entonces se da cuenta de que ese “no” ha sido mucho más positivo que si hubiera sido un sí. La vida empieza cuando algo se puede perder, cuando podemos asumir una pérdida, cuanto antes sea, antes empezaremos a vivir.

Vemos que hoy en día las relaciones terminan todas igual, a partir de una decepción, entonces uno de los dos se convierte en “el tóxico”. Una pobreza enorme la que se encarga de narrar hoy nuestros conflictos vinculares, que se resumen casi siempre en que el otro era tóxico. Y en última instancia todo se resume a decir “fui usado”, “fui estafado”, “yo soy demasiado para el otro". Pareciera que además de las experiencias de engaño no hubiera nada más rescatable en los vínculos. Se vuelve todo un reto salir del encadenamiento entre tóxico y tóxico, para crear una experiencia amorosa que empiece a narrarse de manera diferente. Hay un empobrecimiento en nuestra capacidad amorosa. La narrativa de los sujetos que sufren por amor es siempre la de alguien victimizado, narrativas empobrecidas que además es necesario compartir con más personas para sentirse validado y apoyado. Pero sin contrapunto entre ilusión y desilusión no hay posibilidad de encuentro con un otro real. Hoy todo se esfuma a partir de la decepción y de la desilusión.