Aunque una de las características del mundo tradicional fue la función simbólica y estructurante del Nombre del Padre, es posible ver una carencia importante a este respecto en el mundo tradicional gallego. Lo que a veces se reivindica como un matriarcado empoderante, revela sin embargo una cierta ausencia en la estructuración psíquica. Quizás haya sido precisamente la declinación del Nombre del padre lo que haya facilitado y acelerado la inmersión plena de la cultura gallega en la postmodernidad, pues es también lo que caracteriza a ésta última. El punto de enlace entre tradición y modernidad, en la cultura gallega, es la ausencia de la significación simbólica del Padre. Quizás, el hecho de que Galicia no haya sido nunca plenamente cristianizada pueda ser visto como el signo de ese agujero en la estructura con respecto al Nombre del Padre. La cultura matriarcal vinculada a la tierra y al paganismo celta que tanto se pone de relieve en la actualidad, parece ser también un signo de esa estructura psíquica de organización más estrechamente vinculada a la madre y por tanto más primitiva. La progresiva modernización de la cultura gallega, de la mano de la identificación con el celtismo y su condición matriarcal, nos da cuenta de una cierta simbolización delirante propiamente postmoderna en nuestra cultura.
Pero la declinación del Nombre del padre se ha generalizado en todas las sociedades modernas y esto tiene incidencia en las manifestaciones sintomáticas de la actualidad. Algunas de las características psíquicas nuevas que se han producido en la postmodernidad, fruto de esta declinación, es un estado liminal, sutilizado y limítrofe entre psicosis y neurosis. Tanto las neurosis como la psicosis que veía Freud a principios del siglo XX, no tienen ya casi nada que ver con las que vemos en el siglo XXI.
En la actualidad se han empezado a dar nombres nuevos para diferenciar los casos en los que la estructura no está del todo clara y se encuentra más bien en un límite entre psicosis y neurosis, son los casos de los llamados borderlines. Con esta palabra se intenta dar cuenta de un fenómeno clínico nuevo, aunque el psicoanálisis no comulga del todo con esta clasificación, pues es una forma de poner el énfasis en la personalidad. Es así como los catálogos modernos de patologías se van aumentando quedando asociados a determinados fármacos o a descripciones caracteriológicas que ofrecen sentido a quienes justamente han sufrido un enorme vacío de sentido en su estructuración psíquica. Para el psicoanálisis lo que orienta no es la personalidad, si no el síntoma, aquello que nos hace sufrir y por tanto nos obliga a buscar respuestas para tratar de hacerle frente. El tipo de respuesta que cada sujeto elabora es lo que configura la estructura, hay maneras psicóticas, neuróticas y perversas de responder ante lo traumático pero eso no es lo relevante para quien, como el psicoanálisis, trata de rescatar al sujeto, es decir, lo que está más allá del objeto tomado por su forma particular de responder al sufrimiento.
Para el psicoanálisis, el diagnóstico de la estructura no es lo más relevante, pues ésta está constituida por las formas de responder al núcleo de lo traumático, y es esto último, lo que, en última instancia, interesa al analista y al analizante. La función del síntoma está en su carácter de abrochar elementos que son heterogéneos. El síntoma tiene un hueso duro que no se reduce al sentido, es lo ininterpreteble, lo enigmático. El psicoanálisis trabaja con el sentido para lograr cernir el nudo de lo ininterpretable, para lograr poner un borde al agujero de lo Real que tiende a desbocarse. La práctica analítica se juega entre estructura y contingencia.
La condición límite ha despertado un gran interés quizás porque parece expresar el malestar de nuestro tiempo, de la modernidad tardía, del mismo modo en que la histeria expresaba el malestar de la modernidad en la época de Freud, relacionada con aspectos de represión pulsional. El trastorno límite, con sus características de inestabilidad, difusión de la identidad, imprevisibilidad y difuminación de las fronteras, exprime otro tipo de sufrimiento de la identidad. Al contrario que en la histeria, el malestar no se da por exceso sino por debilitamiento de los organizadores (personales y colectivos) de la identidad, de los sistemas simbólicos, de los contenedores colectivos que hacían de conectores.
La forclusión del Nombre del padre es un agujero o una falla en el campo de lo simbólico, los fenómenos clínicos asociados a ésta ausencia se ven, por ejemplo en las frases interrumpidas, los neologismos, las palabras impuestas o los fenómenos alucinatorios. Las características liminales se observan en ciertas investiduras libidinales que no entran en un contexto asociativo, que no pueden pasar a una enunciación diferente y que el sujeto no puede terminar de explicarse. Fenómenos sutiles como por ejemplo el automatismo mental, pequeños vacíos del pensamiento, significaciones fijas… que no tienen una manifestación tal que alteran el orden de la vida de alguien.
Como resultado de la escisión, la persona con organización borderline de personalidad no ve a las otras personas como poseedoras de una mezcla de cualidades positivas y negativas, sino divididos en extremos polarizados. Estos individuos no pueden integrar los aspectos libidinales y agresivos de los otros, lo que inhibe su capacidad para apreciar verdaderamente las experiencias internas de otras personas. Sus percepciones de los otros pueden alternar diariamente entre la idealización y la desvaloración, lo cual puede ser muy perturbador para cualquiera que esté relacionado con ellos. De modo similar, su incapacidad para integrar representaciones se traduce en una profunda difusión de la identidad.