Agnes Pelton
Para el psicoanálisis la libido es la energía sexual que realza con placeres específicos algunas funciones vitales como el comer, la regulación intestinal o el movimiento corporal, desde que nacemos. Dicha energía va sufriendo transformaciones paulatinas para adaptarse a las actividades que son necesarias para sobrevivir en cada etapa de la vida. Para Freud la libido no se limita únicamente al impulso sexual, sino que abarca una energía vital más amplia que impulsa tanto las relaciones interpersonales como las pulsiones creativas y destructivas de un individuo.
La sexualidad infantil se diferencia de la sexualidad adolescente y del adulto en que la primera tiene múltiples metas sexuales y zonas erógenas que le sirven de soporte, sin que se instaure en modo alguno la primacía de una de ellas o una elección de objeto, mientras que la sexualidad adolescente y adulta se organiza bajo la primacía genital. Todo ser humano pasa por las diferentes fases del desarrollo de la sexualidad, por lo que en la edad adulta se encuentran conductas que son vestigios y evidencias del paso por cada una de éstas.
Freud define la libido como masculina, tanto en hombres como mujeres, quizás porque es una cantidad de energía que empuja o que está sometida a un principio de descarga, como suele ser en la sexualidad masculina. Y precisamente el papel de la energía femenina se encuentra en la capacidad transformadora que convierte a la libido en erotismo. La relación erótica está por fuera de los procesos de descarga, va más allá de un proceso meramente utilitario, como es el caso de esos hombres que les dicen a sus parejas que deben servirles de soporte a la descarga de sus necesidades, como si el acto sexual fuera poco más que un acto de caridad. Quizás el mayor descubrimiento de Freud es que la sexualidad no tiene sexo, no hay nada en la sexualidad que instituya la diferencia sexuada, dicho de otra forma, no hay una pulsión oral diferente en hombres y mujeres, la pulsión es unisex. El conflicto principal se produce en el proceso de diferenciación sexual, es decir, por el encuentro con las energías masculinas y las femeninas y su integración. La primera vía de elaboración de la líbido yoica es la narcisista, y también la más primitiva, se puede observar en esas mujeres narcisistas enamoradas del amor, que solo aman el amor del hombre y no al hombre. Pero la segunda vía es la de la simbolización y la emergencia del deseo, por eso el trabajo de un analista es un trabajo enormemente delicado entre la necesidad de reforzar el narcisismo y la necesidad de la emergencia del deseo, ambas contrapuestas. El atravesamiento del complejo de castración, tanto en hombres como en mujeres, es constitutivo de deseo. Lo que suelen hacer el resto de prácticas terapéuticas es únicamente reforzar el narcisismo, lo que popularmente se ha denominado con la famosa palabrita de "empoderamiento". Pero las mujeres que no logran atravesar la castración encuentran una vía narcisista de satisfacción a través de la maternidad (una mujer puede estar en posición materna independientemente de concebir un hijo o no), es muy interesante el concepto de Melanie Klein que contrapone la envidia de pene de las mujeres con la envidia de procreación que se da en los hombres. Y es curioso que esta envidia es la que se muestra tantas veces en la rivalidad competitiva que muestran muchos hombres hacia las mujeres en ámbitos académicos, si pueden humillar a una mujer por sus logros intelectuales no desaprovechan la ocasión, sin que suceda lo mismo hacia otros hombres.
Pero el proceso de libidinización va más allá del acto sexual, porque la libido funciona también en otras tareas como puede ser pasear, cocinar, conversar, estudiar, etc, y el fin de estas acciones no es necesariamente una descarga, sino que esas acciones pueden estar erotizadas por el mero acto de disfrutar el proceso. La energía femenina es esa que invita a la transformación de la libido, a la integración de la cantidad y la calidad, la que invita a transformar nuestros instintos más primarios y animales hacia una capacidad de disfrutar los procesos más allá de los resultados. La energía femenina hace que la libido vaya más allá de una simple calentura, y en ese proceso se produce la libidinización de un otro, o de otros objetos. Cuando por ejemplo, al observar una foto y el recuerdo de la unión con esa persona nos activa una emoción, se trataría de un objeto libidinizado, erotizado. En el pasaje de investidura libidinal a un otro se produce el erotismo. Podríamos decir, por tanto, que por un lado estaría la calentura y por otro lado la excitación. La excitación no se da por acumulación de libido no drenada, no va ligada a la cantidad, sino que es más dependiente del encuentro, las circunstancias, el contexto. La libidinización es una forma de pasaje de ese proceso que habla de una calentura en el propio cuerpo a encontrar la excitación en una causa exterior al cuerpo. La calentura es algo que no logra hacer esa transformación, tiene que ver con algo más de lo autoerótico y por tanto de una sexualidad más primitiva. La excitación es un proceso de ida y vuelta, pues el cuerpo del otro provoca un retorno al propio cuerpo, sería como la imagen de unas brasas frente a la de un fuego arrasador. El inconsciente nos habla de los motivos libidinales que están más allá de la razón, hoy tendemos a encontrar racionalizaciones que justifican nuestros actos, pero sin embargo el inconsciente nos habla de los motores libidinales que funcionan constantemente en nuestro cuerpo, más allá de la voluntad.
La sexualidad humana, por ser precisamente una sexualidad pulsional se diferencia de la animal por no ser meramente de descarga o de instinto. Es por este motivo que la sexualidad humana puede llegar a conservar la unión en la distancia. Cuanto más erotizados están los vínculos más fuertes se hacen, porque no se sostienen en puntuales y cortos procesos de descarga, sino que pueden abarcar tiempos y espacios mucho más amplios. En el proceso de alcanzar grados mayores de humanización se alcanzan también grados más elevados de satisfacción, a la cual, ningún otro animal puede acceder, a pesar de que ellos no hayan sido expulsados del paraíso.