Libido yoica y narcisismo


El concepto de especulum sine macula es uno de los atributos místicos de la Virgen María, alude a su pureza y proviene del conocimiento hermético y de la teoría medieval de los espejos reverberantes, en donde los cristales dejan atravesar la luz divina sin refractarla. 


Muchos discursos teóricos que tratan de dar explicaciones a los descubrimientos del psicoanálisis se nota que están totalmente desligados de la experiencia, y a menudo se comprenden cosas completamente opuestas a las que Freud descubrió y describió. De hecho, éste fue el principal motivo de ruptura entre Freud y Jung, pues el primero prefirió seguir la observación de la clínica para verificar sus supuestos teóricos, mientras que Jung dejó de lado la observación para aferrarse a unas teorías que demostraron tener muy escasa utilidad práctica, y más filosófica. Durante toda su vida, Freud, sin embargo, estuvo revisando sus supuestos teóricos a la luz de la práctica y volviendo atrás todas las veces que fueron necesarias. Freud no vacilaba en replantear su teoría. Con esta cita de Rückert finaliza su obra "Más allá del principio del placer": 
Si no se puede avanzar volando, bueno es progresar cojeando, pues está escrito que no es pecado el cojear.

Uno de los motivos que propició la ruptura entre Freud y Jung tiene que ver con el estudio del narcisismo en la psicosis, tendencia que además se ha ido convirtiendo en mayoritaria en la actualidad, y por ello no es casual que Jung haya generado más simpatía en nuestros tiempos. A partir de la ruptura con Jung, Freud se vió obligado a exponer prematuramente algunas observaciones que le hubiese gustado reservar todavía un tiempo. Se encuentran en su obra de 1914, "Introducción al narcisismo", de la que traemos hoy varios recortes. En ella profundiza en el concepto de narcisismo, con el que ofrece una alternativa a la "libido indiferenciada" de Jung y a la "protesta masculina" de Adler.
 
Con el estudio de la psicosis, Freud va a identificar un narcisismo primario de la infancia a partir del rastro de un narcisismo secundario observado en adultos. Los sujetos psicóticos muestran dos rasgos fundamentales de carácter: “el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mundo exterior (personas y cosas)”. Aunque también en la neurosis el sujeto resigna el vínculo con la realidad, sin que se cancelen los vínculos eróticos con las personas y las cosas. Este vínculo, los neuróticos lo siguen conservando en la fantasía; “vale decir: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines en esos objetos”. A esto Jung lo llamó «introversión de la libido». En los psicóticos, en cambio, sucede que “retiran realmente su libido de las personas y cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su fantasía”. Freud se pregunta: ¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? El delirio de grandeza indica aquí el camino: la libido de objeto, es decir, la libido sustraída del mundo exterior, es trasladada al yo, lo que hablaría de un estado narcisista del sujeto. La hipótesis de Freud es que el delirio de grandeza no es una creación nueva del sujeto, sino “la amplificación y el despliegue de un estado que ya antes había existido”. Por tal razón, el narcisismo que se produce por el replegamiento de las investiduras de objeto, no es sino un 
narcisismo secundario que se edifica sobre la base del narcisismo primario. A partir de la patología, Freud identifica un funcionamiento que se da en el psiquismo de toda persona.

El narcisismo, por tanto, tendría su origen en el yo, y emanaría desde él. Las irradiaciones de libido que invisten a los objetos, pueden ser emitidas y retiradas de nuevo desde el yo. Freud establece entonces una oposición entre la libido yoica y la libido de objeto. Y establece entre ellas una relación inversamente proporcional: “Cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra”. El paradigma de un estado así es el enamoramiento. En él se observa como el sujeto reduce su narcisismo en favor de la investidura de objeto. Freud diferencia así una energía sexual, la libido con la que se envuelven los objetos, de una energía (no sexual) de las pulsiones yoicas. Por un lado definiría las pulsiones sexuales, y por otro las pulsiones yoicas, aunque más tarde observaría que las pulsiones yoicas son también, en parte, sexuales.

Fue en este punto en el que se produjo el cisma con Jung, pues éste, al comenzar a dudar de que no toda la libido era sexual se acomodó rápido a la teoría monista en la que la libido abandonaría su cometido sexual y se haría coincidir más bien con el interés psíquico. Parece que sea la recriminación de haberlo considerado todo sexual, la que más se le ha reprochado a Freud. Como si el hecho de considerar a la libido sexual hiciese desaparecer todas sus posibilidades sublimatorias de transformación, de las cuales también habló Freud. Y no solo habló de libido, no se puede olvidar que los impulsos de eros o sexuales han estado, siempre en su teoría, enormemente limitados y contrarrestados por los impulsos de muerte. De ahí esa primera distinción que hace entre las pulsiones sexuales y las pulsiones yoicas, las cuales tienen más de pulsión de muerte que de libido, y de ello le resulta claro la necesidad de separarlas y diferenciarlas de las pulsiones eróticas de objeto. Será más tarde en su obra "Mas allá del principio del placer" en donde estas distinciones queden ya mejor identificadas por la oposición entre pulsión de eros o sexual, y pulsión de muerte.

Por otro lado no deja de ser curioso que Jung, supuestamente más defensor de la religión, para explicar el proceso de retracción de la libido (sin pararse a observar en qué forma sucede) termina por indentificar en esta condición de retracción "quizá la psicología de un anacoreta ascético, pero no una demencia precoz". Sin embargo, Freud, libre de prejuicios, entiende que no necesariamente un anacoreta tendría que tener alguna patología en ello. Así lo describe:
Inapropiada comparación, incapaz de llevarnos a decisión alguna, según lo enseña esta reflexión: un anacoreta así, que «se afana en desarraigar todo rastro de interés sexual» (vale decir, sólo en el sentido popular de la palabra «sexual»), ni siquiera tiene que presentar necesariamente una colocación patógena de la libido. Pudo haber extrañado enteramente de los seres humanos su interés sexual, sublimándolo empero en un interés acrecentado por lo divino, lo natural, lo animal, sin que ello le hiciera caer en una introversión de su libido sobre sus fantasías ni en un regreso de ella a su yo. Parece que esta comparación desdeña de antemano el distingo posible entre un interés procedente de fuentes eróticas y otras clases de interés.

Pero volviendo a la obra "Introducción al narcisismo" , Freud ya había introducido el autoerotismo en este momento de la teoría, y se pregunta sobre su relación con el narcisismo. Si el narcisismo es la investidura de libido en el yo, entonces ¿qué hacer con el autoerotismo? Freud hace notar que en el individuo no puede haber, desde el comienzo, una unidad comparable al yo; el yo es algo que se desarrolla; surge como consecuencia de la identificación del sujeto con su propia imagen en el espejo. Como las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya. Será lo que identifica como libido yoica, separada de la libido de objeto, ambas las somete a examen en la clínica de la neurosis y la psicosis. Por el análisis de las neurosis de trasferencia, se ve obligado a adoptar una oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, que además le es útil para pensar la pérdida de la realidad en la psicosis, como introversión de la libido sexual o investidura del yo. Pero para aproximarse aún más al conocimiento del narcisismo, tomará tres caminos: la enfermedad orgánica, la hipocondría y la vida amorosa de los sexos.

Hoy en día es un hecho reconocido que la enfermedad orgánica influye sobre la distribución de la libido. “La persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento”. La persona que sufre, “también retira de sus objetos de amor el interés libidinal, cesa de amar”. En términos de la teoría de la libido, Freud dirá que “El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales para volver a enviarlas después de curarse”. Al igual que la enfermedad, el estado del dormir también implica “un retiro narcisista de las posiciones libidinales, sobre la persona propia; más precisamente, sobre el exclusivo deseo de dormir”. Estos son dos ejemplos de alteraciones en la distribución de la libido a consecuencia de una alteración en el yo.

La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, “en sensaciones corporales penosas y dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de la libido. [Pero] El hipocondríaco retira interés y libido –esta última de manera particularmente nítida– de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea”. Así pues, la hipocondría, al igual que las psicosis en general, dependerán de la libido yoica, en cambio, la histeria y la neurosis obsesiva, dependerán de la libido de objeto. El aparato psíquico, tal como lo piensa Freud, tiene como función dominar las excitaciones que provienen, tanto del exterior, como de su interior. Una elevación de la excitación es sentida como penosa y puede llegar a causar efectos patógenos. “La elaboración psíquica presta un extraordinario servicio al desvío interno de excitaciones no susceptibles de descarga directa al exterior, o bien cuya descarga directa sería indeseable por el momento”. Cuando la libido recae sobre objetos irreales, de la fantasía o en el delirio de grandeza –que es lo que Freud llama «introversión»–, se produce una «estasis libidinal», es decir, una detención de la circulación de libido.

Freud va a poder diferenciar, a partir de aquí, a la parafrenia –léase psicosis–, de las neurosis de trasferencia. En la psicosis, dice Freud: “la libido liberada por frustración no queda adscrita a los objetos en la fantasía, sino que se retira sobre el yo; el delirio de grandeza procura entonces el dominio psíquico de este volumen de libido, vale decir, es la operación psíquica equivalente a la introversión sobre las formaciones de la fantasía en las neurosis de trasferencia; de su frustración nace la hipocondría de la parafrenia, homóloga a la angustia de las neurosis de trasferencia.”

La tercera vía de acceso al estudio del narcisismo que Freud había mencionado más arriba, es la vida amorosa del ser humano. El primer señalamiento de Freud a este respecto está referido a la elección de objeto, de la cual hay dos tipos: por apuntalamiento, cuando el sujeto elige un objeto que sustituye a los primeros objetos sexuales, es decir, la madre; y narcisista, que son aquellos sujetos que eligen su posterior objeto de amor, no según el modelo de la madre, sino según el de su propia persona. Y agrega Freud: “En esta observación ha de verse el motivo más fuerte que nos llevó a adoptar la hipótesis del narcisismo”. Según Freud, la elección de objeto por apuntalamiento caracteriza a la elección de objeto en el hombre, y la elección de objeto narcisista caracteriza al amor de la mujer. Esta es la razón por la que los hombres tienden a amar sobrestimando al objeto sexual, sobrestimación que proviene del narcisismo originario del niño y que da lugar al enamoramiento, en el que se produce un empobrecimiento libidinal del yo que beneficia al objeto. En las mujeres, en cambio, sobreviene un acrecentamiento del narcisismo originario, desfavorable a la conformación de un objeto de amor; en ellas se establece una complacencia consigo mismas que las conduce a amarse, en rigor, sólo a sí mismas. Así pues, su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les colma esa necesidad. Paradójicamente, son este tipo de mujeres las que poseen el máximo atractivo para los hombres, debido sobre todo a que “el narcisismo de una persona despliega gran atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su narcisismo propio y andan en requerimiento del amor de objeto”. Ya vimos cómo, en la fase del espejo, se funda este narcisismo por la identificación del sujeto con la imagen especular, lo que le da al sujeto una congruencia narcisista, una imagen de inaccesibilidad, una posición libidinal tan inexpugnable, que es justamente lo que hace al sujeto atractivo. Precisamente, es porque esa imagen se nos presenta como completa, sin fallas, ideal –yo ideal–, que es cautivadora, que fascina al sujeto: es el poder de lo imaginario sobre el sujeto, y lo que constituye fundamentalmente la dimensión imaginaria en él.

Lo dicho sobre el amor de las mujeres, dice Freud que hay que matizarlo, ya que las hay que aman según el modelo masculino, desplegando la correspondiente sobrestimación sexual, así como las mujeres que son muy narcisistas y que encuentran en el hijo la posibilidad de desplegar un pleno amor de objeto. Hoy estas diferencias entre formas de amar masculinas y femeninas están ya totalmente mezcladas. Toda elección de objeto es una elección narcisista, es decir, que el enamoramiento es fundamentalmente querer ser amado por el otro. La denominación de narcisista está dada por tener como límite o referencia la imagen que el sujeto tiene de sí mismo. Esto significa que cuando un sujeto se enamora, lo que verdaderamente ama es la imagen que encuentra de sí mismo en el otro, ya sea bajo la forma de lo que uno fue, de lo que es, o de lo que quisiera ser. Si la imagen que aviva la pasión es cautivadora, es porque aparece próxima a representaciones que tiene el sujeto de sí mismo, y esto es básicamente lo que lo enamora. El amor narcisista, que no es más que amor a la propia imagen, introduce una dimensión de engaño, en la medida en que se ama a otro en tanto que representa la imagen ideal de sí mismo. En el amor narcisista el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja.

Se sufre en el amor porque el otro no es como se quisiera que fuera. Por esta razón todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva siempre una dosis de sufrimiento. Cuando aparecen esas "pequeñas diferencias" se presenta el desamor y cuanto más narcisista sea el vínculo más insoportables serán las diferencias. El amor que se sostiene en un enamoramiento narcisista, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de sufrimiento. El amor que se sostiene en el ideal produce mayoritariamente identificación, pero el amor real produce transformación. Sobre la diferencia entre idealización y sublimación nos habla Freud en este texto:

Conviene indagar las relaciones que esta formación de ideal mantiene con la sublimación. La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. Por ejemplo, la sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto, es preciso distinguirlas en el plano conceptual. La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. En los neuróticos, precisamente, encontramos las máximas diferencias de tensión entre la constitución del ideal del yo y la medida en que sublimaron sus pulsiones libidinosas primitivas, y en general los idealistas son mucho más reacios que los hombres de modestas miras a convencerse del inadecuado paradero de su libido


El problema con los ideales, con los que se identifica un sujeto, lo vemos en la actualidad muy extendido. Piénsese en los ideales que alientan a todas las ideologías que alimentan el odio al adversario o al contrario, ya sean grupos religiosos, políticos, militares, de fanáticos, de mafiosos, etc., los cuales llevan a una intolerancia hacia los otros y destruyen la unión social. De ahí la necesidad de una ética que ayude a establecer unos vínculos que reconozcan la función de los ideales en una comunidad y sus peligros; una ética del deseo, que haga responsable a cada sujeto de los lazos que establece con los otros.