El cuerpo es eso que nombra nuestra relación con la sensibilidad




A partir de la conferencia de Luciano Lutereau en referencia a uno de sus libros titulado “Nadie sabe lo que dice un cuerpo” hemos recogido aquí algunos apuntes que nos ayudan a comprender muchos de los conflictos que asolan nuestro tiempo y que este autor, dotado de una sensibilidad maravillosa, es capaz de profundizar de una manera tan clara y sencilla. No ignoramos que la sencillez es una de las tareas más complejas que existe.

Todavía un siglo después de los descubrimientos de Freud, sigue hoy día siendo ampliamente rechazado. Exceptuando algunos países en los que se estudia en la universidad, las enseñanzas del psicoanálisis están al margen de la oficialidad. Y sin embargo, las cualidades de una sensibilidad tan extraordinaria como la de Freud son solo equiparables a las de los grandes profetas. Todo el ambiente social de su época estuvo en su contra, era principios del siglo XX, la sociedad vienesa, burguesa, aparente e hipócrita, en donde reinaba el liberalismo y el antisemitismo, fue una sociedad en la que predominaba la moral victoriana y una actitud puritana frente al sexo. El psicoanálisis comenzó a tomar forma gracias a la extraordinaria capacidad de escuchar de Freud, pues cuando una de sus primeras pacientes le replicó que no debía estar interrogándola constantemente de donde procedía esto y lo otro, sino que tenía que permitirle contar lo que tenía para manifestarle, él no sólo la escuchó, sino que le hizo caso, fue así como el psicoanálisis se convirtió en una de las pocas ciencias en las que el saber no se sitúa del lado del profesional, sino que está del lado del paciente. Su capacidad para escuchar y para dejarse atravesar llegó incluso a ir más allá del lenguaje verbal. Así relata la manera en la que el cuerpo se “entromete” en la conversación con su paciente Elisabeth von R.

Además, las piernas doloridas empezaron a «entrometerse» siempre en nuestros análisis. Me refiero a este notable estado de cosas: La enferma estaba casi siempre libre de dolor cuando nos poníamos a trabajar; en tales condiciones, si yo, mediante una pregunta o una presión sobre la cabeza, convocaba un recuerdo, se insinuaba primero una sensación dolorosa, las más de las veces tan viva que la enferma se estremecía y se llevaba la mano al lugar del dolor. Este dolor despertado subsistía mientras el recuerdo gobernaba a la enferma, alcanzaba su apogeo cuando estaba en vías de declarar lo esencial y decisivo dé su comunicación, y desaparecía con las últimas palabras que pronunciaba. Poco a poco aprendí a utilizar como brújula ese dolor despertado; cuando ella enmudecía, pero todavía acusaba dolores, yo sabía que no lo había dicho todo y la instaba a continuar la confesión hasta que el dolor fuera removido por la palabra.

Para el psicoanálisis el cuerpo es lo que empuja al decir, y la principal dificultad que tiene es su inaccesibilidad, el cuerpo es de alguna manera un punto ciego. Pero decir que el cuerpo habla supone ya un problema, y es la capacidad de escuchar el cuerpo, el de poder traducir lo que enigmáticamente nos quiere decir. El cuerpo nos habla, por no decir más bien que somos hablados por el cuerpo, y ese hablar del cuerpo de alguna manera requiere de un trabajo interpretativo. Lo que Freud descubrió fue una lengua específica del cuerpo, ese fué el síntoma histérico. Un análisis implica que el cuerpo responde a la palabra del analista, pero ¿qué implica tener un cuerpo capaz de responder a la palabra? capaz de entrometerse en la conversación. La histeria es una forma de sintomatizar la palabra. Los síntomas histéricos que inicialmente descubre Freud no eran síntomas de la histeria, pues no hay síntomas histéricos específicos, sino que la histeria es la capacidad de tomar síntomas disponibles y transformarlos en una respuesta a la palabra. Algunos síntomas, como por ejemplo desvanecimientos, migraña… que son formas comunes de invalidar el cuerpo, en realidad, eran síntomas que nacieron siendo de la epilepsia. La histeria nació tomando los síntomas epilépticos y transformándolos para que puedan ser una respuesta a la palabra del otro. Por eso también la histeria ha ido mutando tanto sus condiciones sintomáticas. Los casos con los que se topó Freud en su época no tienen ya casi nada que ver con los actuales. Hoy en día ya no se dan esos casos de desvanecimientos, y por tanto podríamos preguntarnos si hoy se responde todavía histéricamente a la palabra del otro. Ciertamente hay algo de la palabra del otro que hoy ya no produce efecto. Más bien lo que abunda son personas que están muy desenganchadas de la palabra del otro, personas que tienen una relación con la palabra del otro prácticamente de literalidad, sin profundidad. Todo lo que queda por fuera de lo estrictamente verbal ya casi no es escuchado, incluso ni siquiera lo verbal. Pero es que la palabra puede ser también un gesto, o puede ser por ejemplo cuando alguien, después de una conversación, produce un sueño. La respuesta al encuentro con un otro es lo que el psicoanálisis denomina palabra, y esa respuesta puede ser por la vía de la restitución de un cuerpo que habla, como también puede ser un sueño. Pero que el cuerpo responda a la palabra es lo que le da al analista la posibilidad de generar transferencia, un analista no sabe lo que le pasa al paciente, nunca le dice “tú lo que tienes es esto”, pues no es algo que se pueda saber, ni tampoco siempre ese supuesto saber tiene una gran utilidad.

Hoy en día, la capacidad para responder con el cuerpo, a diferencia de la época de Freud, está suspendida. Según nos cuenta Luciano Lutereau en esta conferencia magistral, existen tres formas de suspensión de esa capacidad corporal. Una de esas formas de interrupción es la hipocondría, en donde el cuerpo no encuentra relación con la palabra y por ello busca saberes en otros lados que sean capaces de interpretar. La hipocondría podría decirse que es un cuerpo que habla a solas, que habla con el propio sujeto, no con un otro. La histeria freudiana originaria, más que un conjunto de síntomas, lo que supuso fue el descubrimiento de la posibilidad de responder con el cuerpo a la palabra. La histeria y la histerización fueron desapareciendo poco a poco de nuestra cultura, en ese punto la hipótesis de Lacan es que los síntomas fueron desplazándose desde los cuerpos a los discursos sociales, vivimos fabricando deseos a los que no les podemos poner el cuerpo, como lo son por ejemplo las apps para ligar. El mecanismo de conversión, eje de la conceptualización freudiana, queda excluido de la teoría de Lacan y sólo tiene lugar como fenómenos de fragmentación corporal. Además Lacan propone una identificación específica, denominada identificación viril. El rechazo de la sexualidad es reinterpretado en Lacan como pregunta por la feminidad. 

Otro de los casos de fracaso en cuanto a la capacidad corporal de responder a la palabra del otro sería en la actualidad el fenómeno psicosomático, precisamente como fenómeno, no como síntoma. Si el síntoma histérico es tal porque se propone como una respuesta para el otro o incluso para quien lo porta, el fenómeno psicosomático en cambio, aparece de otra manera, por eso un mismo acontecer en el cuerpo, dependiendo del modo en que aparece, de las circunstancias en las que se da, puede ser una cosa u otra. El síntoma habla pero el fenómeno psicosomático aparece, sería un modo en que el cuerpo se muestra, sería más bien una ruptura con ese decir del cuerpo. Un cuerpo que tuvo que producir algún tipo de artificio, ya sea para bloquear el encuentro con alguna energía imposible de conectar, o que resulta de la capacidad de pensar bloqueada. Según la observación de Luciano en su propia clínica, resulta cada vez más habitual encontrar personas que no quieren pensar, ya sea porque no están acostumbradas o porque más bien a lo que están acostumbradas es a maquinar, es decir, a padecer una idea. Pero el pensar continúa también en el sueño, y en el síntoma. Pensar no es algo exclusivamente reflexivo sino que el pensar se traduce también en la acción. Y los fenómenos psicosomáticos se dan muchas veces como una forma de rechazo del pensamiento, de ahí que en las primeras entrevistas con alguien haya que hacer, según nos explica este psicoanalista, muchos esfuerzos para introducir en la persona la capacidad de recibir mensajes que vienen de algún lugar que no está acostumbrado a escuchar. La disfunción entre cuerpo y pensamiento.

Y una tercera forma que se da en la actualidad de ruptura de la capacidad expresiva del cuerpo, sería más bien la del silencio del cuerpo, cuando éste no encuentra ninguna vía de expresión. Una de las formas más comunes en las que el cuerpo se calla es en la de la superposición del cuerpo con la imagen. Sin duda la constitución de una imagen del cuerpo es fundamental para reconocernos y tener una identidad, pero el cuerpo cuando queda reducido a la imagen, se convierte en un cuerpo silenciado, es un cuerpo que agotó toda posibilidad expresiva. En este punto, algunos de los actualmente denominados trastornos de la alimentación pero que deberían de ser considerados más bien trastornos del lenguaje, son casos en los que el cuerpo no tiene ya nada para decir, pues es un cuerpo que está destinado a coincidir con una imagen. En este punto, en donde tenemos estos tres ejes de la posibilidad de ruptura de la sintomatización histérica, podemos decir que la hipocondría se daría en la línea del cortocircuito simbólico, el fenómeno psicosomático en el cortocircuito real y el cuerpo imagen a nivel del cortocircuito imaginario.

Luciano nos trae una frase de una canción que define de una manera preciosa el cuerpo: el cuerpo es eso que hay que sentir con paciencia infinita. El cuerpo es un “eso”, una terceridad, una impersonalidad, incluso un ello, jugando con la terminología freudiana. El cuerpo es eso que nombra nuestra relación con la sensibilidad. La alusión a la paciencia trae además una alusión a la pasividad, el cuerpo es eso de nuestra sensibilidad respecto de lo cual solo podemos ser pasivos, nunca logramos apropiarnos del cuerpo. Hay en el cuerpo algo que lo conecta particularmente con lo femenino, de ahí que la palabra madre, mater, conecte con la palabra materia. Solo conocemos al cuerpo como irritación, por ejemplo aquel que sólo puede terminar una conversación porque le empieza a doler la cabeza, o quien se tiene que retirar a vomitar después de una discusión. El descubrimiento de Freud va mucho más allá de una estructura clínica, sino que nos enseña las posibilidades que tiene un cuerpo de responder histéricamente a la palabra. La única palabra que responde a la palabra con un cuerpo es la histeria, no fue así por ejemplo en el caso de la neurosis obsesiva o la esquizofrenia. La histeria es condición del lazo social, algo que se rompe con el cortocircuito de las tres formas que hemos nombrado con respecto a la hipocondría, el fenómeno psicosomático y el refugio de alguien en su imagen del cuerpo, en los tres se rompe la posibilidad de lazo social. Ese refugio en la imagen no necesariamente tiene que ver con el culto a la belleza, sino con verse solo a través de identificaciones, en un punto en el que “yo creo que sé quien soy”. Todos deberíamos desconfiar un poco de saber quien somos.

Hoy nos encontramos con personas que no sostienen esa sintomatización con la que se encontró Freud en su época. Si en la época de Freud había personas que iban a una consulta a decirle al analista que ya no querían seguir en análisis, hoy por el contrario, ya solo hace falta un mensaje de wasap para desentenderse, o incluso ni siquiera eso, por otro lado muy parecido a como se dejan las parejas. Y esta falta de corporalidad se ha visto todavía más reforzada a partir de la pandemia, que instaló un miedo generalizado al cuerpo y estableció una nueva normalidad basada en la virtualidad y en una mayor ausencia de cuerpo y de presencialidad. Las maneras actuales de separación no implican ningún tipo de coste ni de pago, y esto hace también que en verdad nunca se llegue uno a separar del todo, más todavía con la posibilidad de seguir la vida del otro en las redes.

En la actualidad hemos pasado de una subjetivación histérica a una subjetivación melancólica, en la cual es frecuente encontrarse estas tres vías de cortocircuito con el decir del cuerpo. En donde falta la respuesta corporal y ese cortocircuito impide el canal de comunicación a través del cuerpo, se produce un enigma muy grande con respecto a lo que el otro me quiere decir, es un no tener a donde agarrarse para poder interpretar qué pasó. El síntoma es una orientación, al menos, y cuando esa respuesta corporal no está, se dan fenómenos de desorientación muy grande.

El centro de la práctica del psicoanálisis es la relación cuerpo - palabra, una relación de cruce, al revés de lo que tantas prácticas modernas como el yoga o la bioenergética hacen, las cuales ofrecen un enfoque del cuerpo desconectado por completo de la palabra, el cuerpo desconectado de la palabra se convierte en pornográfico. La resonancia de la palabra se da en el cuerpo, cuando una palabra nos toca es que nos da cuerpo, se traduce en una materialización del cuerpo, esa comprensión del psicoanálisis conecta con el simbolismo del templo en la tradición judía, que más tarde se transmitió al cristianismo precisamente a través del cuerpo y que queda patente en la frase de Jesucristo: 
"Destruid este Templo y en tres días lo levantaré"

La ausencia de cuerpo tan propia de nuestra época es también el fruto de la ruptura con los cinco niveles de interpretación que se daban en la Antigüedad, la modernidad y su discurso racionalista se quedó en el nivel literal de la realidad, y esto ha provocado que los cuerpos hayan perdido volumen. La literalidad ha ido, poco a poco, matando al cuerpo, en una era en la que paradógicamente se dice defender al máximo lo corporal.