Máscara

El desamor es probablemente uno de los motivos principales que mueve a la gente a terapia. Cuando yo llegué la primera vez a terapia, efectivamente el desamor era un factor desencadenante, pero mi demanda ante la analista fue clara (con lo tonta que era, aún no se cómo tuve esa claridad) y únicamente le dije que “quería ser yo misma”. De alguna manera intuía que tenía una máscara, aunque todavía no sabía cual era. Un recuerdo de mi infancia que afloró poco tiempo después fue precisamente un episodio de profunda desazón que tuve de pequeña por haber perdido una careta durante uno de esos viajes a los que nos llevaba mi tío Juan. Hay varias fotos en las que aparezco con dicha careta en Rianxo, lo que es incomprensible es qué era lo que me podía gustar tanto de aquel espanto de careta, los niños tienen una sabiduría que los adultos casi nunca entienden. La careta era de una figura diabólica, monstruosa y terriblemente fea. Ni siquiera cuando afloró este recuerdo en análisis significó que yo hubiera entendido algo. Aún hoy, a veces me engaño pensando que entiendo algo, y sigo sin entender nada, la niña de 8 años que lloraba por la careta perdida entendía mucho más que yo.

Infierno budista