Eyes wide shut (entre la máscara y el personaje)



Lo primero que llama la atención nada más arrancar la película dirigida por Kubrick, Eyes wide shut, es la constatación de que Bill, interpretado por Tom Cruise, en efecto tiene los ojos bien cerrados con respecto a su mujer Alice, interpretada por Nicole Kidman, a la que ni siquiera mira para fijarse en lo guapa que va.

El hecho de que la película transcurra en navidad nos ha parecido interesante para hablar de unas fechas que se nos vienen encima en breve, por otra parte, este tema de la dualidad entre la máscara y el personaje parece estar también de rabiosa actualidad. La película servirá muy bien como ejemplo de lo que es una máscara y un postureo, tema muy presente en el metraje y que por otro lado representa bastante bien a casi todas las películas de este director (tendente al artificio), que aparentan ser transgresoras, atrevidas y rompedoras cuando en realidad son más bien bastante retrógradas y escasas.

No resulta casual que sea el periodo navideño el que sirva de marco para precipitar la crisis de pareja que atraviesa este matrimonio acomodado formado por un médico y una ama de casa que anteriormente era galerista de arte. Son las navidades una época en la que se vive con especial intensidad los efectos de una clase de explotación producida por el consumismo capitalista. Un tiempo muy propicio para la dependencia casi paranoica de todo tipo de bienes, los cuales sirven de estímulo externo para compensar un déficit interno, con ellos se obtiene además un símbolo de posición social. En esta época se producen además encuentros sociales en los que las luchas por aparentar estatus se intensifican, también es un tiempo de duelo, un año que se va y con él personas o cosas que no se lograron. También es un momento de pacto, para iniciar lo nuevo que comienza, un nuevo arreglo con la vida.

La pareja de los Halford, conformada por Tom Cruise, interpretando a Bill, y Nicole Kidman, como Alice, acuden a una opulenta fiesta de ultra ricos, de un círculo perteneciente a una clase mucho más elevada que la suya, en donde además no conocen a nadie. Al llegar son recibidos por Víctor y su mujer, el anfitrión de la fiesta y el único que conocen, por ser éste paciente a domicilio de Bill. La propia Alice se pregunta por qué todos los años los invitan. Una vez en la fiesta parece que ambos son arrastrados, de manera independiente, por la vorágine de seducción que ese mundo de ricos despliega de manera sutil sobre los protagonistas.


Bill, cogido de cada brazo por una joven modelo, les pregunta a ambas hacia dónde se dirigen, lo cual evidencia que no es precisamente él quien está al mando, sino unas extrañas fuerzas persuasivas que lo arrastran. La respuesta de las mujeres es: “a donde termina el arcoiris”. Suponemos que el guionista consideró necesaria esa pretenciosidad simbólica para aparentar ser más profundo. Ignoraremos lo ridícula que resulta y diremos que quizás sugiera un fin del paraíso de placeres conocidos, sustituidos por otros cargados ahora de un matiz turbio y siniestro. Pero mientras Bill coquetea, Alice, no sabemos si alentada por los celos o por auténtico placer, hace lo mismo, siguiéndole el juego a un tipo llamado Sandorf en una conversación que verdaderamente la deja en lugar de tonta, y es que en efecto, parece ser el físico su única arma con la que moverse en estos círculos, tema que más tarde motivará una discusión en la pareja.


Pero antes de ser conducido al lugar en donde termina el arcoiris, acompañado de las dos modelos, Bill es interrumpido para ir a atender a Víctor, anfitrión de la fiesta, que se encuentra en un reservado acompañado por una señorita en estado inconsciente y desnuda, tras haber ingerido algunas drogas. Bill ayuda a reanimar a la mujer y Víctor le pide que por favor guarde el secreto. Al día siguiente de la fiesta, observamos cómo retoman sus vidas cotidianas y ordinarias marcadas por un cierto tedio, Bill atiende pacientes mientras Alice ejerce de madre envolviendo regalos con su hija. La fiesta pone de manifiesto la ilusión brillante de las luces, las máscaras y lo aparente, que además se prolonga en la vida cotidiana de este matrimonio, bajo una realidad tomada por la representación que aporta seguridad y tranquilidad pero que dificulta la activación del deseo. Su crisis de pareja viene motivada precisamente por un estancamiento del deseo, que al verse reducido exclusivamente al plano de lo imaginario y aparente, había empezado a dejar de circular.


Tras los acontecimientos de la fiesta, Bill y Alice hablan sobre sus respectivas maneras de coquetear en la fiesta, el tema del deseo se pone sobre la mesa, aunque no deja de ser curioso que sea el hecho de fumar un porro lo que facilite la conversación, pues lo lógico hubiera sido haberlo tratado de camino de vuelta de la fiesta a casa. Por otro lado, pocas veces tenemos la oportunidad de escuchar a Alice sin que esté borracha o fumada. Durante la conversación, Bill parece tener una idea un poco retrógrada de lo que es el deseo en hombres y mujeres, considera normal que Sandorf hubiera intentado seducir a Alice por lo bella que es, considera que cualquier hombre se sentiría atraído por la belleza de una mujer, además esto no le produce celos. Ante esta actitud de Bill que normaliza la simpleza masculina, Alice reacciona y se muestra muy molesta, revelando con ello su complejo de chica guapa-tonta, algo que ciertamente se confirma constantemente con su acaramelada y artificiosa forma de hablar, una máscara que la esclaviza y de la que no sabe como librarse.

Y aunque ciertamente es rancio, no podemos negar que es una tendencia generalizada (todavía no superada) la idea de que a los hombres les seduce con facilidad el físico de la mujer, sin necesidad de sentirse seducidos por su mente. Por otro lado, aunque ella es hábil para detectar el pensamiento retrógrado de su esposo (habilidad que le posibilita un lugar de víctima con el que obtener alguna ganancia) no lo es tanto para darse cuenta de que también ella reproduce un rol rancio y anticuado al fantasear con la posibilidad de que únicamente un hombre podría salvarla de su vida insatisfecha y tediosa a la que su marido la ha arrastrado. Motivada por el malestar que le produce ese complejo, no encuentra mejor manera de tratar de activar los celos de su marido que contándole su fantaseo con un oficial de la marina. Como no parece encontrar un mejor recurso, trata de estimular el deseo de su marido a través de los celos. En efecto, la constatación de no ser el único objeto de deseo para Alice es lo que lleva a Bill a cuestionarse. Las relaciones celotípicas parecen poner sobre la mesa la idea de que el deseo solo se puede satisfacer con sexo sin tener en cuenta que el trabajo, los estudios, las amistades o las aficiones también pueden estimular el deseo sin necesidad de hacer, con ello, daño a la pareja. Pero lo cierto es que ante el estado de impasibilidad y quietud en el que se encuentra su marido, el relato de la fantasía de su mujer con el oficial de la marina desata en Bill un cuestionamiento tortuoso de su virilidad. La función de Alice parece reducirse a ser la guardiana y garante del deseo de su esposo, mientras que el suyo propio queda en segundo lugar.

La discusión, iniciada en la intimidad de su habitación, es interrumpida por una llamada de urgencia que obliga a Bill a salir a la casa de Marion, cuyo padre acaba de fallecer. Pero el tema iniciado en la conversación con Alice parece tener continuidad en el personaje de Marion, con un parecido nada desdeñable al de su propia esposa. También el futuro marido de Marion se parece sospechosamente a Bill.

Marion deposita en el doctor toda la solución a sus frustraciones, le confiesa estar dispuesta a ser capaz de dejar a su futuro marido, a dejarlo todo por él. Marion reproduce la misma fantasía que Alice le había narrado a Bill con el oficial de la marina, y que tanto lo atormenta. Pero Bill reacciona sin dejarse arrastrar por fantasías y le responde con razón: “si ni siquiera nos conocemos”. Pero esto no lo libera todavía de su crisis de masculinidad, en la que la escena de sexo entre su mujer y el oficial no deja de atormentarle y ocupar sus pensamientos. Una pregunta parece obsesionarle: ¿qué es lo que falta en él que Alice busca en otro? Es básicamente la pregunta torturante que desata los celos, y que revela las dificultades para aceptar la falta, indispensable participante en el juego del deseo.

El encuentro casual con un grupo de chavales en la calle, que se burlan de él y ponen en cuestión su virilidad resulta propicio para que él proyecte sus inseguridades en el mundo exterior. La escena no es más que una manifestación externa de sus propias dudas y críticas internas. Esta confrontación con sus dudas e inseguridades lo llevarán a recorrer una serie de aventuras nocturnas que le obligarán a superar algunas fases. La noche comienza dejándose seducir por una prostituta que lo lleva hasta su casa, pero con la que finalmente no sucede nada. Llama la atención especialmente el tipo de mujeres tan cándidas y bondadosas con las que se encuentra durante toda la película, parecen ser ángeles que lo protegen y lo salvan más que criaturas de la noche.

El siguiente encuentro que tiene Bill es con Nick, un antiguo compañero de la facultad que toca el piano y que ya había saludado en la fiesta de Víctor. Es él quien le habla de una misteriosa fiesta secreta en una localización también misteriosa a la que acude con los ojos vendados a tocar el piano. Bill es atraído por el misterio del evento y decide asistir, Nick le facilita la contraseña para entrar, pero además debe hacerse con un disfraz y una máscara para poder asistir. Curiosamente, el establecimiento en donde alquilará el traje recibe el nombre de Arcoiris, es en ese lugar donde encuentra el pase hacia “el otro lado”, hacia el lugar en donde habita lo desconocido, lo siniestro y perturbador. El simbolismo ciertamente es bastante  simple, si en la rutina se encuentra comodidad y seguridad, en lo desconocido se encuentra la llama que aviva el deseo. En el establecimiento en donde se alquilan los trajes, Bill se encuentra con un excéntrico personaje que muestra una doble cara, la contraria a lo esperable, pues en la noche aparenta decencia (mostrándose escandalizado al descubrir a su hija con dos hombres en el armario) y durante el día se invierte, llegando a ofrecerle incluso los servicios sexuales de su hija a Bill. Entre la máscara y el personaje, en esa cuerda floja parecen moverse todos los protagonistas de esta película.



A continuación Bill coge un taxi para dirigirse a la mansión en la que tendrá lugar la fiesta secreta. Todos los contratiempos que va teniendo, Bill los resuelve con dinero, no parece tener grandes recursos más que los de comprar a la gente con dinero, su propio nombre nos evoca el significado de billetes. Una vez dentro de la fiesta y ataviado con el traje y la máscara, se encuentra con una escena absolutamente extraña y perturbadora, en un círculo conformado por personas cubiertas con capas y máscaras diferentes, un oficiante de la ceremonia ataviado con capa roja y con cetro expande incienso por la sala. El líder golpea el suelo con el cetro dorado y las personas más próximas a él, que conforman un círculo a su alrededor, dejan caer su manto revelando a varias mujeres desnudas y con tacones que llevan a cabo un ritual en el que cada una besa a la de su derecha. El líder vuelve a golpear el suelo con el cetro y ellas se dirigen entonces a buscar a un acompañante con el que se van. Una de esas mujeres se acerca a Bill y lo advierte de que corre un gran peligro, y debe irse cuanto antes. Resulta curioso que hasta en sus supuestas fantasías más oscuras Bill no deja de fantasear con una madre heroína que lo cuide y lo salve de toda depravación. El rol materno de salvadora y cuidadora emerge incluso tras la máscara de prostituta mayor. En un principio Bill no se deja castrar por esta figura materna pues desoye sus consejos de abandonar la fiesta. El doctor ignora la advertencia y se adentra en el lugar encontrándose con distintas escenas de sexo y orgías en las diferentes salas. Está atónito ante el descubrimiento de un club exclusivo de placer para la élite. La misteriosa mujer cuidadora vuelve a advertirle de que, tanto su vida como la de ella corren peligro si no abandona la fiesta. Bill vuelve a desobedecer las advertencias y es ahora arrastrado al centro del círculo de los encapuchados para ser cuestionado y descubierto por el líder. Le obligan a quitarse la máscara y luego le piden que se desnude, en ese momento reaparece la mujer en un piso superior desde el que reclama la libertad para Bill, ofreciéndose ella misma en su lugar. De nuevo la mujer misteriosa le quita las castañas del fuego a Bill, y lo salva de enfrentarse él mismo a las consecuencias de sus decisiones.

Esta fiesta secreta, oscura, sombría, sin luces brillantes, es el reflejo oscuro de la fiesta con la que arranca la película, iluminada por las luces y adornos navideños, los cuales están presentes hasta en la casa de la prostituta, lugar que tampoco escapa a la esclavitud de la máscara. 

Todo aparece, en esta segunda fiesta, invertido, en la primera los rostros están descubiertos y los cuerpos cubiertos, mientras que en el caso de la segunda las caras aparecen cubiertas y los cuerpos descubiertos. En la primera fiesta es Bill quien salva a una mujer (a la que reanima en el reservado de Víctor), y en la fiesta siniestra es al contrario. Estas similitudes nos sugieren que en el fondo de la primera fiesta se oculta la segunda, en la primera las máscaras sociales esconden las máscaras reales de la segunda. La fiesta se convierte a su vez en un reflejo de la propia vida del matrimonio, dominada por la máscara y el adorno social en la que todo lo aparente e imaginario tapa lo perturbador de la oscura realidad.

Cuando Bill regresa a casa, esconde su disfraz en un armario y encuentra a su esposa sumida en una pesadilla que le relata al despertar. Alice narra su sueño horrible y parece tener muchas similitudes con el propio periplo nocturno de Bill. Ambos se encontraban desnudos en una ciudad desierta, Alice se sentía aterrada y avergonzada ante esta desnudez, y culpaba a Bill por ello, éste se alejaba en busca de ropa para los dos, pero entonces el sueño cambia drásticamente, ahora ella se siente de maravilla (cuando Bill se aleja), extendida desnuda a la luz del sol en un jardín. De pronto el general de la marina sale del bosque y la besa, se entregan mutuamente y después empiezan a aparecer cientos de hombres, a los que también se entrega Alice. En el sueño sabía que Bill estaba mirando y por eso ríe con fuerza para burlarse de él. Bill la escucha perplejo y ambos se consuelan. Alice parece estar tomada por una comprensión del deseo que la libera y la esclaviza al mismo tiempo, el miedo que le produce acceder a la desnudez de sus vidas la hace refugiarse en una fantasía de seducción en la que otro hombre la toma, pero esa supuesta vía de salvación se convierte en una pesadilla más aterradora, pues ahora se siente obligada a satisfacer a miles de hombres, dejando ver también sus deseos sádicos de exponer las inseguridades de Bill, haciendo del deseo de él lo único susceptible de ser mostrado, olvidando y negando su propio deseo.

Tanto Bill como Alice buscan en el otro una figura materna y paterna respectivamente que los salve de su deseo, camuflado éste de perversión y del que no se atreven a hacerse dueños. De hecho, Bill al día siguiente acude a comprobar las consecuencias que se derivaron de su incapacidad para adueñarse de su deseo. Su amigo Nick ha desaparecido con indicios de violencia, y la mujer que lo salvó en la fiesta está ahora muerta en una morgue. La joven prostituta que lo llevó a su casa y lo trató con amabilidad resulta que ha dado positivo en las pruebas del VIH. Bill se siente atormentado por la culpabilidad, aunque solo parece ver en estas desgracias ajenas la suerte de que no le haya tocado a él, es incapaz de hacerse responsable de su deseo, el cual le motiva a querer averiguar algo más sobre la mansión en la que tuvo lugar la fiesta. Acude allí, aún sin saber muy bien qué busca, pero le dan un mensaje que le invita a cesar en sus averiguaciones, un superyó castrador que le impide adentrarse en las oscuridades del ello y que se refleja en la figura del hombre que vigila sus movimientos y lo sigue por las calles de Nueva York.

Bill no es parte de la élite, en la primera fiesta no conocía a nadie y en la segunda ni siquiera estaba invitado, pero él aspira puerilmente a ella pensando que puede conseguir lo que quiera con dinero, ofreciendo dinero a la prostituta, al taxista o al vendedor de disfraces, sin implicarse en absoluto en sus vidas, creyendo que puede saltarlos para acceder a la máscara que anhela. Un aparente deseo que se revela en realidad falso, al no querer responsabilizarse de lo que éste conlleva. Finalmente Bill se revela como un simple peón para este círculo de poderosos, gracias al cual consiguen reforzar su estructura de poder y en quien pueden proyectar una imagen de grandiosidad y esplendor con la que no solo ocultan su verdadero rostro sino que logran hacer de él un cómplice lacayo atormentado por la culpabilidad. Su propio nombre que evoca tanto la palabra billete como factura, nos sugiere que él es tan sólo una mercancía para los más ricos, lo mismo que para él representaron las personas a las que trató de comprar con dinero, la pirámide de poder se sostiene precisamente en la fantasía de creerse superior al otro, y la culpabilidad por ello hace de argamasa para que la pirámide no se derribe.

Bill se muestra verdaderamente rastrero cuando acude a la casa de Víctor, continuamente al servicio de los más ricos, obedeciéndolos en todo incluso a pesar de que con ello se convierte en cómplice de sus crímenes. Con su decoro valida y enmascara las bajas pasiones que mueven a figuras como Víctor, cuyas consecuencias se pueden observar por ejemplo en el contagio de VIH de la joven prostituta, incluso la compañera de piso de la joven reproduce la misma actitud rastrera que tiene Bill hacia Víctor. Ninguno de los personajes ofrece una referencia de moralidad para salir del círculo de perversión que todos sostienen. La película muestra cómo la élite ultra rica lo ve todo, incluso a las personas, como meros objetos de consumo, y en su ignorancia también los más insignificantes peones, aspirando fantasiosamente a esos niveles, contribuyen inconscientemente a aumentar los niveles de poder, riqueza y control de la élite.

En la visita a la casa de Víctor, éste golpea dos veces el tablero de una mesa de billar que muestra un fondo de color rojo muy parecido al de la estancia en la que también el líder de la secta golpeaba dos veces el suelo con su bastón, ¿es Víctor quizás, el líder de esa élite de ultra ricos? No lo sabemos, pero éste le ofrece a Bill una versión a todas luces falsa del relato de lo sucedido en la fiesta, le dice que Mandy murió por sobredosis, como tantas otras prostitutas mueren día a día, sin relación ninguna con las consecuencias de la fiesta. Víctor ofrece un relato que contradice incluso lo que Bill pudo ver con sus propios ojos, y le da una versión terrible de lo que no pudo ver con sus ojos (le asegura que si supiera quienes estaban detrás de las máscaras encontraría suficientes razones para querer proteger su vida y no seguir indagando más de lo debido). El refugio de la invisibilidad da a estos personajes de la élite vía libre para evitar las consecuencias de todas sus perversiones. El miedo y la culpabilidad de las personas como Bill sostiene los muros que los vuelven invisibles. El relato de Víctor sobre lo sucedido pone en cuestión la percepción de Bill acerca de lo que es verdadero y lo que es falso, le hace dudar de su propia percepción. Esta dualidad entre lo que es fantasía y lo que es realidad sirve de sostén para alimentar la inseguridad de Bill y los complejos que lo atormentan.


Al regresar a casa observa que la máscara está sobre la cama, al lado de Alice mientras ésta duerme. Sus aventuras y deseos siguen escondidos tras esa máscara que, incluso en la intimidad más profunda de su vida, sostiene para evitar el encuentro con lo terrible. Un conflicto le atormenta, refugiarse en su máscara de devoto doctor y padre de familia o revelarse como lo que realmente es, un individuo repleto de contradicciones y sometido al miedo de enfrentar sus propias debilidades y faltas. Algo se desborda en su interior que le hace mostrar parte de su debilidad y llora desconsoladamente refugiándose en los brazos maternales y protectores de su esposa. Finalmente ella también se acomoda en su máscara y aprovecha la debilidad de Bill para tener un papel importante en la trama y ensalzarse a sí misma como madre comprensiva y salvadora, su nivel menor de culpabilidad la hacen ser mejor sostén del muro de invisibilidad de la perversión. Ella le dice una extraña frase que también pone en duda los limites entre fantasía y realidad: “la realidad de una noche, por no hablar de toda una vida, no puede ser nunca toda la verdad”. El caso es que tampoco ofrece otras versiones acerca de esa verdad cuestionada por los acontecimientos de una noche y de toda una vida. No sabemos por tanto, cual es su aporte a la construcción de la verdad incompleta, o quizás no hay ningún aporte, y es tan sólo una renuncia a la verdad por la imposibilidad de hallarla completa. No es posible captar la completitud de ningún ser pero renunciar a ello cierra todavía más las cadenas de la incompletud y la imperfección. Quizás esta pequeña brecha abierta en la crisis de pareja haya servido para aportarles algo más de luz, ella dice que ahora están despiertos, podemos deducir que en efecto, un poco más despiertos que cuando arrancó la película sí están, (es también la primera vez que la escuchamos hablar sin estar drogada), pero ciertamente sabemos que el sueño continúa pues sin él no es posible la vida, y sus avances han sido esencialmente cobardes. Si la película arrancaba con la frase "ojos bien cerrados" podríamos decir que termina con la frase "ojos no tan bien cerrados", pero ciertamente cerrados aún.