Amor


Siguiendo las enseñanzas de Paula Lucero, que nos trae la poesía de Gustavo Cerati en relación con la teoría de Lacan, traemos hoy el concepto de nudo borromeo para hablar del amor. Este nudo sería la base de la subjetividad del sujeto y entrelazaría la dimensión imaginaria, la simbólica y la dimensión real.

La dimensión imaginaria del amor es aquella que tiene que ver con la perfección, la completud o la fusión, es allí donde coincidimos perfectamente y fantasiosamente con el otro. La dimensión simbólica es la del deseo, aquella por la cual no sabemos ni por qué, ni cómo, ni hasta cuando, no podemos saber qué es lo que ha generado eso, pero sin embargo sabemos que hay deseo, y que va más allá de nuestra voluntad racional. El deseo es incómodo porque actualiza la falta, nos hace necesariamente vulnerables y humildes, porque de pronto alguien empieza a hacernos falta, empieza a importarnos, y hace que la situación se complique, en la dimensión simbólica se activa también el deseo de dar. El amor en su dimensión imaginaria es solo narcisismo, es abastecimiento de necesidades. Lo imaginario ama la imagen, lo simbólico ama el nombre, la necesidad de buscar una palabra que defina el vínculo, que nombre esa relación que se genera entre dos personas. Lo que relaciona la dimensión imaginaria y la simbólica es aquello que le pedimos al otro, lo que esperamos del otro, es en la demanda en donde se articula el deseo. La dimensión real es la vertiente imposible e irremediable de la relación, es la constatación de que el otro al que amamos tiene algo de insoportable, o incluso nosotros mismos, ese insoportable tiene que ver con el goce, si logramos aceptarlo es cuando nos volvemos compatibles con nosotros mismos y con el otro. Lo real demanda de materialidad, demanda algo que hacer para ser juntos en ese imposible de la convivencia. En lo real uno se topa con que no había la armonía que uno pensaba, pero igualmente se puede hacer algo con esa falta de armonía, se puede conectar a pesar de esa falta de armonía. La dimensión simbólica transcurre en el terreno del malentendido, interpone los límites, como nombrar lo que se vive, etc... la dimensión imaginaria en el terreno de la completud perfecta o la fusión total, lo imaginario es todo o nada. La dimensión real transcurre en el terreno de lo imposible, en la que efectivamente no se conecta, lo real quiere registro, quiere que haya materia. En el amor están estas tres dimensiones al mismo tiempo.

A veces se confunde amor con sufrimiento, pero sin embargo lo que no llega a ser amor es lo que genera dolor, las aspiraciones, los fracasos, las decepciones, el quedarse a medias. La traición al pacto, al proyecto, eso es lo que lastima. El amor nunca lastima, sino que eleva, es encontrarse con alguien cuya particularidad nos conmueve, cuya singularidad admiramos, no se puede traducir en cosas demasiado racionales, ni en justificaciones, sino que es mucho más incierto, por eso a veces se quiere controlar, dominar y se entra fácilmente en la alienación. Si no se puede mantener el valor diferencial, pues es posible que se piensen cosas diferentes, o que se quieran cosas diferentes, entonces esa diferencia insoportable recurre a la elección forzada. Sin embargo el amor funciona al unísono que el deseo, pero no para colmarlo, sino para relanzarlo, actualizarlo y hacerlo circular. Cuando el requisito para estar con alguien es perderse como sujeto para ser convertido en objeto, entonces eso es la alienación. La alienación es una especie de fusión con el otro. Es necesaria la separación para permitir el fluir del deseo. Se trata de dos personas separadas que eligen estar juntas, el encuentro surge a través de la falta, del vacío, ahí reside la posibilidad de la libertad, frente al esclavismo de la alienación. La pasión imaginaria no quiere renunciar al objeto, lo quiere tener a toda costa, lo quiere controlar y estar seguro de él. La soberbia es el apetito desordenado, es querer que te aplauda uno como cualquier otro, es querer la veneración de la muchedumbre y ninguna en particular. Es estar interesado en ser gustado y en nada más que eso.

Pero como dice Gustavo Cerati, separarse de la especie, del rebaño o de la mediocridad, por algo superior no es soberbia, es amor. El amor es una renuncia al objeto para apuntar al Ser, es algo más elevado, es un privilegio. En el amor se visualiza algo del uno, de la unicidad, de aquello que solo esa persona nos puede dar, así como de lo único y personal que hay en nosotros, por eso tanto la otra persona como uno mismo se convierten en únicas. El amor altruista y completamente libre no es amor, puede ser afecto, como tampoco el poliamor es posible, podría llamarse polisexo o polirelación pero no amor, nos referimos al amor de pareja, es decir, a aquel que involucra lo sexual, pues en lo sexual la significación cambia por completo. El amor sexual implica unicidad.

El goce del cuerpo del otro no es signo de amor, apunta al goce pero no al Ser del otro. El amor es lo que hace signo, trae consigo una significación, es decir, que no nos va a dar lo mismo si está o no está. Aporta una significación importante. El amor es signo de que se cambia de razón, se cambia de discurso, la forma de razonar cambia. Sin embargo el goce es lo que no sirve para nada, es el exceso, lo que siempre va a estar asociado al masoquismo primordial, y por ende, a la voz del superyó, no al amor necesariamente, el goce es lo que genera dependencia y enganche. Tal como nos dice Lacan, solo el amor permite al goce condescender al deseo, por eso tiene una función mediadora entre el goce y el deseo. Mientras la angustia es paralizante, el amor es inefable, creativo. Cuando el goce y el deseo se entrelazan sin amor, entonces surge la condescendencia, el acomodarse por falsa bondad o conveniencia al gusto y la voluntad del otro, aceptar o tolerar con más o menos desdén, una complacencia que es amabilidad forzada, es apariencia, como esas parejas que en el fondo se odian, pero que han llegado a un acomodamiento de conveniencia.

En el amor algo del orden del deseo se expresa, y por tanto se calma, el amor es sublimación de deseo, como dice Lacan, es un hecho cultural. A través del amor uno puede gozar de su Ser, lo cual no es gozar del otro. La finalidad de amar es sentirse más vivo, si te sientes muerto es la prueba irrefutable de que no es amor. El amor pide amor, apunta al sujeto, al Ser, al Uno, está constantemente reactualizándose, en un tiempo en el que el siempre o lo eterno se vuelve presente, en el amor lo eterno es hoy. Hay una cierta barrera de la cobardía que se cruza en el amor, es necesario ser valiente para cruzar la barrera de la individualidad, para ir más allá e interactuar con otro discurso, otra forma de pensar, de hacer, y atreverse además a la posibilidad de salir modificado.

En el amor se actualiza la paradoja fundamental de la estructura del sujeto, pues por un lado es sentir que encontramos a alguien y por otro que nunca terminamos de encontrarlo, esa infinitud es la que apunta más arriba, a esa infinitud es necesario caer, por eso tantas veces se expresa el amor a través de la idea de caer (fall in love). Es una cuestión paradojal, subir y a la vez caer. En la caída está la subida. Repetición por un lado e invención por otro, ambas son inseparables. El amor es una manera de calzar lo que no encaja en la vida, sin saber muy bien porqué. El amor hace coexistir elementos muy diferentes entre sí, se fragua en torno a un nudo que entrelaza las diferencias. Es un medio para ordenar cosas que de otra manera no se podrían ordenar. El amor inquieta y a la vez tranquiliza, es lo terrible y a la vez lo divino, es la verdad que no podemos decir, pero que suponemos que nuestro compañero entiende y sabe, es una división irremediable, y como no se puede remediar requiere de una mediación, un puente que posibilite el encuentro. La fusión es imposible, solo es posible el puente, la alianza, o el nudo. Una sucia mezcolanza entre dos saberes inconscientes, pero operativa para ambos. El amor hace combinar a lo que no combina .