El amor es reconocimiento, del uno en el otro y del otro en uno, una unión misteriosa y trascendente que sacraliza, que hace que todo lo demás se vuelva sagrado. El símbolo es una conexión con esa red de amor que entrelaza el universo, genera sacralidad porque al reconocernos en él participamos un poco de ese amor, nos dejamos tocar tan profundamente como para que de pronto todas las barreras se esfumen. El símbolo es reconocimiento, es dotar a algo de significado. Los judíos dicen del shabat que no es Israel quien guarda el shabat, sino que es el shabat quien guarda a Israel, el símbolo es quien nos guarda a nosotros, son las palabras las que nos hablan a nosotros. Hubo un tiempo en el que el verbo creer no estaba sujeto a considerar o dar por válido algo, sino que creer era asumir un relato y experimentarlo en base a una práctica. En el símbolo, praxis y creencia se vuelven a unir.
Pensaría por ti las cosas
dejando que me las soñases.
Con mi velar y tu soñar
el camino sería fácil.
Yo daría los nombres justos
a los sueños que deshojases.
Encontraría para ellos
la voz que los encadenase,
la forma exacta, la palabra
que los llena de claridades.
Me acercaría hasta ti como
si fueses una orilla madre.
José Hierro