La angustia no engaña

La angustia es lo inexpresable por ininteligible, paralizante y aterrador, es el encuentro con lo real. Lo real, la angustia y el duelo se anudan entre sí, y nos invitan a hacer un recorrido que trata de desanudar la repetición del fantasma, para llegar a formular el trauma. Cuando se formula el trauma, es el sujeto el que adviene en su lugar, es lo inefable que sustituye a lo indecible. Vaciar la escena traumática de goce es lo que podría denominarse "despertar". La angustia es un elemento propio de la modernidad, surgió a partir del racionalismo, los antiguos no tenían que lidiar con los problemas de la angustia, por eso el hombre moderno debe lidiar doblemente con la caída, la que nos arroja al mundo finito y la que nos devuelve a ese agujero negro de lo real, infinito e imposible de simbolizar.

Fotograma de La hora del lobo, Bergman supo retratar muy bien ese abismo terrible que se encuentra en “el otro lado”. Un lado en el que viven los fantasmas, en esta película representados por ese grupo de espectros que seducen al protagonista desde su castillo aristocrático


Reproduzco parte de este artículo de Begoña Isasi, que nos ayuda a entender algunas de las claves de la angustia. 

Para Lacan, la angustia es la presentificación para el sujeto del deseo del Otro, se produce ante el significante enigmático del deseo del Otro. El enigma de lo que quiere el Otro y que el sujeto ignora, angustia. El sujeto no puede introducir su pregunta sobre ello porque no hay separación, el deseo del Otro no puede diferenciarse de su goce y es ahí donde surge la señal de la angustia.

La angustia que irrumpe en la pesadilla es una manifestación específica del deseo del Otro.

A diferencia de Freud, donde la señal de la angustia se produce en el yo y concierne a un peligro interno, es un signo que representa algo para alguien; para Lacan, en el Seminario 10 1, la señal no se produce en el yo, no es un peligro interno sino una manifestación del deseo del Otro, una demanda que no concierne a ninguna necesidad, que solo concierne a mi propio ser; es decir, que me pone en cuestión, que me anula, se dirige a mí como esperando, como perdido, solicita mi pérdida para que el Otro se encuentre en ella. Esto es la angustia.

Podemos considerar el despertar en el sueño como el instante en que la demanda va a encontrar su completa satisfacción. Definición que supone que es posible disolver la angustia evitando toda satisfacción de la demanda; por lo tanto, despertar y falta en ser son términos en continuidad.

Más adelante, en este mismo Seminario 10, la angustia es lo que no se presta a la dialéctica, lo que no se presta al significante: el resto, resto que no se puede resolver ni disolver con el significante. La angustia es un afecto que señala lo real, imposible de ser absorbido por lo simbólico.

En la pesadilla la angustia no es el signo de una demanda satisfecha, sino el índice de la irrupción del objeto a. El despertar sirve para escapar de esta angustia.

Podemos ver cómo Lacan va tratando de cernir el concepto de lo real, comenzando con el Das-Ding en el Seminario 7, y hasta el final de su enseñanza.

Hemos visto cómo el en Seminario 10 se trata del objeto a.

Continuamos con el Seminario 11, donde Lacan dice: “El análisis más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real”. Real de un encuentro, un encuentro esencial de lo descubierto por el psicoanálisis y que siempre se escabulle.

En este seminario utiliza dos términos aristotélicos para hablar de lo que no cesa de repetirse: el automaton, donde se encuentra una red de significantes, y la tyché, lo real como encuentro, encuentro fallido, que se presentó en la historia del psicoanálisis bajo la forma del trauma.

“Lo real está más allá del automaton, del retorno, del regreso, de la insistencia de los signos, a que nos somete el principio del placer. Lo real es eso que yace siempre tras el automaton, y toda la investigación de Freud evidencia que su preocupación es ésa”.

El sueño puede producir lo que hace surgir repetidamente al trauma, sino su propio rostro, al menos la pantalla que nos indica que está detrás.

¿Qué despierta? Se pregunta Lacan en el Seminario 11. En el sueño del niño muerto parece que lo que despierta es otra realidad diferente a la que Freud describe así:” Que el niño está al lado de su cama, lo toma por un brazo y le murmura en tono de reproche: Padre ¿acaso no ves que ardo?”. Esta frase alcanza lo real, es decir, lo real es lo que el sueño ha escondido tras la falta de representación y en su lugar solo hay un lugarteniente.

Hay un encuentro siempre fallido entre sueño y despertar, entre quien sigue durmiendo y cuyo sueño no sabremos, y quien sólo soñó para no despertar.