De entre todos los niveles de interpretación de los mitos, el que más me ha interesado últimamente es aquel que suele quedar fuera de los ámbitos académicos, el que hace alusión a una función trascendental que, como el resto de niveles interpretativos, también se encuentra en la realidad. El mito es un modo especial y verdaderamente completo de interpretar realidades significativas. Lo sucedido no es lo que el mito dice, sino aquello que el relato condensa, separa y re-significa para conducir nuestras capacidades de comprensión hacia ámbitos de mayor profundidad en los que la solución a los conflictos se encuentra más allá del plano de reacción instantánea propio de la experiencia. A través de una mentira cuenta verdades más asimilables y profundas.
Hoy en día el plano interpretativo que más abunda es el literal o histórico, aquel que por ejemplo explica el mito de Deméter y Perséfone como una especie de comprensión primitiva de los procesos de renovación de la naturaleza a través de los ciclos de las estaciones. Resulta un poco paradójico que precisamente un mito que no parte del plano histórico, sino del plano de la fantasía sea empujado de alguna manera a dar una explicación sobre la realidad histórica o literal. Por ello, es interesante diferenciar entre la tipología más propiamente greco-romana de los mitos y la tipología hebrea, pues la primera no parte del plano histórico, por eso mismo podríamos decir que parte de un primer nivel más elevado, mientras que la tipología hebrea parte del plano histórico y literal, y por ello su nivel de profundización abarca mayor hondura, es decir, es más completo, por no añadir que ciertamente el plano histórico es también el más próximo al místico, son los dos extremos que en la distancia se tocan.
Consideramos que ninguno de los 4 niveles de interpretación es excluyente, todos son válidos y necesarios para abarcar una visión de la realidad más completa, por eso llama la atención que a menudo sea, justamente en el ámbito literal y en el ámbito espiritual, en donde más actitudes excluyentes encontramos. Los ámbitos de interpretación que más han interesado en el mundo del arte han sido, tradicionalmente, los niveles más elevados y trascendentales, los cuales han hecho que el arte haya ayudado a enriquecer enormemente la profundidad del mito. Pero una tendencia que de hecho la modernidad ha puesto de relieve bastante bien, es esa cada vez mayor distancia entre la obra de arte supuestamente elevada y la forma de vida del artista que revela más bien una cierta bajeza moral, como ejemplo el caso de Godard y sus tendencias sádicas que tan bien identifica Francoise Dolto en este texto:
Invitada a un programa de televisión, contemplé extractos de filmes rodados con niños; entre otros, filmes de Godard. Ignoro por completo cuáles son las opiniones políticas de Godard, pero su comportamiento con los niños es chocante. Es una cámara-violación. No ha entendido para nada a los niños. Los niños a quienes interroga son sometidos a preguntas y se los trata con sadismo. A una niñita de 9 años, de aire inteligente: "¿Estás segura de que existes?" - "No sé" - "Mira, en este momento te estoy filmando; después, los demás verán una imagen tuya... ¿O acaso sólo eres una imagen? Cuando te miras en el espejo, ¿qué es lo que ves? ¿Te ves a ti, o ves tu imagen?" - "¡A mí!" - "¡Pero es una imagen!" - "Sí, es la imagen de mi" - "Entonces, lo que existe, ¿es tu imagen o eres tú? - "Soy yo, porque, aunque no haya espejo, yo sigo existiendo" - "¿Cómo lo sabes?"...
Es trágico ver a un niño sometido a este alud de preguntas. Y el juego tonto y malvado se prolonga. Godard se encarniza.
- "Tú haces cosas... tu cama, ¿la haces? ¿Pues quién la hace? ¿Mamá? ¿O la portera que viene a ayudar a mamá en casa? ¿Y tú?... ¿Y si no la hiciera nadie?" La niña responde, con buen sentido: - "¡Ah, bueno, no importa!". - "Entonces, si no haces nada, tú eres la imagen." El estúpido juego tenía lugar en una escuela, con la misma niña y durante el recreo.
(...)
Después se veía un cartel donde estaba escrito "OSCURO", con letras gruesas. -"Qué es, para ti, la oscuridad?" - "Bueno, lo negro." - "Y lo negro, ¿qué es?" - "Bueno, cuando uno duerme." - "¿Y por qué, cuando uno duerme? Uno puede dormir aunque sea de día". - "Sí, pero yo cierro los ojos y está negro." - "Entonces, cuando duermes, ¿está oscuro dentro de ti?" Aquí la niña no supo qué responder... Es tan idiota: son preguntas de intelectuales (¿de izquierda?) completamente idiotas, pero que al mismo tiempo intentan crear una suerte de desfase, provocar una interferencia entre dos lenguajes que no coinciden.
(...)
El niño tiene cierta manera de defenderse, de responder con sentido común o de esquivar mediante el silencio. Y ahí está la verdad. Pese a la agresividad del entrevistador, y a despecho de las inquisiciones de la cámara, el niño escapa. Ni siquiera esta justificación es aceptable. El niño escapa... pero queda marcado. Este juego no es inofensivo."
Este es un ejemplo de esa distancia que a menudo existe entre el plano más elevado del arte y la realidad más baja de la experiencia. Es una tendencia que también nos encontramos en el ámbito del simbolismo espiritual, en el que se tienden a despreciar por ejemplo las interpretaciones psicoanalíticas de los mitos por considerarlas moralistas, frente al ámbito más excelso y elevado de la interpretación anagógica. En el caso del mito de Narciso, por ejemplo, en el que se evidencia el castigo por la soberbia de no querer dar curso al fluir natural del enamoramiento y la sexualidad, y no ceder a su vivencia en pareja. Desde el punto de vista psicoanalítico se interpreta como una patología neurotizante, mientras que desde la perspectiva mística, la tozudez de Narciso se ve como el anhelo de trascendencia mediante un camino de introspección, una mística ascensional de alteridad refleja en la que la búsqueda de lo absoluto se define no por el desdoblamiento y la reunificación con una alteridad buscada fuera de sí, sino con la búsqueda interior de lo divino y lo absoluto.
Sin duda ambas interpretaciones son verdaderas y no excluyentes, lo que nos parece que sí revela algo de trampa o falsedad es la tendencia excluyente que considera poco profunda o superficial a la interpretación psicoanalítica por no llegar a los niveles más excelsos de la espiritualidad. Creemos que más bien es al revés, poco profundo es quien elimina uno de los niveles más incómodos para saltar directamente al más elevado, lo cierto es que las interpretaciones que se ofrecen desde el ámbito psicoanalítico no suelen tener pretensiones de abarcar ámbitos espirituales, sino que más bien se restringen al nivel del que se ocupa el psicoanálisis, es decir, el psicológico.
Pero esta tendencia a querer saltar la parte más fangosa y problemática del asunto la encontramos no solo en la modernidad, sino que ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, quizás sea esta tendencia la que pueda ofrecernos una explicación del porqué de la descendencia cósmica en la que se encuentra la modernidad, todos los ciclos cósmicos como los ciclos de la vida de un ser humano tienen un sentido y una razón de ser justificada a nivel de consciencia universal, así nos lo demuestran constantemente las revelaciones divinas al pueblo de Israel, por más oscura y sin sentido que nos parezca una época, siempre tiene una razón de ser.
Quizás podamos encontrar algunas claves precisamente en el mito de Narciso, pues en él se pone de manifiesto esa tendencia humana a huir de la problemática de la sexualidad y el encuentro con el otro. La dimensión mística del mito de Narciso que lo relaciona con la figura del andrógino nos conduce así mismo a algunas formas de comprender dicho andrógino que más bien revelan una cierta huida hacia lo contrario. No conviene olvidar, por ejemplo, que la alquimia es una ciencia de hombres, de célibes, de hombres sin mujer, de iniciados excluidos de la comunión humana en provecho de una sociedad masculina, como también lo contrario en el ámbito de la mística femenina. La doctrina del fuego de la alquimia está fuertemente polarizada por los deseos no saciados. El fuego íntimo y masculino, objeto de meditación aislado, es el más apreciado. Aunque en apariencia se trata de unir los opuestos, el resultado es que los sexos se separan todavía más, por eso la figura del andrógino en ocasiones ha derivado en una mayor separación entre los sexos, en lugar de todo lo contrario.
Joseph y la esposa de Potiphar
Bartolomé Esteban Murillo
En la mitología griega, Tiresias es el eje de una serie de leyendas que se relacionan entre sí, que a su vez provienen de un modelo mítico general que se ha dado en llamar "el tema de la esposa de Joseph Potiphar", recogido del Génesis, 36. Es un tema este que nos ha parecido fascinante, y en el que trataremos de profundizar más. Volviendo a la mitología griega, el sabio Tiresias es el eje tanto en la historia de Edipo como en la de Narciso. El primero puede convertirse en sabio precisamente cuando se arranca los ojos y es capaz de empezar a ver lo que no era tolerable para sus sentidos. Narciso, en lugar de perder la visión, descubre la característica imaginaria de maya al desmayarse y transformarse en narciso, palabra que en griego significa "narcótico", la profecía de Tiresias de que solo viviría hasta que viese su imagen se cumple finalmente y Narciso muere para poder volver a nacer, transgrediendo la norma que su madre le había impuesto de evitar a toda costa verse reflejado. La pérdida de la visión física como de la ilusión de maya es la que les da a ambos el poder de adquirir una verdadera visión o sabiduría espiritual, son en ambos casos, el final o la conclusión del relato. De hecho, la mayor parte de la narración mítica se despliega precisamente en todo el proceso previo, para hacer comprender la llegada al punto en el que se posibilita la iniciación espiritual. Diríamos que el relato mítico tampoco escatima en la necesidad de recorrer el camino.
Tanto desde la tendencia célibe religiosa como desde la tendencia moderna del narcisismo y su falsa vivencia de la sexualidad que el poliamor evidencia, ambas no dejan de ser diferentes formas de huida con respecto al verdadero encuentro del andrógino en el otro. La verdadera trascendencia espiritual pasa por el encuentro sexual con el otro, la sexualidad no puede ser una mera piedra en el camino, sino que más bien creemos que es, como bien identificó Freud, el camino mismo.