El interior que uno menos tolera de sí mismo, y que por tanto no puede procesar, es precisamente el que convierte en exterior, ese es el mecanismo de la proyección: poner en el otro lo que menos soporto de mi misma. Es ésta una relación entre esoterismo y exoterismo que se observa en la psique del individuo. Al desconectarnos del núcleo interior (que es el deseo), lo que sucede es que, dañando al otro (que en apariencia es exterior), termino dañándome a mi misma.
Es curioso comprobar cómo este mismo fenómeno sucede, de igual manera, en la religión, la cual, como el ser humano, está constituida por un componente exotérico y otro esotérico.
Así nos lo dice Frithjof Schuon:
El punto de vista exotérico, en efecto, debe desembocar, desde el momento en que no está vivificado por la presencia interior del esoterismo del que a la vez constituye su irradiación exterior y su velo, en su propia negación; es en este sentido en el que la religión, en la medida en que ella niega las realidades metafísicas e iniciáticas y se fija en un dogmatismo literalista, engendra inevitablemente la increencia; la atrofia causada en los dogmas por la privación de su «dimensión interna» vuelve a caer sobre ellos desde el exterior, bajo la forma de negaciones heréticas y ateas.