El concepto bíblico de Templo es esencialmente simbólico, la destrucción del Templo es uno de los ejes vertebradores del Antiguo Testamento, que además tiene también su reflejo en el Nuevo Testamento. Con la destrucción del Templo comienza de nuevo el exilio, un camino de regreso, de anhelo de recuperación del Templo, pero esta vez sin lugar físico al que regresar, el regreso ahora es hacia el corazón.
Sinagogas
Aunque no se conoce el origen exacto de las sinagogas se cree que aparecieron tras la destrucción del primer templo de Jerusalén en 587 a. C., tras el exilio en Babilonia. Comenzaron siendo simples lugares de reunión en los que conservar y cultivar la fe, podían ser desde una casa particular hasta un edificio de carácter civil. En el año 70 d.C. había en Jerusalén 400 sinagogas.
Las sinagogas en tiempos de Jesús eran centros comunitarios, con distintos usos civiles, como el de escuela o tribunal (Hechos 22,19), lugares donde se podían tratar las disputas vecinales, lugares de caridad (Mt 6,2), o donde se dialogaban problemas del pueblo. Además, también podían tener guardados trozos de los rollos de la Torá, y esta era leída una vez a la semana, por el rabino, la mayor parte de la población era analfabeta (Hechos 15,21). Como eran lugares comunales con distintos usos, no estaba muy claro el liderazgo de estos centros, y muchas veces se identifica a los fariseos (antecedentes de los rabinos) como los líderes de estos centros, aunque también lo eran los sacerdotes. Se dice que a partir de 10 hombres que quieran reunirse para el estudio de los textos sagrados, ya puede construirse una sinagoga, con los recursos de estos hombres, por tanto la sinagoga tiene una función al servicio de la comunidad, pues es la propia comunidad la que la construye. El templo es simbólico, la sinagoga es práctica.
En la actualidad la parte más importante de la sinagoga es el lugar en donde se encuentran los libros o rollos sagrados. Antiguamente, los papiros se guardaban en rollos, y estos a su vez en un estuche que los contenía. Es tradición, aún hoy en día entre los judíos, que en cada sinagoga debe haber los 5 rollos copiados a mano de los libros que componen la Torá (desde el Genesis al Deuteronomio), con todo lo artesanal del proceso que supone, en el cual se necesita una concentración máxima para no cometer errores. Los rollos se guardan además en un armario que se denomina arca (en honor al arca de la alianza), que se encuentra en el lugar Santo, suele ser un mobiliario construido de madera con puertas para cerrar la protección de los libros, y que también se podía embellecer con la colocación de cortinas adornadas con bordados y de terciopelo. Los rollos de la Torá y los de los profetas son los que se guardan ahí. Este lugar Santo entorno a los rollos, en cada sinagoga puede estar más o menos decorado, con columnas, cortinas... en función de los recursos económicos de cada una. Por otro lado, los estuches, que pueden ser de metal o incluso decorados con terciopelo, se pueden tocar para transportarlos, pero no se pueden tocar los rollos, para esto cuentan con unas manijas de madera a partir de las cuales se puede desenrollar el papiro. Solo esas estructuras de madera se pueden tocar, tampoco se puede tocar el texto con el dedo, para ayudarse en la lectura, cuentan con unas pequeñas manitas construidas en metal con esta función. Los rollos pueden sacarse del lugar Santo 3 días a la semana o en ocasiones especiales.
Templo
Los judíos tenían un solo y único templo, que era también símbolo de la unidad y por tanto del monoteísmo, este templo se trataba de una réplica del santuario, o templo móvil, que mandó construir Dios a Moisés en el desierto. Yahvé había escogido a un pueblo (símbolo de toda la humanidad), un templo (símbolo de todos los templos) en cuyo lugar santísimo solo podía entrar una persona (el sumo sacerdote) y una vez al año. El tabernáculo había sido construido como un símbolo del encuentro entre la unidad divina y el hombre, el lugar de la teofanía y del orden frente al caos del desierto, un símbolo del centro y del lugar en el que el cielo se encuentra con la tierra.
El simbolismo de la construcción del templo está en estrecha relación con el conocimiento del ser humano, el templo será el estado intermedio entre el macro y el microcosmos. El lugar sagrado frente al caos. Ningún elemento era casual o arbitrario, todos los elementos constructivos del templo, desde la orientación, a la disposición, estaban al servicio de una cosmovisión rica y compleja con la que trascender hacia un conocimiento más elevado de la realidad. La geometría sagrada a partir de la que se construye el primer templo es revelada por Dios, según la tradición, al rey David, aunque a éste no le está permitido construirlo, por tener las manos manchadas de sangre, el rey David había sido un rey guerrero, pero su hijo Salomón fue un rey pacificador, sabio, que cultivó el conocimiento, y fue él quien sí pudo construir el templo. El arquitecto era también una figura simbólica de conocimiento elevado, debía tener conocimientos de geometría, construcción, teología, etc...
Con la predicación de Jesucristo se transforma también el concepto de templo, el cual también es herencia de la propia transformación de la tradición judía. El cristianismo nació sin templo, sin lugar de culto, el nuevo templo sería, a partir de ahora, el cuerpo, el lugar sagrado al que hace alusión Jesucristo cuando dice “destruid este templo y en 3 días lo levantaré”. El cuerpo pasó a convertirse en el templo, un simbolismo que estuvo siempre implícito en la geometría sagrada que lo inspiró. El templo es el lugar de la teofanía.
Pero Jesús lanzó un fuerte grito y murió. En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y el centurión que estaba frente a él, al verlo morir así, dijo: «En verdad, este hombre era Hijo de Dios.» (Marcos 15, 37)Con la destrucción del Segundo Templo, Dios cambió su modo de interacción con el universo. Hasta la destrucción, el Templo era la ventana a Dios; la espiritualidad tenía un hogar físico en Jerusalén. Con la destrucción del templo, Dios mismo quitó temporalmente el templo de su localización geográfica y lo colocó dentro de nosotros. En vez de viajar a Jerusalén, quiso que lo encontráramos en nuestra Jerusalén interna. Ahora, nuestros cuerpos son nuestros templos, nuestras almas son nuestras ventanas, nuestras mentes son nuestro Cohanim y nuestros instintos animales son nuestros sacrificios. Si en los tiempos del templo era principalmente Dios quien bajaba hacia el mundo, en los tiempos del exilio somos nosotros los que debemos elevarnos, dentro de este mundo.
Primero fue una abrasadora y dramática exposición y revelación de divinidad, tangible y palpable en la realidad diaria, física. Después, fue una experiencia interna, personal, privada, forzándonos a buscarlo hasta hallarlo, trayendo toda la creación con nosotros. Pero las dos experiencias ponen la base para el tercer y último Templo — una etapa que sintetizará ambas direcciones de la espiritualidad. Una era en la cual la presencia de Dios en nuestros corazones y mentes y en el mundo físico se compenetrará para alcanzar una nueva realidad: la era Mesiánica o la Jerusalén Celestial.