Lo femenino


Todas las tradiciones han sido engendredadas a partir de la anterior. La religión de Grecia y Roma no sería posible sin los dioses indoeuropeos. La religión judía es heredera de la espiritualidad egipcia y babilónica. La cristiana es un encuentro entre éstas dos...

El gran conjunto de mitos y leyendas de la Antigüedad clásica nace estrechamente ligado a las creencias religiosas de los pueblos indoeuropeos, los más antiguos habitantes de Asia y de Europa. Lo que Homero y Hesíodo nos han legado es ya el resultado de una larga evolución de los mitos y creencias que eran, en parte, patrimonio de los pueblos que descendieron del norte.

Poco a poco, al ir descendendiendo al plano material, todas las religiones se quedan en una simplificación muy limitada de sus contenidos, podemos poner el ejemplo del ideal pagano que podría resumirse en la creencia de que un ser humano podría alcanzar la perfección divina, a pesar de que sabemos de sobra que la hybris fue uno de los pecados más castigado por los dioses.

La tradición judía reaccionó fuertemente contra este ideal de perfección que denominó idolatría. Trató de poner de nuevo los piés en la tierra y dejó claro que ningún ser humano es perfecto. Podría sentirse completo, pero no perfecto, porque siempre puede seguir elevándose de su estado y continuar perfeccionándose.

Para el que se cree por encima de los demás como para el que se cree por debajo, no dejan de ser dos maneras de no aceptar la imperfección. Quien no tiene misericordia de sí mismo, como quien no la tiene del otro, son en el fondo dos formas de soberbia, que se tocan en sus extremos.

Pero la religión luminosa de Grecia tenía también un lado oscuro, el "underground" de la religión fue el germen del cristianismo, pues los cultos mistéricos que se desarrollaron en paralelo a la religión oficial presentan ya muchas similitudes con lo que la revolución cristiana definió, principalmente de la mano de Pablo de Tarso, quien integró maravillosamente tradición yahvista con helenismo.

Frente al ideal pagano heredero de la cultura nórdica más propiamente heroica y masculina, el cristianismo contrapuso la cultura mediterránea del sur, mucho más emocional y femenina.
De alguna manera, el cristianismo fue el defensor del principio femenino, por más escandaloso que resulte hoy día decir algo así. En su época de máximo explendor, previo a la decadencia y corrupción, el cristianismo medieval, con San Bernardo a la cabeza, expandió el culto a María (principio femenino) por toda Europa, y de ello ha quedado un importante legado del que especialmente Galicia ha mamado abundantemente.

La belleza turbia, misteriosa e inquietante que representaron los prerrafaelitas en el siglo XIX dio inicio al mito de la femme fatal y la sexualidad destructiva, que derivó en una interpretación muy desviada y perversa de los roles de género en la mitología, entendidos hoy, en muchos casos, como ejemplos de maltrato a la mujer con los que afianzarse más todavía en el papel de víctima. 


El paganismo se corrompió por exceso de grandiosidad, pero los peligros del exceso de humildad pueden llegar a ser también muy perversos. Hoy vivimos en una extraña mezcla de ambas cosas, pues la cultura norteamericana del capitalismo copió toda la grandiosidad de Grecia y Roma sin un ápice de espiritualidad y nos la exportó de nuevo remezclada, incluso el tan a menudo criticado Papá Noel de Coca-Cola es heredero de una larga y fructífera tradición cristiana de culto a San Nicolás, patrón de Rusia, Grecia y Turquía. Y no contento con convertir la cultura greco-romana en un sucedáneo de cartón-pluma, ahora nos exporta también un principio femenino completamente corrompido y perverso que hace del victimismo un logro, el lamento perpetuo por tener la desgracia de haber nacido mujer, es decir el sexo "no privilegiado". Todo lo contrario de lo que el psicoanalisis había intentado: quitarle al sufrimiento su épica y sacar a las personas del lugar coagulado de víctima de su historia. A pesar de todo lo que se ha tildado a Freud de misógino fue, sin embargo, el primero que supo escuchar las voces del cuerpo y sacar a la luz el deseo que se ocultaba en la histeria, que fue precisamente una forma de rechazo a lo femenino; por aquel entonces se consideraba la histeria algo propio de las mujeres, porque en el hombre tenía otros canales de integración social, así lo expresa Francoise Dolto.

Entre los hombres, la histeria se utiliza en el ejército, en la política, en los juegos de influencia de los unos sobre los otros. La histeria es un comportamiento que está hecho para manipular al prójimo. Los desfiles militares son histeria, histerismo que, debido a que es social, se admite. Es histérico llevar un uniforme. Pero entre los hombres, no se daban cuenta de ello, mientras que la mujer no tenía más que su cuerpo para tratar de conseguir lo que se proponía, manipular el objeto de su deseo, para que le prestara atención.

Pero el sufrimiento no convierte a nadie en buena persona, más bien al revés. Del exceso de racionalismo que caracterizó a la modernidad pasamos a la irracionalidad más absoluta en la postmodernidad, cuya expresión máxima fue la psicosis e histeria normativa de leyes inmundas a las que nos arrastró la pandemia, justificadas en el aparentemente más alto pero falso valor del "cuidado del otro".

A veces, este relato tan extendido a través del marketing, sobre los cuidados, revela en el fondo un desprecio por todo aquello que trate de elevarse por encima de las cuestiones materiales y también un deseo oculto de voluntad de poder y de que en efecto el dependiente siga siéndolo y el esclavismo se perpetue.

Así lo expresa la psicoanalista Mercedes de Francisco:

La histeria es una forma de rechazo a lo femenino, y podríamos perder la potencia subversiva si las mujeres pensamos que se trata de participar de la misma lógica masculina, ser como ellos, hacer de hombres, en la política o en el trabajo, envidiar sus privilegios y creer que somos siempre nosotras las perjudicadas.

El problema que supone usar consignas y máximas que están relacionadas con “el para todos” tomando un sujeto de género femenino avalado por el solo hecho de su género nos puede llevar a consecuencias nefastas, como por ejemplo promover una nueva moralidad a la inversa. Considerar un “todas” y eliminar este “no toda” de la mujer y generar un universal queriendo definir lo imposible de definir. Esto puede derivar en un ejercicio de poder frente a la impotencia de la propia práctica. Una dejación de las responsabilidades de cada sujeto, lo que le viene muy bien al liberalismo porque no quiere sujetos responsables, quiere sujetos, en el mejor de los casos, “culpables” y en el peor, y es lo que se está fomentando cada vez más, cínicos o autistas en relación a su propio goce.

Si consideramos al patriarcado la causa última del rechazo a lo femenino, podemos considerarlo erradicable y así contribuimos con el sostén del neo-liberalismo eliminando el imposible y mantenemos un ideal educativo, adaptativo o sanitario que afirma que todo sería posible. No habría un invento que hacer cada vez frente a ese imposible, no tendríamos que encontrar nuestra manera de hacer. Volveríamos a una ilusión pre-freudiana, la ilusión que desterró Freud: lo que salió por la puerta vuelve a entrar por la ventana.