Visiones de Amós


7 Y el aspecto de las langostas era semejante a caballos dispuestos para la guerra; 
y sobre sus cabezas tenían como coronas de oro, y sus caras eran como caras de hombres (Ap,9)

La visión de las langostas de Amós se repite a lo largo de la Biblia.
3 Y del humo salieron langostas sobre la tierra; 
y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra (Ap,9)


En los capítulos 7-9 del libro de Amós encontramos cinco visiones simples pero muy simbólicas. Entre la tercera y la cuarta visión se intercala el relato de la polémica con el sacerdote de Betel, que contiene la vocación de Amós (7,10-17).

Para analizar los capítulos en los que se narran estas visiones (7,1 - 9,6) tendremos en cuenta la estructura numérica presente en todo el libro, el cual es un recurso típico de la tradición sapiencial, que también los profetas recogieron (Job 5:19-26; Prov 6:16-19; Prov 30:15-31). La estructura encadenada que se repite en los capítulos del 1 al 3 a través de los números 3 y 4 consigue un efecto de captar la atención de sus oyentes con un mensaje que resulta más fácil de recordar y repetir. Por tres pecados… y por cuatro no revocaré su castigo… se repite ocho veces, aumentando cada vez la expectativa de un clímax, resonando como el toque de una gran campana. Por 3 pecados y por 4, obtenemos el número 7 que es el número de los pecados capitales (7 también son las notas musicales). La calidad del pecado de los otros pueblos no es nada comparada a la de Israel, que es nombrada en el 8º puesto, número que simboliza la perfección, siendo por ello mucho más intolerable su pecado, y más duro su castigo.

Con este mismo efecto de progresión ascendente se introducen las visiones de Amós, en la primera (la plaga de langostas) y en la segunda (el fuego) Amós tiene capacidad para interceder por el pueblo y aplacar la ira del Señor, pero es a partir de la tercera donde ya el castigo es irrevocable: ”Ya no volveré a dejarlos sin castigo”.

La paciencia de Dios se desborda a partir del número 3 (la tercera visión), y es aquí donde se intercala el relato en el que interviene el sacerdote Amasías para decirle que “la tierra ya no puede soportar todas sus palabras”. El choque entre el sacerdote que defiende los intereses corruptos del pueblo y Amós, defensor de la palabra de Dios, provoca que éste sea expulsado del reino del norte. Una vez más (Am 2,12) el pueblo ha eliminado sistemáticamente a quienes les han recordado el compromiso con el Señor. No queda otro camino que el castigo, del cual nadie escapará (Am 2,14-16).

A partir de ahí se relata la cuarta visión por la cual queda patente que el pueblo está definitivamente maduro (o podríamos decir podrido) para el castigo:

He aquí, había una canasta de fruta de verano, 2 y Él dijo: ¿Qué ves, Amós? Y respondí: Una canasta de fruta de verano. Entonces el Señor me dijo: Ha llegado el fin para mi pueblo Israel. Ya no volveré a dejarlos sin castigo. 3 Los cantos del palacio se convertirán en gemido en aquel día —declara el Señor Dios. Muchos serán los cadáveres; en todo lugar los echarán fuera en silencio.

Hay una lógica armónica entre la primera y la segunda parte del libro, la visión del profeta es algo constitutivo de su ministerio, siente una urgencia interior que le obliga a hablar, a tiempo o a destiempo, con ocasión y sin ella. En las 2 primeras visiones el motivo por el que el profeta puede interceder por el pueblo ante Dios es la constatación de su pequeñez.

¿Cómo podrá resistir Jacob
si es tan pequeño?

Pero a partir de la tercera y la cuarta visión, queda patente que Israel no tiene la capacidad para mantener la conciencia de ser “pequeño” y “necesitado” de Dios. Dios había escogido al pueblo de Israel porque era un “no-pueblo” pobre y olvidado de Egipto, para que así ellos mantuvieran esa misma actitud respecto de los más débiles. Es a partir de la tercera visión que Amós comprende que no tiene sentido interceder. Israel mismo ha elegido su destino, ni Dios mismo puede echar para atrás esa decisión. Israel va a la autodestrucción por su propia voluntad.

Y sucederá que en aquel día —declara el Señor Dios—
yo haré que el sol se ponga al mediodía
y que la tierra en pleno día se oscurezca.
10
Entonces cambiaré vuestras fiestas en llanto
y todos vuestros cantos en lamento;
pondré cilicio sobre todo lomo
y calvicie sobre toda cabeza;
haré que sea como duelo por hijo único,
y su fin, como día de amargura.

Pero entre todos los castigos, hay uno que se revela como el peor de todos, así también lo constató Jesucristo en el evangelio de Mateo cuando dijo: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4).

He aquí, vienen días —declara el Señor Dios—
en que enviaré hambre sobre la tierra,
no hambre de pan, ni sed de agua,
sino de oír las palabras del Señor.
12
Y vagarán de mar a mar,
y del norte hasta el oriente;
andarán de aquí para allá en busca de la palabra del Señor,
pero no la encontrarán.

En este progresivo ascenso hacia la destrucción se narra la última visión de Amós en que aparece el Señor junto al altar, en ella queda patente la experiencia de lo terrible y atroz que supone el encuentro cara a cara final con aquel que no puede ser nombrado.