Detalle de una pintura de Louis Cattiaux
Una de las características que hemos visto que es propia de las falsas profecías es la promesa inminente de salvación (Mi 5,5), es decir, la ilusión de recuperar la grandeza en el plano material sin actuar en el plano espiritual, se trata de los valores que ponen la atención en lo externo, aquello que se hace para satisfacer la mirada externa del otro, no la de Dios, los recursos que a los ojos del racionalismo humano parecen más plausibles, son, sin embargo, para el verdadero profeta, símbolo de ignorancia. Para el verdadero profeta la salvación se encuentra en una dimensión muy diferente, conectada con la intervención del espíritu, por la cual las cosas materiales se ordenan solas, comprendiendo lo espiritual se comprende y se anticipa cualquier cosa en el plano material. La dimensión de la salvación pertenece a “los postreros días”, esa en la que no habrá más guerras ni división entre los hombres, la que viene derivada del nacimiento del niño divino, ésta idea pertenece al ámbito supra-racional, por eso ante una perspectiva racionalista parece una idea pueril e ingenua, sin embargo es al revés, lo ingenuo es creer que a través de la actuación en el mundo material se alcanzará algún tipo de salvación. Tanto las guerras, como la destrucción como los conflictos que asolan el mundo, son, bajo la visión profética, parte del castigo purificador que el mismo Dios impone, la salvación solo puede llegar a través de la condena. La desunión y destrucción es la propia de la materia, la de la historia de los pueblos y la de nuestros días; la unión es la del espíritu, y por tanto la del día venidero, la que está siempre por posibilitar de nuevo la Alianza, se trata de un proceso que no cesa nunca, dispersar y reunificar (solve et coagula), proceso constante de purificación. Es evidente que los días que nos han tocado vivir son la noche del espíritu, también esto lo profetizaron los profetas (Am 8,11-12), pero así como la época en la que surgió el profetismo en Israel fue una época de luz espiritual que llegó a iluminar incluso hasta nuestros días, así hoy nos ha tocado vivir una época oscura. ¿No se aplican a nuestra época, más que a cualquier otra, estas palabras del profeta Isaías?:
“Yhwh ha extendido sobre vosotros un espíritu de letargo; ha cerrado vuestros ojos, los profetas, ha echado un velo sobre vuestras cabezas, los videntes” (Isaías 29,10).
Pero si hablamos de profetas de nuestra época, deberíamos nombrar a Louis Cattiaux, pues la luz del espíritu no se apaga nunca para siempre, de la misma manera que también las estrellas nos alumbran en la noche y la oscuridad no es nunca total. Comparto el enlace a este texto de Emmanueld’Hooghvorst, sobre “El mensaje profético de Louis Cattiaux”, y del cual copio un extracto:
“Estas cosas no han sido escritas con un objetivo histórico —escribe Orígenes— no vayamos a creer que los libros santos nos cuentan la historia de los egipcios […] es para ti, que escuchas […] para que sepas reconocer que se ha alzado en ti un nuevo rey que desconoce a José. Es un rey de Egipto, te fuerza a dedicarte a sus ocupaciones, te hace trabajar para él la piedra y el mortero. Te impone jefes y supervisores, te conduce con el látigo y el palo a realizar trabajos de la tierra, quiere que le construyas ciudades. Te obliga a recorrer el siglo, turbar tierras y mares por afán de lucro. Este rey de Egipto es el que te hace pisotear el foro para juicios, disputar con los tuyos por un puñado de tierra […] cometer en tu casa bajezas y crueldades fuera de ella, infamias en tu propia conciencia. ¿Te das cuenta de que cometes tales actos? Tienes que saber que combates para el rey de Egipto, es decir que actúas bajo el impulso del espíritu de este mundo […]” (16)
Es la oposición de dos reinos, el de la luz y el de las tinieblas, cuyo príncipe “ya ha sido juzgado” por la vanidad de sus obras. A medida que la luz de Israel, al alejarse de su origen germina y crece, a su alrededor se produce, como por reacción, un endurecimiento de la corteza que la envuelve, una encarnación en una materia cada vez más grosera, que la oprime, la ahoga, y se opone ciegamente a su manifestación en el mundo.
“Cuando los sordos y los ciegos dominan en el mundo, los métodos groseros suplantan a los métodos sutiles” (M. R. XXVIII, 11), escribe el autor de “El Mensaje Reencontrado”; por eso, también “los hombres sutiles” se sienten prisioneros y exilados en el mundo. Intentemos, pues, descubrir quiénes son los israelitas oprimidos aquí abajo. No todos son descendientes de los patriarcas, sino sólo los “que fueron a Egipto con José”. Éstos están mezclados con los egipcios como el buen grano y la cizaña y nada les distingue a primera vista, nada, si no es su deseo secreto, pues “estamos hechos de la tela de la que están tejidos los sueños”, dijo Shakespeare, glosando a su manera esta enseñanza de las epístolas: “La fe es la sustancia de las cosas que esperamos”. (Hebreos XI, 1) Los verdaderos Israelitas no lo son según el cuerpo sino según el espíritu. (17)
“La falta consiste en dejar en el abandono y en la indigencia a los buscadores de Dios. Pero el crimen consiste en obligarles a los trabajos del mundo bajo el pretexto hipócrita de utilizarlos o salvarlos.”
M. R. XXVII, 50’.