Me sedujiste, oh SEÑOR, y quedé seducido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste. He sido el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí. 8 Porque cada vez que hablo, grito; proclamo: ¡Violencia, destrucción! Pues la palabra del SEÑOR ha venido a ser para mí oprobio y escarnio cada día. 9 Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por contenerlo, y no puedo.
Jer 20,7-9
Se me han acabado los ojos en puras lágrimas,
se conmovieron mis entrañas...
Porque enorme como el mar ha sido tu destrucción, hermosa Jerusalén. (Lamentaciones 2:11-13)
... las leyes de un dominio inferior pueden siempre tomarse para simbolizar la realidad de orden superior, donde tienen su razón profunda, que es a la vez su principio y su fin. Señalemos, con ocasión de esto, el error de las modernas interpretaciones "naturalistas" de las antiguas doctrinas tradicionales, interpretaciones que trastruecan pura y simplemente la jerarquía de relaciones entre los diferentes órdenes de realidades: por ejemplo los símbolos o los mitos nunca han tenido por función representar el movimiento de los astros, sino que la verdad es que se encuentran a menudo en ellos figuras inspiradas en ese movimiento y destinadas a expresar analógicamente muy otra cosa, porque las leyes de aquél traducen físicamente los principios metafísicos de que dependen. Lo inferior puede simbolizar lo superior, pero a la inversa es imposible; por otra parte, si el símbolo no estuviese más próximo al orden sensible que lo representado por él, ¿cómo podría cumplir la función a la que está destinado? En la naturaleza, lo sensible puede simbolizar lo suprasensible; el orden natural íntegro puede, a su vez, ser un símbolo del orden divino; y, por lo demás, si se considera más particularmente al hombre, ¿no es legítimo decir que él también es un símbolo, por el hecho mismo de que ha sido "creado a imagen de Dios"
La actividad profética israelita dio lugar a una ingente cantidad de literatura cuyo género, además, no tiene hoy parangón. Lo que tenían en común todas las figuras adivinatorias del momento es que cumplían una función mediadora entre Dios y el pueblo, el punto de partida en todos los casos era la experiencia humana del enigma sobre el presente y la preocupación por el futuro, pero quizás la principal diferencia que irá alejando a la profecía de la adivinación es que en el caso de la primera, el profeta está al servicio de Dios, (incluso llega a ejercer la actividad en contra de su propio interés, Jer 1, 5-12), mientras que la actividad adivinatoria está al servicio del templo, la corte, o los ciudadanos en general. Frente al poder de los objetos o los fenómenos naturales, el profeta se basa en el poder de la Palabra.
Pues así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y allá no vuelven, sino que abrevan la tierra y la fecundan y la hacen germinar, de suerte que otorgan sementera al sembrador y pan al que come, tal será mi palabra, que salga de mi boca: no volverá a mí de vacío, sin que haya realizado lo que yo deseaba y llevado a efecto feliz aquello para que la envié (Is 55, 10-11).
¿No es mi palabra como el fuego -oráculo de Yahveh- y cual martillo que desmenuza la roca? (Jer 23,29).
Por eso los he golpeado fuerte por medio de los profetas, los maté con las palabras de mi boca (Os 6, 5).
El profeta es, sobre todo, un hombre inspirado, no acude a archivos para saber lo que tiene que decir, tampoco acude a la experiencia humana de los sabios, ni a medios técnicos como por ejemplo los astros, las estrellas, las vísceras de animales, el agua, instrumentos varios, etc. El profeta, única y exclusivamente se basa en lo que Dios le revela.
" En la acepción usual, el profeta es el hombre que prevé, que predice. Todo el acento lo colocamos en el prefijo; el ver o el decir nos parecen secundarios… Pues bien, la profecía bíblica no es anticipadora más que de una forma muy accesoria. Su evidencia no está necesariamente ligada al porvenir; tiene su valor propio, instantáneo. Su decir no es un predecir; se dan inmediatamente en el instante de la palabra. La visión y la palabra son ciertamente un descubrimiento; pero lo que manifiestan no es el porvenir, sino lo absoluto… entre todos los intentos, reales o ilusorios, históricos o míticos, de relacionar lo divino y lo humano, tiene un lugar propio la experiencia profética."
A. Neher, La esencia del profetismo, Salamanca 1975, 9
Quizás las diferencias entre magia y religión no hayan estado nunca muy claras, ni tan siquiera hoy en día (o quizás hoy peor que nunca), pues cuando vemos a miles de personas hacer cola ante el Cristo de Medinaceli de Madrid para besarle los pies a la imagen, podemos preguntarnos si efectivamente eso es religión o es magia. También, en muchos casos se le ha llamado religión a lo que practicaba el grupo social dominante y magia a lo que se desviaba de estas normas. Sin embargo, en la Biblia las denuncias y condenas a las diferentes formas de magia y adivinación son muy claras, como vemos en Ez 13, 17-23, o en el pasaje de Dt 18, 9-14.
Tenemos el mensaje profético, y vosotros haréis bien en prestarle atención, como a lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que amanezca el día y el astro matutino amanezca en vuestras mentes. Pues habéis de saber ante todo que ninguna profecía se encomienda a la interpretación privada, pues la profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que algunas personas movidas por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios (2 Pe 1,19-21).
La literatura profética de Israel se sitúa en la parte de la Biblia Hebrea titulada Profetas (Nebiim en hebreo). Las otras dos partes que componen la Biblia Hebrea son la Torá o Ley y Ketubim o Escritos. El apartado de Profetas se clasifica en Anteriores (Josué, Jueces, 1º y 2º Samuel, 1º y 2º Reyes) y Posteriores, estos a su vez se clasifican en Mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel) y Menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías). Sin embargo, debemos tener en cuenta que toda la Biblia se considera profética, pues es Moisés el que representa la experiencia máxima del profetismo, siendo la Torá o Ley superior a todas las demás palabras, es por ello que toda la escritura hace referencia, de alguna manera a la experiencia básica de Moisés.
La superioridad de Moisés proviene de la superioridad de su relación con Yhwh. El Éxodo es el acontecimiento fundamental de la historia de Israel, y es que además muchos autores han querido ver en el Pentateuco una “vida de Moisés” que comienza en Ex 2 y acaba con su muerte en Dt 34. Los textos que enmarcan las tres partes principales de la Biblia Hebrea subrayan la importancia de la Torá, especialmente en su dimensión profética. Pero es que además la revelación recibida por Moisés no solo está en el germen de los textos sagrados del judaísmo, también del cristianismo e islam, todas ellas son conocidas como las religiones del Libro. Este vínculo o alianza entre Dios y el Libro es importante, pues implica que tanto el Libro como Dios reunificado son una misma realidad trascendente.
Podemos decir, por tanto, que la Biblia presenta a Moisés como el origen de la comprensión del profetismo. El éxodo y la experiencia de la esclavitud hacia la libertad es esencialmente todo lo que origina y desata el deseo de Dios.