Así, cuando Blake escribe, «Yo te doy la punta de una cuerda de oro, sólo enróllala en una bola; Ella te conducirá a la puerta del cielo Construida en la muralla de Jerusalén», no está usando una terminología privada sino una terminología cuyo rastro puede seguirse hacia atrás en Europa a través de Dante (questi la terra in sè stringe, Paradiso I.116), los Evangelios («Ningún hombre viene a mí, excepto que el Padre… tire de él», Juan 6:44, cf. 12:32), Filón, y Platón (con su «única cuerda de oro» a la que nosotros, las marionetas humanas, debemos agarrarnos y por la que debemos ser guiados, Leyes 644) hasta Homero, donde es Zeus quien puede tirar de todas las cosas hacia sí mismo por medio de una cuerda de oro (Ilíada VIII.18 sigs., cf. Platón, Teeteto 153). Y no sólo es en Europa donde el símbolo del «hilo» ha sido corriente durante más de dos milenios; también se encuentra en contextos islámicos, hindúes, y chinos. Así leemos en Shams-i-Tabr¥z, «Él me dio la punta de un hilo… “Tira”, dijo “para que yo pueda tirar: y no lo rompas en el tirón”», y en Håfiz, «guarda tu punta del hilo, para que él guarde su punta»; en el Íatapatha Bråhmaˆa, ese Sol es el amarre al que todas las cosas están atadas por el hilo del espíritu, mientras que en la Maitri UpaniΣad la exaltación del contemplativo se compara al ascenso de una araña por su hilo; Chuang-tzu nos dice que nuestra vida está suspendida de Dios como si fuera por un hilo, que se corta cuando morimos.
Texto extraído de: El Cuerpo sembrado de ojos, A. K. Coomaraswamy