En enero de 2022 llegué por primera vez a Doncos, y lo que en aquel momento de pleno invierno parecía imposible, en marzo comenzó a hacerse realidad. A raíz de un episodio de angustia durante una de las primeras noches en mi nueva casa en la montaña, me vino a la cabeza una canción que cantaba mi prima Beni a su hija Laura, no siendo yo mucho más madura psicológicamente de lo que era mi prima Laura de 2 años (yo debía de tener 11 o 12 años). El caso es que la canción dirigida a calmarla a ella se coló también en mi universo simbólico y la letra de Susanita tiene un ratón se me quedó grabada para siempre al igual que el hechizo de descubrir lo bien que cantaba mi prima Beni. Con los años también Laura perpetuó en ella esta capacidad para el canto de su madre.
Poco tiempo antes de escuchar esta canción y más o menos en el mismo escenario, tuvo lugar un suceso que activó de manera inconsciente la angustia que años después consiguió calmar en parte la canción cantada por mi prima. En el universo simbólico no existe el concepto de tiempo lineal. Así que, 30 años después, renace de nuevo esta canción en mi mente como bálsamo directo para mis angustias.
Existe una fibra fina que conviene tejer delicadamente entre fantasía y realidad. Hoy en día escuchamos mucho hablar del término utopía, la modernidad asocia quimera con desvarío o delirio, contraponiéndolo al sueño de sociedad perfecta “realizable” de la utopía, al cual se llegaría a través de la razón y lo científico. La utopía no parece alertarnos sobre los peligros que conlleva perseguir lo irrealizable, aunque si atendemos al origen etimológico de esta palabra, creada a partir de dos palabras griegas “ou” (que significa no) y “topos” (que significa lugar) encontramos que lo que quiere decir este término es “lugar que no existe”.
La palabra griega Χιμαιρα (Khimaira) designa un ser monstruoso femenino creado por la mitología griega, en origen parece que significa animal femenino de un invierno de edad. Se formó a partir de la raíz indoeuropea ghei- (invierno). Con la misma raíz indoeuropea, pero procedente del latín, tenemos las palabras invierno, hiemal, hibernar o hibernación.
La utopía nos engaña, la quimera nos alerta del peligro, puesto que se trata de un monstruo con cabeza de león, torso de cabra y cola de dragón, la quimera debe ser domada. Así ocurre también con la fantasía, tal y como nos enseña la mitología, no es casual que de la unión entre la Quimera y Ortro (el terrible hermano de Cerbero) haya nacido la Esfinge, pues ella es la que nos conduce al enigma, y sólo a través de él podemos conectarnos con la realidad o la verdad. Los falsos (falos) atajos que propone la utopía no existen, por tanto una debe estar atenta para diferenciar bien los matices y no dejarse engañar. La quimera es la hablante, la que guía hacia un conocimiento que influye directamente en la vida, siguiendo las palabras de J. E. Cirlot, y él a su vez las de Goethe, esa influencia se traduce en modificación y rememoración de lo trascendente.
La dimensión simbólica que puede adquirir para un individuo un determinado animal nos revela que los animales son mucho más que bestias monstruosas (o mascotas adorables), son además un injerto sutil de lo simbólico en el ser humano. Hay una faceta en nuestros procesos psicológicos cargada de una cierta dimensión animal, que de alguna manera nos contagia, nos instaura una forma de ver primordial y de la cual nos repercute en recovecos de identificación, o de una experiencia sin palabras como la angustia.
Es a través de estos procesos de angustia que podemos hacer frente al peligro de la fantasía, como el héroe que se enfrenta a las criaturas monstruosas, y que realiza un viaje simbólico que comienza descendiendo a las profundidades del inv(f)ierno para resurgir en la primavera y completar el ciclo de resurrección. Estos procesos que se repiten cada año con el cambio de las 4 estaciones operan igualmente a lo largo de la vida de un ser humano y sus 4 edades.
Para integrar la experiencia de la quimera o del sueño a la vida en el tiempo de vigilia es importante el ritual, ésta es la forma simbólica de traer la información del inconsciente a la mente consciente, anclándola en el mundo físico. Las acciones rituales no tienen por qué ser complejas ni incluir símbolos y oraciones. Pueden ser cosas sencillas como escribir o visitar a alguien, o realizar una acción que indique la comprensión del mensaje.
No hay héroe sin monstruo, al igual que no hay realidad sin fantasía, ni verano sin invierno.
Poco tiempo antes de escuchar esta canción y más o menos en el mismo escenario, tuvo lugar un suceso que activó de manera inconsciente la angustia que años después consiguió calmar en parte la canción cantada por mi prima. En el universo simbólico no existe el concepto de tiempo lineal. Así que, 30 años después, renace de nuevo esta canción en mi mente como bálsamo directo para mis angustias.
Existe una fibra fina que conviene tejer delicadamente entre fantasía y realidad. Hoy en día escuchamos mucho hablar del término utopía, la modernidad asocia quimera con desvarío o delirio, contraponiéndolo al sueño de sociedad perfecta “realizable” de la utopía, al cual se llegaría a través de la razón y lo científico. La utopía no parece alertarnos sobre los peligros que conlleva perseguir lo irrealizable, aunque si atendemos al origen etimológico de esta palabra, creada a partir de dos palabras griegas “ou” (que significa no) y “topos” (que significa lugar) encontramos que lo que quiere decir este término es “lugar que no existe”.
La palabra griega Χιμαιρα (Khimaira) designa un ser monstruoso femenino creado por la mitología griega, en origen parece que significa animal femenino de un invierno de edad. Se formó a partir de la raíz indoeuropea ghei- (invierno). Con la misma raíz indoeuropea, pero procedente del latín, tenemos las palabras invierno, hiemal, hibernar o hibernación.
La utopía nos engaña, la quimera nos alerta del peligro, puesto que se trata de un monstruo con cabeza de león, torso de cabra y cola de dragón, la quimera debe ser domada. Así ocurre también con la fantasía, tal y como nos enseña la mitología, no es casual que de la unión entre la Quimera y Ortro (el terrible hermano de Cerbero) haya nacido la Esfinge, pues ella es la que nos conduce al enigma, y sólo a través de él podemos conectarnos con la realidad o la verdad. Los falsos (falos) atajos que propone la utopía no existen, por tanto una debe estar atenta para diferenciar bien los matices y no dejarse engañar. La quimera es la hablante, la que guía hacia un conocimiento que influye directamente en la vida, siguiendo las palabras de J. E. Cirlot, y él a su vez las de Goethe, esa influencia se traduce en modificación y rememoración de lo trascendente.
La dimensión simbólica que puede adquirir para un individuo un determinado animal nos revela que los animales son mucho más que bestias monstruosas (o mascotas adorables), son además un injerto sutil de lo simbólico en el ser humano. Hay una faceta en nuestros procesos psicológicos cargada de una cierta dimensión animal, que de alguna manera nos contagia, nos instaura una forma de ver primordial y de la cual nos repercute en recovecos de identificación, o de una experiencia sin palabras como la angustia.
Es a través de estos procesos de angustia que podemos hacer frente al peligro de la fantasía, como el héroe que se enfrenta a las criaturas monstruosas, y que realiza un viaje simbólico que comienza descendiendo a las profundidades del inv(f)ierno para resurgir en la primavera y completar el ciclo de resurrección. Estos procesos que se repiten cada año con el cambio de las 4 estaciones operan igualmente a lo largo de la vida de un ser humano y sus 4 edades.
Para integrar la experiencia de la quimera o del sueño a la vida en el tiempo de vigilia es importante el ritual, ésta es la forma simbólica de traer la información del inconsciente a la mente consciente, anclándola en el mundo físico. Las acciones rituales no tienen por qué ser complejas ni incluir símbolos y oraciones. Pueden ser cosas sencillas como escribir o visitar a alguien, o realizar una acción que indique la comprensión del mensaje.
No hay héroe sin monstruo, al igual que no hay realidad sin fantasía, ni verano sin invierno.
“La auténtica esencia del ser humano no se halla en su supuesta definición aristotélica como un animal racional, errónea traducción de las palabras griegas politikon zoon, que convierten al hombre en un animal político, de la polis, es decir, de la ciudad, y que alcanza su plenitud en la realidad social, sino en lo que, con raíces platónicas, ha propuesto la tradición denominada generalmente como philosophia perennis, y que se ha encarnado desde el siglo XIX en la consideración del hombre como un animal simbólico, que recubre la realidad perceptiva y material a la que se enfrenta constantemente con un manto de signos que permiten iluminarla y dotarla de sentido, por medio, primordialmente, de las formas lingüísticas, pero también de las formas icónicas propias del arte y, en general, de toda forma de pensamiento que a través de conceptos o imágenes, transmuta la realidad física en realidad simbólica, un universo laberíntico de signos y símbolos que constituyen la verdadera diferencia específica del hombre con respecto al resto de seres de la Naturaleza.”
César García Álvarez
No hay ningún método espiritual sin estos dos elementos básicos: discernimiento entre lo real y lo irreal, y concentración en lo real. El primero de estos dos elementos, el discernimiento o la discriminación (vijñāna en sánscrito), no depende de ninguna forma religiosa especial; sólo presupone la comprensión metafísica. El segundo elemento, sin embargo, requiere un soporte de carácter sagrado, y esto significa que sólo se puede llevar a cabo dentro del marco de una tradición normal.
Titus Burckhardt
Mosaico de Belerofonte matando a la Quimera.
Mis particulares rituales
Camiño da Paleira, (monte Xirondo). Doncos
Camiño da Paleira, (monte Xirondo). Doncos