Todo acto creativo pasa por el amor, fuerza unitiva entre el cielo y la tierra, que posibilita el encuentro en la semilla, en el punto, que da origen a la línea. El evangelio de San Juan describe la creación desde el silencio a la palabra:
“En el principio (silencio) era la palabra (verbo) y la palabra estaba con Dios y Dios era la palabra”… “y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”.
Según Tertuliano "el rayo divino, que es el Verbo o el Logos, descendió a una virgen, tomó carne en su seno y nació, hombre y Dios a la vez". Lo observamos también en los diferentes mitos de unión de la divinidad con la naturaleza carnal de los humanos, como en el caso de Zeus (Júpiter) con tres jóvenes terrenales: Leda, Danae y Antíope. También en el Corán, en el capítulo 2 tenemos una referencia simbólica a este descenso a las entrañas de la tierra. Iblís, el ángel superior que no quiere adorar a una criatura hecha de barro, se niega a rendir homenaje al hombre, a postergarse ante la creación de Dios, y por lo tanto es expulsado del paraíso, esto se explica con la caída del ángel del cielo a los infiernos, Lucifer (el que lleva la luz del cielo a la tierra). Es el símbolo de la ruptura entre dos niveles que se han de reconstruir, el demonio, lo inevitable en la creación.