Es una experiencia así la que cuenta Julien Gracq: "Penetramos andando en una de las altas avenidas negras. La calma de la noche era absoluta; un agua gris y cenicienta llenaba la zanja estancada entre los acantilados a pico de los árboles, como el agua de un cañón submarino. Muy pronto, la marcha se hizo silenciosa, luego nos empezó a invadir una sensación de malestar; habíamos salido para una larga marcha, apenas media hora después, decidimos desandar el camino. Creí entrever aquella noche la fuente de la angustia que pesa sobre la travesía de los grandes bosques en una noche sin luna". La noche urbana carece de este tipo de brillo, pues debido al persistente ruido de los automóviles -que despoja de todo misterio- y al horizonte cerrado por los edificios, no hay dimensión metafísica alguna y, sobre todo, porque la luz tamizada tiene como único objetivo precisamente el de neutralizar el miedo, banalizar el lugar.
David Le Breton. Elogio del caminar
David Le Breton. Elogio del caminar