Geografía afectiva




Llaman a la puerta de casa y, como suele ser habitual en mi, abro sin titubear ni preguntar. En la puerta hay un chico desnudo y muy atractivo interesado en venderme algo, creo que son semillas de tejo. Me aseguro de tener las llaves conmigo porque me doy cuenta de que he cerrado la segunda de las puertas de mi casa. Para entrar hay que pasar antes por un pequeño descansillo o rellano, una pequeña llanura entre puerta exterior y puerta interior que hace los efectos de aislamiento térmico, similar al que antiguamente tenían las galerías. Una de las consecuencias de tener un mal aislamiento térmico en una casa es la pérdida de calor, lo cual es una merma de energía innecesaria. Después de dejar entrar a alguien hasta la cocina es mucho más complicado echarlo, y existen métodos menos violentos para hacerlo. 
Tras ofrecerme su desnudez, el chico vendedor de semillas descubre que se acercan unos vecinos incómodos y decide que es mejor ponerse un pantalón de chándal. 

No hay día que no piense en salir a caminar por la playa, la arena del puerto, la llanura, el rellano, las sienes o los vértices de tus cejas. Hay paisajes urbanos, rurales, agrestes, salvajes, de mar, montaña o de río, y todos ellos dependen del clima afectivo con el que los recorras. El camino, al igual que el cuerpo, nunca mide lo mismo. Encuentras, cada vez que lo recorres, diferentes envergaduras, volúmenes y valores. Me gusta salir a caminar porque en cada piedra puedo ver la rigidez mental que me invade en ocasiones; en cada montaña descubro lo suave que puede llegar a ser mi sensualidad si permito que se expanda a través del sol, poroso, permeable y esponjoso, que traspasa todos los aislantes térmicos de mi piel, para llegar directamente hasta la cocina. En cada tejo puedo ver la historia de un lugar al que, antes que yo, han llegado muchos otros, han pisado y han pensado las mismas imágenes que hoy se pasean por mi mente, impidiéndome avanzar y cerrándome el paso ante el terror de las sombras que incitan a volverme sobre mis pasos. Esas mismas imágenes que, con la luz de la mañana se esconden para permitir que sean ahora los pies los que creen y crean el camino, la historia.
Mi nuevo príncipe es el tejo, él tiene una madera flexible, fuerte e imputrescible. Es capaz de adaptarse a las condiciones más extremas, a los climas afectivos de alta montaña y a las geografías imposibles, su identidad no está en el tamaño ni en la forma, la esencia de su fuerza está en reconocerse el más débil, en la doble cualidad, esto es lo que lo protege de ser destruido. A veces es tóxico y a veces curativo, puede encontrarse al pié de los cementerios e iglesias como símbolo de inmortalidad, en otras ocasiones es lúgubre y venenoso, a determinadas temperaturas emite toxinas gaseosas, con efectos alucinógenos, y esto hace que aumenten las leyendas mágicas asociadas a su poder, el poder que le otorgan como tónico cardíaco, loción contra las picaduras de víboras o contra el reumatismo, e incluso como anticancerígeno, gracias a los "taxanos" que contiene su corteza y hojas. El tiene la capacidad de creer y de crecer, quiso atravesar la dificultad de los accesos que te conducen hacia su sabia. La sabiduría del tejo.