Fotos: Iria Friné Rivera Vázquez. Montaje: Marta Cuba.
Es una de esas piscinas cubiertas, rodeada de paredes de cristal empañado, en las que la gente aprende a nadar y está obligada a ir en pañales. He estado varias veces aquí y no me gustan la cantidad de gente que suele haber ni el adiestramiento necesario para asistir. Todo el mundo parece disfrutar y me siento presionada a disfrutar también. Protocolos de piscina: gorro, bañador, chanclas y toalla, llave de taquilla y olor a cloro. Todas esas chicas en los vestuarios, con sus cuerpos perfectos y mi cabeza recortada por el gorro. Siempre he sentido rechazo hacia los protocolos de enseñanza en general, no me gustan los cursos ni los cursillos, tampoco las piscinas de bolas, los parques de atracciones, las estaciones de skí, los parques acuáticos, el paintball, los festivales de música, el oktoberfest, el puenting, la coca-cola y las palomitas en el cine, los centros comerciales, los centros de ocio, los aeropuertos, las tarjetas de puntos, los descuentos por ser socio, pedir cita para el médico, las pastillas para el dolor de regla, y los protocolos de actuación...
Un grupo de niños y niñas de aproximadamente 6 años, mi bañador de rayas verdes y blancas, de punto (seguro que el menos apropiado para una piscina de cloro) y todos saltando de uno en uno al agua y en fila india; llega mi turno y la coreografía de lanzamiento se paraliza, me aferro a la tabla azul de porispam (ojalá pudiera salvarme). Soy incapaz de saltar, alguien me empuja por detrás y el cloro y la rabia invaden mis fosas nasales, no puedo sentir más odio hacia ese maldito charco de agua en el que nos obligan a chapotear. Después, unas señoras nos empujan a vestirnos en el orden adecuado: camiseta, braga, calcetines, disciplina militar para aprender a vestirse y a nadar. ¿Aprender a vestirse? Nunca comprendo nada, yo ya sé nadar, y voy acumulando preguntas estúpidas.
El monitor me enseña varias fotos de las parejas de instructores que van a cuidar de mi durante las clases de nado, él mismo aparece en una de ellas, son fotos muy artísticas, no parecen fotos de monitores de piscina. En una de las fotos se ve a una pareja, chico y chica, de una belleza especial, personal, ella tiene un pelo como el mío, rizado y pelirrojo, e incluso se permite no guardarlo completamente dentro del gorro, el es calvo, puede ponerse el gorro sin que le afee el aspecto, es atractivo. Ambos están a pié de piscina, en diferentes alturas, él de cuclillas, ella en una línea diagonal un poco por detrás de el, la foto es en blanco y negro, y es tan bonita que me motiva para asistir a las clases de baile. Debo solicitar unas chanclas y un gorro para poder entrar, alguien tiene que darme un número y también una botella de agua para lavarlos. El recinto se ha vaciado, los cuerpos han dejado de alborotar, y ahora me encuentro un poco más segura. ¿Aprender a vestirse? ¿Una depresión crónica? ¿Ir a clases de refuerzo? ¿Los botines de punta afilada no son pertinentes para bailar?
Estoy en un almacén, lo cruzo para llegar a unas escaleras que están al final del recinto. Cuando llego, uno de los hombres que trabaja por allí se fija en mis zapatos, los conoce, y cree que pudo habérmelos vendido. Los zapatos deben tener por lo menos 10 años, le hablo de lo buenos que han salido, y el le da más énfasis todavía a la calidad de los botines, es un buen vendedor de zapatos. Incluso se pone a rebuscar en sus papeles para saber cuándo es posible que me los haya vendido. Son unos botines de punta, negros, muy elegantes y macarras, con unas tachuelas discretas por los lados, me entran ganas de volver a usarlos, el señor me ha recordado que realmente me encantan esos botines. ¿Seré capaz de identificar el momento más apropiado para usarlos de nuevo? Cualquiera que sea el momento, nunca será bueno para mis competidoras, que me miran con envidia, intento disculparme nuevamente por agredirlas visualmente con ellos.