La libertad en Cristo o el esoterismo de Pablo

El sentido y alcance del misterio de Cristo fue, en todas las cartas de Pablo, un tema fundamental. 

La Epístola a los gálatas es una carta escrita, probablemente en el año 56, por Pablo de Tarso a los cristianos que habitaban la provincia romana de Galacia, en Asia Menor (que correspondía a la actual zona sur del Asia menor, donde estaban la región de Licaonia y las ciudades de Iconio, Listra, Derbe y Antioquia de Pisidia).

Es uno de los más espontáneos y vehementes escritos de Pablo. Su tema central es la libertad del cristiano y la confrontación entre la ley y la fe. Pablo no pretende contradecir la Ley y por eso mismo cita múltiples referencias al Antiguo Testamento como prueba de su defensa del Espíritu frente a la carne. Algunas de esas referencias, en el capítulo 3 y 4 de la carta a los Gálatas son: Gal 3, 6; 3, 8; 3,10-13; 4, 27; 4, 30

En todas ellas Pablo transmite la comprensión transgresora que hace Jesucristo de la Ley. En cuanto leemos la primera referencia a Abraham en su carta (Gal 3, 6), nos vienen a la cabeza estas palabras de Jesucristo recogidas en el evangelio de Juan (Jn 8, 39-47):

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. 40 Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. 42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. 44 Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. 45 Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. 46 ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? 47 El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.”

Ser hijo de Abraham es también serlo de Dios, lo cual supone no venir de uno mismo, pues ningún ser humano se da vida a si mismo. Jesucristo, como Pablo, diferencia con claridad entre el padre de la carne y el Padre del espíritu, uno es símbolo de muerte y otro de vida. 
Es interesante esta referencia porque parece que la lectura que se ha dado, en ocasiones, del pasaje del sacrificio de Isaac haya convertido al profeta en una persona sumisa, como si su fe se sostuviera en dos decisiones contradictorias, la de matar a su hijo Isaac y la de no hacerlo. Derivado de esta ambigüedad, se ha propuesto a veces un modelo de fiel relacionándose con la divinidad como el de una persona sumisa. Sin embargo, tanto la interpretación de Jesús como la de Pablo nos hablan de un Abraham valiente, que obedece a la máxima divina por excelencia, que es la libertad y por tanto la afirmación de la vida, es decir, negarse a matar a su hijo Isaac (que era lo que prescribía la ley del momento). Una máxima que procede de Dios y no de uno mismo, Abraham se somete a la libertad, su obediencia lo hace libre y por tanto también soberano frente a la ley. Es importante destacar el concepto de “sumisión a la libertad”, puesto que la negación de someterse a la ley no es fruto de una arbitrariedad, Abraham no hace lo que le da la gana, falsa idea ésta de libertad bastante extendida en la actualidad. Así también lo deja claro Pablo cuando dice: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Gal 5, 13-14)

También en Abraham se anticipa la no diferenciación por cuestiones de raza, sexo, credo o linaje. Pablo sostiene su defensa de la aceptación de los gentiles sin obligación de someterse a la ley (Gal 3, 8) precisamente en la Ley, en Gen 12, 2-3: “Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.”

Abraham supo identificar bien la diferencia entre la ley de Dios dictada por la época (y circunstancias históricas específicas) y la Ley de Dios dictada por el Espíritu, o podríamos también decir por el corazón, en tanto que órgano intelectual, no sentimental.

En la carta a los Gálatas, Pablo apela en numerosas ocasiones a estas diferencias esenciales entre el nivel inferior representado por la carne o las cuestiones del cuerpo y el nivel superior, que es el del Espíritu: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada, sino la fe que obra por amor.” (Gal 5,6). Cabría también ver un paralelismo entre las cuestiones exotéricas y las esotéricas, representadas unas por la ley o el dogma y otras por el Espíritu y por el Cristo, hijo de Dios.

En relación a la carne es interesante hacer notar la referencia a Sara, (Gal 4, 27) la cual es estéril por la carne pero fértil por el espíritu, pues da a luz a Isaac en su vejez. Con el ejemplo de Sara, Pablo transmite con claridad los niveles de jerarquía por los cuales nada que tenga que ver con lo exclusivamente físico o corporal puede suponer un impedimento real para la Vida (en mayúsculas).

Alegoría de la libertad en Cristo
21 Decidme, los que deseáis estar bajo la ley, ¿no oís a la ley? 22 Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. 23 Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa. 24 Esto contiene una alegoría, pues estas mujeres son dos pactos; uno procede del monte Sinaí que engendra hijos para ser esclavos; este es Agar. 25 Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, porque ella está en esclavitud con sus hijos. 26 Pero la Jerusalén de arriba es libre; esta es nuestra madre. 
(Gal 4, 21-26)

Ismael, hijo de la esclava Agar, e Isaac, hijo de Sara, la mujer libre, son presentados por Pablo como símbolos de la vieja y la nueva Alianza, ésta última es también símbolo de la Jerusalén celestial, la que trasciende las cuestiones geográficas (físicas), para apelar a una Jerusalén que está aquí y ahora en el interior de cada uno, en una contemplación directa de las realidades espirituales, pues también a menudo el camino ordinario de muchos creyentes se ha entendido como dirigido a obtener un estado de bienaventuranza o recompensa tras la muerte. Sin embargo, las palabras de Pablo son claras, y verdaderamente nos transmiten un cristianismo plenamente esotérico. Su distinción entre el cumplimiento de las leyes como una cuestión del orden individual y en relación con la época histórica totalmente circunstancial; su distinción entre la ley como una cuestión indirecta y el Espíritu como una cuestión plenamente directa, por la cual el Hijo de Dios vive en uno, nos parece que son también diferenciaciones claras entre el nivel exotérico (inferior) y el esotérico (superior).