En todas ellas Pablo transmite la comprensión transgresora que hace Jesucristo de la Ley. En cuanto leemos la primera referencia a Abraham en su carta (Gal 3, 6), nos vienen a la cabeza estas palabras de Jesucristo recogidas en el evangelio de Juan (Jn 8, 39-47):
“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. 40 Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. 42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. 44 Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. 45 Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. 46 ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? 47 El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.”
Ser hijo de Abraham es también serlo de Dios, lo cual supone no venir de uno mismo, pues ningún ser humano se da vida a si mismo. Jesucristo, como Pablo, diferencia con claridad entre el padre de la carne y el Padre del espíritu, uno es símbolo de muerte y otro de vida.
También en Abraham se anticipa la no diferenciación por cuestiones de raza, sexo, credo o linaje. Pablo sostiene su defensa de la aceptación de los gentiles sin obligación de someterse a la ley (Gal 3, 8) precisamente en la Ley, en Gen 12, 2-3: “Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.”
Abraham supo identificar bien la diferencia entre la ley de Dios dictada por la época (y circunstancias históricas específicas) y la Ley de Dios dictada por el Espíritu, o podríamos también decir por el corazón, en tanto que órgano intelectual, no sentimental.
En la carta a los Gálatas, Pablo apela en numerosas ocasiones a estas diferencias esenciales entre el nivel inferior representado por la carne o las cuestiones del cuerpo y el nivel superior, que es el del Espíritu: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada, sino la fe que obra por amor.” (Gal 5,6). Cabría también ver un paralelismo entre las cuestiones exotéricas y las esotéricas, representadas unas por la ley o el dogma y otras por el Espíritu y por el Cristo, hijo de Dios.
En relación a la carne es interesante hacer notar la referencia a Sara, (Gal 4, 27) la cual es estéril por la carne pero fértil por el espíritu, pues da a luz a Isaac en su vejez. Con el ejemplo de Sara, Pablo transmite con claridad los niveles de jerarquía por los cuales nada que tenga que ver con lo exclusivamente físico o corporal puede suponer un impedimento real para la Vida (en mayúsculas).
Alegoría de la libertad en Cristo
21 Decidme, los que deseáis estar bajo la ley, ¿no oís a la ley? 22 Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. 23 Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa. 24 Esto contiene una alegoría, pues estas mujeres son dos pactos; uno procede del monte Sinaí que engendra hijos para ser esclavos; este es Agar. 25 Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, porque ella está en esclavitud con sus hijos. 26 Pero la Jerusalén de arriba es libre; esta es nuestra madre.(Gal 4, 21-26)
Ismael, hijo de la esclava Agar, e Isaac, hijo de Sara, la mujer libre, son presentados por Pablo como símbolos de la vieja y la nueva Alianza, ésta última es también símbolo de la Jerusalén celestial, la que trasciende las cuestiones geográficas (físicas), para apelar a una Jerusalén que está aquí y ahora en el interior de cada uno, en una contemplación directa de las realidades espirituales, pues también a menudo el camino ordinario de muchos creyentes se ha entendido como dirigido a obtener un estado de bienaventuranza o recompensa tras la muerte. Sin embargo, las palabras de Pablo son claras, y verdaderamente nos transmiten un cristianismo plenamente esotérico. Su distinción entre el cumplimiento de las leyes como una cuestión del orden individual y en relación con la época histórica totalmente circunstancial; su distinción entre la ley como una cuestión indirecta y el Espíritu como una cuestión plenamente directa, por la cual el Hijo de Dios vive en uno, nos parece que son también diferenciaciones claras entre el nivel exotérico (inferior) y el esotérico (superior).