Kore, pupila indecible

 


El pavo real estaba dedicado a la diosa Hera en la antigua Grecia, consorte de Zeus y reina del cielo, se dice que la noche estrellada es el rostro de Hera. Los antiguos creían que dicha criatura era inmortal, por tanto es símbolo de la belleza que no puede morir; su cola, sembrada de ojos, representa el firmamento estrellado. Y también en el contexto cristiano, el pavo real se asocia a la vida después de la muerte, a la inmortalidad no solo del alma, también del cuerpo. El pavo real tiene que ver con este misterio porque su carne es inmortal. A menudo también a los ángeles se les representa con alas plagadas de ojos, porque también ellos son cuerpos espirituales, es decir, inmortales.

En el lenguaje de los alquimistas, siempre inclinado a las metáforas herméticas, la cola del pavo real (cauda pavonis) marca un punto específico en la transformación de la materia hacia la piedra filosofal o el elixir. Patrick Harpur, en su libro Mercurius, describe este estado visionario:

La oscuridad remanente se desdobla como los pétalos multicolores de una flor metálica. Cada pétalo enjoyado cintila en una constelación de zafiros, ópalos, esmeraldas, amatistas, rubíes y ónix. Los colores se transforman y fusionan, parpadean y se disipan, como una encarnación de Iris.

También la figura que fluctúa en la pupila es figuración en movimiento y engendradora de oscuridad. Una sola figura de múltiples transformaciones y rostros, kore, pupila indecible. Kore es la pintura que emerge de la oscuridad de Hades tensión bajo la luz del oculto deseo, impulsada por su propia fuerza germinadora.

Estobeo, Eclogae Physicae et Ethicae, I, 3-12

Del libro sagrado de Hermes Trismegisto, de aquellas que llaman Kore del cosmos (epikaloumenes Kore cosmou):

Con el nombre de "Kore del cosmos" la figura de Kore parece confundirse con la de Isis y con la imagen de la pupila que, en griego, se dice kore (cfr. R. Reitzenstein, Poimandres. Studien zur griechisch-ägyptischen und früchristlichen Literatur, Teubner, Stuttart, 1966, p.145).

La muchacha indecible, G. Agamben