Lo sexual sagrado


A menudo se dice de Freud que para él todo era sexual. Sin embargo nos olvidamos de que el predominio (mejor sería decir la comprensión) de lo sexual se inició específicamente con el cristianisno.

Michel Foucault, en su cuarto volumen de la Historia de la sexualidad, Las Confesiones de la carne, libro dedicado al análisis de la moral sexual elaborada por los Padres de la Iglesia entre los siglos II y V, acuña el sintagma o el concepto de “hombre de deseo”. Foucault nos viene a decir que el sujeto de deseo tal como hoy lo conocemos se forjó ya entre los siglos II y V, y en concreto, además, con la experiencia monástica. Parece forjar este concepto a partir de la articulación entre, por un lado los ejercicios espirituales que Casiano desarrolla en el marco de sus reflexiones sobre la castidad, y por el otro, la concepción de la libido elaborada por Agustín de Hipona.

En las tesis de la castidad desarrolladas por Casiano en la V Conferencia, divide el pecado de la fornicación en tres tipos: el primero, trata la "conjunción de los dos sexos" (commixtio sexus utriusque); el segundo, se comete "sin contacto con la mujer" (absque femineo tactu); el tercero es "concebido por el pensamiento y el espíritu".

En ésta última clasificación (a la cual se le dió mucha más importancia que a las otras dos) ya aparece la primera noción (tal como Freud también lo entendió) de que lo sexual no era unicamente el acto sexual, sino todo lo que tiene que ver con la subjetuvidad. En ese sentido, ya se apuntaba a que la sexualidad no es lo mismo que sexo o genitalidad, sino más bien una condición global del ser humano, en cuanto que está orientado a un otro. La sexualidad orienta al ser humano hacia un otro, lo libera de su aislamiento y lo abre a un tú, para poder encontrarse consigo mismo en el tú. Fue el cristianismo el que inició la comprensión acerca de que la sublimación verdadera de los instintos no consistía unicamente en evitar los actos, además había que tener en cuenta los pensamientos.

Por ejemplo, un monje, en un monasterio, por más que no pecase con el acto sexual, podía, sin embargo, en su discurso o sermón practicado ante las miradas de los otros, sentirse deseado por ellas. O podría también creer que ese sermón que dá, lo hace por amor a Dios y sin embargo, cometer pecado de soberbia, porque en realidad lo estaría haciendo más bien para lucirse. O por ejemplo, si explica el pecado de la fornicación para prohibirselo a otros, pero en realidad lo está haciendo porque le excita el tema. La sospecha sobre el pensamiento sin duda está presente desde hace siglos. 


Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni, Bernini 1671-74, (Barroco Italiano), Escultura en mármol, 188 cm

La manera de entender este problema en el cristianismo apuntó de manera mayoritaria a no implicarse en ese deseo, mientras que el psicoanálisis de Freud apuntó justamente a implicarse.

Aunque la práctica cristiana derivó mayoritariamente en, justamente, eso que pretendían evitar, no deja de ser llamativa la comprensión de lo sexual que se ha ido forjando ya desde sus orígenes en la historia de Occidente. En la cultura oriental está presente la cuestión de la superación del deseo, pero este deseo abarca todos los ámbitos, no resulta tan específicamente sexual como sí lo es en la cultura cristiana occidental. Freud no inventó nada que no llevase siglos sucediendo, tan solo se paró a observar un poco más detenidamente. Tanto el cristianismo como el psicoanálisis supieron ver que la verdadera sublimación de los instintos conducía a una sexualidad plena y elevada, hasta tal punto que la metáfora de la Esposa y el Esposo se encuentra muy a menudo en los textos bíblicos. 
Se trata siempre de una experiencia de unión, la sexualidad nos permite trascender la dualidad de los cuerpos, hacia la unidad.

A través de todos los testimonios de las místicas visionarias, nos enfrentamos al llamado Eros místico, metáfora permanente y reiterada, a caballo entre dos polos aparentemente irreconciliables: el erotismo y la santidad (lo más sagrado y lo más profano). 


“Puede decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte”.

 Bataille. 'El Erotismo' 



El célibe se liga a Dios en lo más profundo, esto quiere decir que su compromiso implica la aceptación total de su sexualidad y de su cuerpo, esta unión con Dios se muestra en su compromiso con las personas, en su compromiso con una comunidad concreta. En teoría, dicho compromiso debería evitar que el célibe (al igual que el que adquiere un compromiso matrimonial) use al otro para su propia autoafirmación, que sólo interactúe con él mientras resulte afirmativo y exitoso para él. Quien se compromete, lo hace para el servicio. La falta de compromiso de los monjes es la misma que la de los matrimonios. Hoy (la época en que más creímos vivir la sexualidad) se observa con frecuencia miedo al compromiso, tanto antes del matrimonio como antes del ingreso a la vida religiosa. 

Éxtasis de Santa Teresa
Gian Lorenzo Bernini

Sexualidad significa capacidad de entrega. Aceptar y permitir conscientemente la sexualidad significa realizar esta capacidad de entrega en una donación al otro, de tal manera que la persona está dispuesta a acompañar al otro en sus necesidades. Un signo de aceptación de la sexualidad es la apertura al otro; no limitarse únicamente a un encuentro espiritual, evitando la responsabilidad, sino darse al otro, a la persona entera, con un rostro, con sentimientos, intereses, preocupaciones y problemas.

Desarrollar plenamente la sexualidad implica la conciencia del cuerpo, sentirse en el cuerpo, percibir su piel, sus sentidos, sus vísceras. El caso es que, en algunos célibes (y no célibes) el deseo de relaciones sexuales es muchas veces un sustituto de vida no vivida, del cuerpo no vivido.

Pero no es casual que Jesucristo se haya encarnado en un cuerpo, que su cuerpo sea además el Templo de Dios. El Espíritu de Dios penetra el cuerpo, lo hace transparente, como la sexualidad plena es una fuerza positiva que mantiene vivo y orientado todo el cuerpo.

"Destruid este Templo y en tres días lo levantaré"

La Resurrección
Dirk Bouts