New York, New York.
I want to wake up in a city
That never sleeps,
And find I'm a number one,
Top of the list,
King of the hill,
A number one.
La canción, popularizada por Frank Sinatra, expresa los deseos de triunfar "en la ciudad que nunca duerme", su tono entusiasta contrasta con el tono melancólico y triste en la interpretación, a lo Marilyn, que hace Carey Mulligan, la actriz que junto a Michael Fassbender protagonizan el film que traemos hoy (ambos ofrecen un despliegue interpretativo magistral). Shame es el segundo largometraje del cineasta inglés Steve McQueen, y aunque generalmente se pone el foco en la adicción al sexo de Brandon, su protagonista principal, yo prefiero poner el foco en la pareja de hermanos (Brandon y Sissy) y la adicción al goce que los dos atraviesan. La relación incestuosa que retrata tan magistralmente esta película, nos muestra la desesperación que condena a dos hermanos (que podrían ser también una pareja cualquiera) y al género humano en general, a no poder vincularse emocionalmente en una relación amorosa. Como afirma Fassbender: “Brandon es un producto de nuestro tiempo”. La pulsión de muerte es el principal protagonista de esta película, el goce es llevado a sus extremos, como motor que, tras la caída del Nombre del Padre, puede guiarnos hacia la posibilidad de una reflexión ética que nos permita comprender que lo contrario de la vida no es la muerte sino la indiferencia entre la vida y la muerte.
No es una película fácil, pero lo cierto es que, dentro del género que se ha puesto de moda de retratar la decadencia de nuestra civilización (todas las de Lars von Trier por ejemplo, para mí insufribles) es, quizás, una de las que mejor lo logra. Su grandeza está en no olvidar la dimensión ética que esa decadencia esconde. Retratar, sin concesiones, los principales temas de la dimensión humana del hombre, sin caer en el cinismo. El imperativo del goce es lo que, en nuestra sociedad, conduce a las personas a no sentirse responsables de sus síntomas, y a que el sufrimiento experimentado pueda ser alargado hasta el infinito, pero sin llegar nunca a ser suficiente como para encontrar en la repetición un impulso que conduzca al deseo de cambiar. El rechazo del saber inconsciente toma la forma de vivir en un continuo pasaje al acto, y un constante rechazo de la mirada del Otro que conlleva una pérdida del sentido de la vida.
Entre estos hermanos parece emerger, constantemente, un pasado compartido del que no logran salir. Un pasado que se convierte en presente continuo, pues todo aquello que no logra simbolizarse tampoco permite hacer historia. La hermana lo expresa magistralmente en esa frase que le dirige al hermano “no somos malos, venimos de un mal lugar”, es una manifestación tremenda, un pequeño trozo del discurso de estos personajes que hace las veces de explicación al impulso de muerte al que sus vidas se han visto condenadas, esa cárcel que se expresa en las lágrimas contenidas que ambos dejan entrever durante la canción que ella interpreta sobre el éxito y la felicidad (que a ellos les ha sido negada). Un “mal lugar”, puede que sea eso que podemos intuir “sin valor”, el “sin valor” que se transmite como herencia directa de madre a hijos, sin pasar por la Ley de la castración y su función simbólica. Estos dos hermanos representan la huida hacia adelante en un intento desesperado de evitar la Ley. La ausencia de Ley simbólica se pone de manifiesto tanto en lo masculino patológico como en lo femenino patológico, ambas formas diferentes de ser devorados por la negación del deseo, lo cual se ha vuelto norma en nuestra sociedad.
Brandon representa el icono de hombre de éxito, joven, apuesto, seductor, en la gran ciudad que es también paradigma de la ciudad del éxito. La imagen con la que arranca la película nos introduce, de manera brutal, en esas tan extendidas representaciones del Cristo yaciente, mostrando a nuestro protagonista desnudo, bello, mientras suenan la variaciones de Bach. Al principio de la película, la vergüenza todavía no está presente, al contrario, lo que muestra la película es más bien la falta de vergüenza. Brandon es un hombre aparentemente bien integrado en la gran ciudad, tiene una bonita casa y todos los complementos deseables que le identifican como “hombre de éxito”, podría decirse que lo tiene todo. Aunque su compulsión a la masturbación y a las relaciones sexuales anónimas nos hacen intuir que algo no va del todo bien. Su vida transcurre en una incansable tarea por aplacar el vacío existencial, entre su trabajo, su soledad y una actividad sexual vacía y compulsiva. No es un libertino, como una mirada ingenua podría pensar, sino que es el retrato del individuo condenado al encierro emocional. Pocas frases, cortas y contundentes, son suficientes para abrirnos a la desolación que atraviesan los personajes. Entre algunas de sus tareas rutinarias está la de abrir su ordenador y poner en marcha el contestador automático (hoy todo esto está ya integrado en el móvil, extensión de nuestro propio cuerpo), es de ahí de donde proviene una voz femenina que le dice “soy yo, llámame”. No sabemos aún quién habla, son pocas palabras, pero suficientes para indicar que son las primeras en dirigirnos hacia una relación más personal, menos anónima y más íntima. Las palabras que llegan desde el contestador interrumpen la rutina más o menos asentada y acomodada de Brandon, su contrariedad es evidente, su falta de contestación evidencian un lugar incómodo que la voz femenina ha venido a introducir. Es una voz que evidencia el retorno de lo reprimido, todo aquello que pretende ser escondido debajo de la alfombra pero que emerge, de alguna forma u otra, como emergerá también la vergüenza, hasta ahora más o menos camuflada por Brandon. Y lo cierto es que no es raro que el protagonista prefiera huir del chantaje emocional que traen estas palabras: “me estoy muriendo, tengo cáncer, me queda una semana de vida”.
El director presenta a un personaje que aparece dividido entre su trabajo, del cual no sabemos en qué consiste, quizás para acentuar un tipo de trabajo moderno (en donde no importa lo que se haga, solo aparentar que se hace bien) y una actividad sexual compulsiva en la que la intimidad está enteramente excluida. Sexo pagado o circunstancial, en el que el compromiso emocional quedan excluidos, son la tónica en la vida de Brandon, una actividad masturbatoria constante, ya sea con personas o en soledad. Después de introducirnos al personaje, el elemento de tensión irrumpe en escena, rompiendo toda la aparente normalidad planteada con anterioridad. Si Brandon vive en un mundo ausente de intimidad, lo que irrumpe de manera incómoda y casi diríamos aterradora, es el exceso de intimidad que trae su hermana Sissy. Entre ambos se evidencia una relación incestuosa que se puede observar en el anhelo de ella por ser reconocida por su hermano, en la posibilidad de que él supla a un padre que podemos intuir ausente, un padre (o más bien una madre) que la cuide y la reconozca, mientras que él grita, a su vez, por un padre que haga de barrera entre él y su culpable deseo de compartir intimidad con su madre, encarnada precisamente por su hermana. La escena en la que Sissy, de hecho, se lía con el jefe de Brandon, parece despertar en él la angustia de la escena primaria (el coito entre los padres) y todo el exceso de intimidad que, de pronto se le cuela en su propia casa, lo acorralan y hacen que se torne insoportable, encontrando como única vía de escape salir a correr por la ciudad. Más tarde, cuando Sissy se le mete en la cama, se vuelve a refrescar este aspecto incestuoso de la relación en la que ambos están encarcelados. Dos caminos opuestos (que sin embargo se tocan), los que estos hermanos han escogido, involuntariamente, frente a lo traumático. Él huye de la angustia de castración, de la vergüenza y de la culpa del sentirse visto, terrores que sobrevuelan permanentemente en el ambiente, primero en el registro que hacen de su ordenador, y la posibilidad de ser descubierto por su jefe, y después en la frase que una de sus compañeras de oficina le dirige cuando pasa un tiempo un tanto desmedido agitando su sobrecito de azúcar: “te gusta el azúcar, eh.” Esa huida hacia adelante de Brandon contrasta en gran medida con el regodeo de su hermana, precisamente en el lugar del que él trata de escapar: la castración.
La excitación sexual, la masturbación son una manera de contener la angustia, una manera de sentirse vivo: “Siento, luego existo”. Así, la sensorialidad es lo que le contiene del vacío, de la nada. Aferrarse a la sensorialidad es una manera de defenderse de la ansiedad catastrófica y la angustia de castración. La adicción sin fin a las relaciones anónimas es una manera transitoria de aliviar la desesperación y el dolor mental. Esta vivencia de sus relaciones lo encadena a la prisión interna de la incomunicación. En Brandon no hay erotismo, le resulta imposible conocer la experiencia amorosa y la aceptación de la diferencia. Por el contrario, Sissy es una mujer extraviada en la búsqueda de un amor ideal, su cuerpo lleva las huellas de su insoportable relación con el goce. Seguramente ha intentado en otras ocasiones el suicidio y le han quedado los brazos marcados. O tal vez – como en el caso de tantas jóvenes – las marcas son las huellas de los cortes, que sin pretender el suicidio, buscan dar una salida desesperada al exceso de goce.
Al comienzo de su encuentro con Brandon se la oye hablar con alguien, seguramente una pareja que desea separarse de ella, ella le pide, le ruega, se arrastra, le exige llorando desesperada que necesita esa relación. “Haré lo que quieras, le dice. Te amo. Te amo”. Es seguramente esta búsqueda desesperada de ser lo que le falta al otro, lo que produce la angustia desmedida del otro y la vuelve a ella tan insoportable. En un momento Brandon le grita “¿Qué quieres de mí?” Ella viene a desordenar ese “arreglo” de su vida burlándose de su “bienestar”, cuando tienen la violenta discusión en la que él le reprocha que ella no tenga nada y sea una carga, ella le responde denigrando lo que él ha conseguido “¿Qué tienes una casa y un trabajo?”, sugiriendo claramente que eso es insuficiente para dar sentido a la vida.
Uno mediante el tener (el falo), y otra mediante el no tener evidencian ambos caminos de exceso que los han conducido a una relación incestuosa que es igual de insoportable para ambos. Ella parece buscar en su hermano algo que la frene, que ponga límite a su goce. Pero nada la frena y al contrario se la ve animada de un furor masoquista por el que encarnizadamente se hace echar. Se lo pide a Brandon y él le dice “Tu me acorralas. Me llevas a una esquina y me acorralas. Eres una carga que me hunde.” Se lo ve incapaz de ofrecerle el límite que ella le reclama una y otra vez ¿Cómo podría hacerlo si él mismo no lo tiene?
Es evidente la fuerte pasión entre estos dos hermanos, un amor con un deseo sexual que, llegara o no a realizarse, resulta devastador para los dos. En la magistral escena de la canción New York, New York, ella susurra su demanda de amor imposible de satisfacer que a Brandon le sobrepasa, la letra de la canción dice: “comenzaré de nuevo, todo depende de ti, eres el rey de la colina”. Brandon no puede responder con la palabra, pero su cuerpo habla por él a pesar de que haga todo por impedírselo, las lágrimas afloran. Tras el despliegue de banalidad de su amigo-jefe, hombre casado y con familia, éste va directamente a seducir a su hermana ante la mirada de Brandon, que entra en verdadera angustia. A pesar de la compulsividad masturbatoria de la vida de Brandon y lo indigno que también esto resulta, sin embargo, lo que se le hace imposible de soportar es que su hermana pierda tan fácilmente la dignidad. Ella le sirve de espejo para ver todo lo miserable de su vida que antes era capaz de mantener a raya, con cierta apariencia de “normalidad”. Más tarde, será este mismo jefe quien le diga que han limpiado su ordenador de páginas pornográficas y se atreve a sentenciar “hay que estar muy enfermo para mirar estas páginas”. ¡Él, que ha tomado a Sissy como si de una mercancía se tratara! Tanto Sissy como él se dejan denigrar, de una u otra forma, y ninguno puede ofrecerle al otro la tan necesaria ayuda que ambos reclaman.
Sissy aparece para Brandon como un espejo en el que se refleja su propia vulnerabilidad, su propia tristeza y melancolía reprimidas. Ambos están marcados por la huella del desamor, ella lanzándose desesperadamente al contacto con el otro, a cualquier precio y sin límite; él, rellenando su vacío a través de la rutina del trabajo y del placer compulsivo. Pero en ese verse reflejado, Brandon empieza a despertar y hace un intento por expulsar de su vida toda la pornografía que ha acumulado durante años, y queda con una mujer en una cita “normal”. Intento que, por supuesto, fracasa, y que lo conducen de nuevo al terrible lugar de la castración del que no sabe cómo huir. Todavía no intuye que ese gatillazo y esa impotencia serán lo único que puedan salvarlo. El fracaso con esta mujer lo devuelven de nuevo al conflicto con su hermana, él le pedirá que se vaya de su casa y saldrá a transitar la noche, en un más sádico empuje autodestructivo en el que vemos a un drogadicto deambular por las calles de Nueva York en busca desesperada de dosis con las que aplacar su angustia. Es muy impactante la cara de sufrimiento y dolor que tiene en las escenas de sexo que transcurren a lo largo de la noche. Pero mientras él se autodestruye a través del sexo, ella lo hace cortándose las venas. Desde luego que, después de ver esta película, necesitaré un buen chute de pelis de Kurosawa, porque ciertamente es atroz y terriblemente triste.
Brandon imagina, tras un accidente en el Metro del que son testigos los viajeros, que Sissy se podría haber quitado la vida. Verifica, en efecto, cuando llega a casa que una vez más ella ha intentado quitarse la vida. La encuentra ensangrentada en el baño y la rescata de la muerte. Brandon acaricia los brazos de su hermana en el hospital, no puede amar a su hermana sin que lo incestuoso haga su aparición, a la vez que no puede amar a ninguna otra. El primer final de la película transcurre cuando Brandon camina solo a la orilla del río, y rompe en llanto alzando la vista al cielo y exclamando “Dios!”. Es un primer signo de que ha habido un cambio significativo. Un cambio producido por la presencia de la hermana que por fin le ha hecho experimentar la falta a través del intento de suicidio. Brandon, que luchaba por no hacerse responsable de nada, que se entregaba al olvido, que no quería experimentar ningún sentimiento, culmina en esa escena la conmoción que la llegada de la hermana le ha traído. Porque a pesar de su resistencia entre ellos hay amor. También odio. Ella lo angustia. Pero como decía Freud, lo contrario al amor no es el odio es la indiferencia. Sissy significa para Brandon la conmoción de su fantasma, es decir, de la manera en la que él se situaba en el mundo, el modo en que se veía y veía el mundo, un modo indiferente. La primera vez en que lo vemos dividido, afectado, es mientras escucha a su hermana cantando esa maravillosa y tan triste versión de “New York, New York”. La segunda, tras el intento de suicidio de ella y el amor y cuidado que Brandon pudo brindarle. Pero tras ese primer final en el que Brandon cae abatido por el dolor y empapado por la lluvia, hay un fundido en negro y volvemos otra vez a la escena inicial en el metro. La misma escena de seducción con la misma mujer anónima en el metro, en la que quizás algo de lo nuevo pueda aparecer, la mirada triste de Brandon ya no es la misma con la que empezaba la película.
