Principio de placer/principio de realidad


Fuerza del hábito, René Magritte

Nuestro psiquismo, tal como lo estructuró Freud, está formado por el yo, el ello y el superyó. Además, en paralelo al superyó, se encuentra el ideal del yo. Tanto el superyó como el ideal del yo forman parte del yo y del ello, por eso Freud trabajó más con la oposición yo/ello, es decir, consciente/inconsciente. Toda esta estructura psíquica no está tan separada como a veces se piensa, lo inconsciente del ello trabaja de la mano de lo consciente del yo y por eso conviene llevarnos bien con él. Cuanto más se niega lo inconsciente más abandonado queda el yo al superyó, que es la instancia sádica por excelencia y de donde proviene la pulsión de muerte. Si observamos, por ejemplo, el caso de Kurt Cobain vemos que jamás pudo procesar el dolor y la herida por el abandono de los padres, más bien lo rechazaba, lo cual se traduce en ese pensamiento de autoengaño “yo no siento nada, a mi no me importan, si no me quieren, yo a ellos no los quiero”. Ésta es una postura de negación ante lo terrible. En efecto es una de las cosas más difíciles de asumir para alguien, es terrible que unos padres no lo hayan querido a uno, y cuanto más tardemos en asumir esta realidad más se seguirá repitiendo el desamor en los futuros encuentros. Esta realidad es importante traducirla a palabras, porque el ello trabaja con representaciones de cosas, con imágenes, recuerdos, sensaciones (procesos primarios). Cuando traducimos estas representaciones en palabras transformamos procesos primarios (principio de placer) en procesos secundarios (principio de realidad), es decir, establecemos un puente entre el yo y el ello. Al poner palabras elaboramos algo que de otra forma no logra elaborarse. El dolor tiene sólo imagen y sensación (o sea, afecto), no tiene palabra. El dolor es una energía, una cantidad, una carga, una investidura alojada en una representación o en una zona del cuerpo. Al estar asociado con un determinado contenido ya no es libido, se relaciona más bien con la autodestrucción. En la teoría de Freud están muy presentes las cantidades de energía que quedan investidas en determinadas representaciones, por eso dice que la libido es masculina, porque es un monto o cantidad de energía que trata de descargarse. Por el contrario, la palabra es femenina porque es lo que traduce la cantidad en cualidad. Poner palabras a las cargas de energías investidas en determinadas representaciones (imágenes) es lo que ayuda a transformar la cantidad en cualidad, y por tanto a relacionar lo consciente con lo inconsciente. Cuando Kurt Cobain negaba esas representaciones dolorosas fruto de la falta de amor de sus padres impedía que ese monto de energía alojada en el ello pudiese liberarse, impedía el proceso de duelo. Si esa energía no se modifica, puede estar así permanentemente, lo que Lacan denomina “posición del sujeto”. En el principio del placer se encontrarían los procesos primarios, en el principio de realidad, los procesos secundarios, la palabra es una forma de transformación del principio de placer en principio de realidad, agrega cualidad a la cantidad, que es la energía fijada a una representación, a una imagen. Lo que tan bien identificó René Guénon como el reino de la cantidad en el que vivimos podría ser sinónimo a su vez de "reino de la imagen". 

El proceso primario busca una satisfacción inmediata que sucede por una vía alucinatoria. En el proceso primario, la satisfacción de placer se produce de una forma inmediata porque se sirve del mecanismo de la alucinación, podríamos decir que es el mismo que opera en el consumismo, que nos hace creer que la obtención de placer será inmediata, vivimos en una sociedad alucinatoria, y eso influye directamente en el psiquismo, pues así como las intenciones del ello influyen en el yo, a su vez el mundo exterior provoca modificaciones en el ello, no son compartimentos estancos.

Pero el deseo alucinatorio debe transformarse en un deseo de realidad. En los procesos primarios del psiquismo, con solo una puesta en imágenes, con una figurabilidad del cumplimiento de deseo, el inconsciente ya da por hecho que se cumplió, tiene efecto de realidad (lo que Freud llamaba realidad psíquica). A partir de los 3 o 5 años es cuando empiezan a constituirse los procesos secundarios, y por tanto la figurabilidad de deseo cumplido ya no sirve, el deseo alucinatorio debe transformarse en un deseo de realidad, es decir, que las formas de satisfacción estén en concordancia con la realidad vivida, ya no solamente en nuestras fantasías. Este proceso continúa hasta la pubertad, aunque ciertamente hoy vemos que se extiende cada vez más. En estos procesos secundarios va a empezar a funcionar lo que Freud denominó “rodeo”. A los niños pequeños les cuesta este proceso de esperar por la satisfacción, es también lo que hoy se observa con los contenidos visuales en redes sociales, que no pueden durar más de dos minutos, porque ya aburren. El principio de placer funciona de forma autoerótica, apunta al placer de forma exclusiva, mientras que el principio de realidad funciona de forma erótica. Por eso Freud decía que el sueño es una satisfacción narcisista, funciona a solas. El principio de realidad implica poder empezar a esperar, a ejercer la empatía, a respetar, a aplicar la razón, cuestiones que introducen los procesos secundarios. El rodeo es el componente femenino, porque además de alargar el proceso de obtención de satisfacción, también genera satisfacción en el propio rodeo. Cuando sabemos que vamos a ver a alguien que anhelamos ver, ya podemos disfrutar de todo el tiempo que falte para que llegue el día, a veces incluso hasta disfrutamos más ese tiempo.

Al principio de placer se le agrega el principio de realidad, no se sustituyen, sino que la satisfacción se va amoldando un poco a la materia, al mundo. A partir de la segunda tópica, será cuando Freud añada el concepto de "más allá del principio del placer" . Al identificar en las pulsiones yoicas que también el yo se identificaba como objeto sexual, y por tanto la libido seguía siendo sexual tanto para investir un objeto externo como para regresar al yo, esto le hace repensar la teoría. Si en el principio de placer más el principio de realidad se hallaba la pulsión de vida, más allá de ellos se podría ubicar la pulsión de muerte, un anhelo de regreso al estado cero de estímulos psíquicos.

La representación cosa, la imagen, es lo que yo veo en mi mente: el principio de placer, y a eso le agregamos la palabra: el principio de realidad, juntos trabajan para la pulsión de vida, que consiste en formar uniones, religar, mientras que la pulsión de muerte produce desuniones, desliga, destruye. En esta tendencia de la pulsión de muerte es donde Freud ubica el masoquismo primordial. La pulsión de muerte apunta al regreso a lo inanimado, retorno a lo inerte, a la inercia, o principio de nirvana. La pulsión de vida es un rodeo, ¿para llegar al mismo sitio?, sí, pero después de haber religado y generado vida. Por eso las satisfacciones inmediatas más propias de la infancia están más relacionadas con la pulsión de muerte, con el anhelo del regreso al estado inerte. Cuanto más regresa la libido a las pulsiones narcisistas y autoeróticas más se encamina al estancamiento de la libido y por tanto a la pulsión de muerte, la búsqueda de placer en esas instancias se encuentra con una contradicción en el sistema psíquico por la cual lo que el consciente vive como displacentero el inconsciente lo vive como placentero. A nivel de la pulsión de vida, la compulsión a la repetición se produce por el estado contradictorio entre el yo y el ello, entre consciente e inconsciente, pues mientras uno cree que busca huir del displacer el otro lo busca a toda costa, lo que uno identifica como displacer el otro lo identifica como placer. Y a nivel de la pulsión de muerte, la compulsión repite algo que jamás fue placentero, es decir, resulta displacentero en los dos niveles, consciente e inconsciente. Freud asocia la pulsión de vida con las diferencias y la pulsión de muerte con lo mismo, el retorno de lo igual. La pulsión de muerte sería una función psíquica anterior al surgimiento del principio del placer, por eso habla de un masoquismo primordial, lo destructivo por tanto se ubicaría en lo más primordial. Freud, a medida que va haciendo todos estos descubrimientos se va tornando también más realista, es decir, más pesimista. Mientras que en un principio abogaba por una cura completa de los síntomas y tenía un espíritu más optimista, poco a poco se va dando cuenta de que no siempre la cura es posible. Son muchos los factores que entran en juego, el sujeto sólo no puede, si no encuentra en su entorno puntos de apoyo le será muy difícil. Son muchos los factores que inciden, y Freud los analiza en su obra “Análisis terminable e interminable”. Considera que el paciente habrá terminado el análisis cuando ya no produzca síntomas, angustia e inhibición y también cuando se hayan eliminado las resistencias al propio inconsciente.

Si se está impedido de alcanzar esta meta por dificultades externas se hablará de análisis imperfecto, pero no de análisis terminado. Hoy en día estos procesos se alargan muchísimo, y de hecho muchos análisis son interminables. En su época, Freud atendía a sus pacientes hasta 6 veces por semana, y también les pedía que se abstuvieran de tomar decisiones demasiado importantes, para poder realizar una continuidad en el trabajo. Hoy esto es imposible, con el ritmo acelerado que llevan nuestras vidas, avanzamos tan rápido que nos quedamos siempre en el mismo lugar.