La visión, mayoritariamente extendida como dogma, de que son los gérmenes los causantes de la enfermedad se contrapone a otra visión, estigmatizada como superstición, que habla de la teoría del terreno, o el medio ambiente, la ecología interior y un ecosistema humano que facilita o dificulta las condiciones necesarias para que se desarrolle la enfermedad, entendida ésta como un proceso de adaptación. El primero de los enfoques es ese del que nos hemos nutrido a lo largo de nuestra vida (al menos en España) y que nos hace pensar en términos bélicos acerca de un enemigo que se encuentra al acecho y dispuesto a atacarnos, esta idea nos hace creer que cuanto menos expuestos estemos a esos agentes provocadores de enfermedad más seguros estaremos, o de que las enfermedades se combaten a base de artillería farmacológica. Se trata de una guerra contra un enemigo exterior que no es otro que la propia vida.
Y toda esa manera inconsciente de entender la salud se cortocircuita cuando comprobamos que esos gérmenes acechantes son caprichosos como un dios maligno que ataca a unos sí y a otros no (lo que creíamos que nos protegía resulta que no) y que la salvación no está en nuestras manos (al menos antes la religión ofrecía una salida de salvación mediante el arrepentimiento, ahora ya ni eso). También la reforma luterana eliminó cualquier tipo de salvación posible, al entender que el listado de justos y pecadores estaba escrito desde el inicio de los tiempos, y no existía posibilidad de redención, tan sólo la posibilidad de aparentar en vida la pertenencia a la lista de los justos.
Conscientemente creemos tener superada y dominada nuestra irracionalidad, aferrándonos a la medicina y a la ciencia como opositora fulminante de la religión, pero inconscientemente acabamos por convertirnos en eso que despreciábamos de partida, y nuestra vida se convierte en pura superstición. La superstición de que estaremos mucho más seguros evitando el contacto con enfermos y en última instancia, por lógica aplastante, estaríamos también más seguros muertos.
Inmersos en esas lógicas, estamos acostumbrados a decir cosas como "fulanito me contagió el catarro" o una gripe o lo que sea. La enfermedad se entiende como culpabilidad, y el enfermo como un rechazado, un pecador, en ese sentido (y con toda la razón) todos rechazamos esa culpabilidad propia, pero si recae en el otro ya no nos importa tanto. Si es el otro el culpable o el pecador entonces sólo tendremos que aislarnos de él para estar tranquilos.
Pero existen también en el mundo muchas otras científicas y virólogas y médicas y biólogas y todas esas palabras tranquilizadoras para aquellos a los que les aterra lo espiritual, que no tienen ese enfoque culpabilizador de la vida. Que se acercan al misterio de la vida sin la ególatra pretensión de dominarla, someterla, y reducirla a una lucha entre buenos y malos, tienen una visión mucho más racional e integrada de la vida, menos infantilizada, que entiende la necesidad de la enfermedad sin estigmatizarla ni culpabilizarla, de la vida como un proceso de dependencia necesaria entre opuestos que se complementan, y de la necesidad de profundización en ellos.
Si en épocas de superstición religiosa el camino del conocimiento fué la ciencia, en épocas de superstición científica el camino del conocimiento será el espiritual.