Esmeralda perdida


Además de la visión más extendida del paraíso que se recoge en el Génesis, también el Libro de Ezequiel ofrece una imagen alternativa del paraíso con elementos distintivos: la vestidura de piedras preciosas, el monte de Dios, la expulsión del querubín; se trata de una tradición sobre el paraíso independiente y quizá más antigua que la del Génesis.

En el Edén estabas, en el huerto de Dios;
toda piedra preciosa era tu vestidura:
el rubí, el topacio y el diamante,
el berilo, el ónice y el jaspe,
el zafiro, la turquesa y la esmeralda;
y el oro, la hechura de tus engastes y de tus encajes,
estaba en ti.
El día que fuiste creado
fueron preparados.
(Ez 28,13)

El Libro de Isaías, aunque no menciona el paraíso, expone el asunto de la caída desde el cielo del Lucero de la mañana y de su afán por subir de nuevo a él.

¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. 13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; 14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. 15 Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo (Is 14,12-15).
Lucifer (del latín lux ‘luz’ y ferre ‘llevar’: ‘portador de luz’) es una forma poética de llamar al lucero, haciendo referencia al brillo del planeta Venus al amanecer. Surgió en la antigüedad debido a la ausencia de mecanismos para distinguir a simple vista al planeta Venus de las estrellas, ya que está entre las más luminosas del cielo, pero a diferencia de las estrellas deambula sin rumbo fijo, sin nunca alcanzar la cúspide. Venus era un cuerpo celeste compitiendo entre estrellas, o bien, una estrella expulsada.

De qué manera tan sutil el simbolismo nos trae estas relaciones luminosas, gracias a las cuales podemos ver las dos caras de la moneda convivir en plenitud sin contradicción, el día y la noche transcurriendo a la vez. La diosa del Amor en una cara de la moneda y el ángel caído en la otra. Lucifer, el portador de la luz, ejemplo de belleza e inteligencia pero cuya soberbia le hace perder su posición en el cielo para ser convertido así en Satanás.
Acaso no es la diosa del Amor la que nos invita a dejarnos penetrar por este sutil hilo de oro que es el simbolismo, gracias al cual continuamos comprobando que en su caída, Lucifer pierde la esmeralda que portaba su corona, quedando así condenado a residir en la tierra como manifestación del mal. Sin embargo esa piedra puede volver a elevarse nuevamente para recuperar el poder perdido, los ángeles han tallado con esa piedra una preciosa copa, capaz de albergar el espíritu de un cuerpo. La esmeralda puede ser devuelta a su origen gracias a la búsqueda del Grial, o también a la búsqueda del principio femenino, ya que también la piedra aparece en la corona de la Virgen, a quien la serpiente se la intenta robar. La búsqueda de la esmeralda perdida es una más de entre todas esas bellas historias y palabras que con tan solo pronunciarlas te acercan un poquito más al camino de regreso: el paraíso, la isla, el templo, la roca, el betilo, como referencia al eje central de la tierra que renueva su ciclo continuamente, la piedra negra, que representa a la Diosa de la tierra y la naturaleza (la Diosa Cibeles) representada en forma de montaña, o el Omphalos del oráculo de Delfos, símbolo de la comunicación entre el paraíso, el mundo terrenal y el inframundo.


Pero es que en la mitología romana, el nombre Lucifer se utiliza como un equivalente al dios griego Fósforo, Eósforo (Έωσφόρος, lucero del amanecer), hermano de Héspero (Ἓσπερος, lucero del atardecer). Y podríamos seguir tirando del hilo eternamente, porque ¿a qué otra visión contradictoria nos transporta esa llama de fuego que puede prender gracias al fósforo, sino a la zarza que arde pero no se consume y que es también un símbolo de la Virgen María durante el parto? Un fuego que, siendo el mismo, puede consumirlo todo en su voracidad, o puede también elevarse hacia el cielo sin consumir. Del monte de Dios de la visión de Ezequiel al monte de Dios de la visión de Moisés, Principio y Manifestación se unen a través de María en estas dos teofanías que nos conducen al origen, o al Edén, donde empezamos esta entrada y en donde iniciamos un camino que, para que sea recto, solo puede ser sinuoso.

3 Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios. 2 Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. 3 Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema. 4 Cuando el Señor vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. 5 Entonces Él dijo: No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa (Ex 3,3-6).




Iconos rusos de la Virgen de la Zarza ardiente


Creo que fue a Antonio Gala a quien, en una de esas grandes entrevistas que hacía Jesús Quintero, le escuché reflexionar sobre una particularidad en las relaciones amorosas que verdaderamente me dejó cautivada, pues de alguna manera es otra forma de confirmar lo que nos dicen repetidamente los textos sagrados y que además es comprobable en la experiencia. Cuando entras en una relación amorosa nueva con alguien y empiezan a aparecer esas mismas cosas que te hicieron daño en el pasado, de qué manera el dolor es vivido siempre como repetición de algo conocido, como si cambiaran las caras para que nada cambie en el fondo, mismo dolor, diferentes caretas. Esta condena a la repetición que parece poner de manifiesto el dolor se rompe por completo cuando de lo que se trata es de amor; al iniciar una relación con alguien, esos momentos de intimidad amorosa nuevos no se parecen nunca a ningún otro vivido, jamás se te ocurriría pensar, mientras los disfrutas, "yo esto ya lo he vivido". Solo el amor es completamente único, el Amor es Uno.