Ser unificado


De vez en cuando es necesario no olvidar, reproduzco a continuación dos textos de Diego Van, y de la revista Arsgravis, que nos recuerdan la lucha interior constante entre dos polos.

¿QUÍMICA O ALQUIMIA?

Le preguntaron al Maestro cuál era la diferencia entre la química y la alquimia en las relaciones de pareja y contestó estas hermosas y sabias palabras:
Las personas que buscan "Química" son científicos del amor, es decir, están acostumbrados a la acción y a la reacción.
Las personas que encuentran la "Alquimia" son artistas del amor, crean constantemente nuevas formas de amar.
Los Químicos aman por necesidad.
Los Alquimistas por elección.
La Química muere con el tiempo,
La Alquimia nace a través del tiempo...
La Química ama el envase.
La Alquimia disfruta del contenido.
La Química sucede.
La Alquimia se construye.

Todos buscan Química, solo algunos encuentran la Alquimia.
La Química atrae y distrae a machistas y a feministas.
La Alquimia integra el principio masculino y femenino, por eso se transforma en una relación de individuos libre y con alas propias, y no en una atracción que está sujeta a los caprichos del ego.

En conclusión, dijo el Maestro mirando a sus alumnos:
La Alquimia reúne lo que la Química separa.
La Alquimia es el matrimonio real, la Química el divorcio que vemos todos los días en la mayoría de las parejas.
La química siempre nos hará envejecer el cuerpo, mientras la alquimia siempre nos acariciará desde adentro.

LAS ALMAS MADURAS

Las almas maduras transmiten paz, las inmaduras ansiedad. Las almas maduras están siempre a la temperatura justa, listas para obsequiar claridad allí donde haya sombra, deferencia allí donde reina la indiferencia.

Las almas inmaduras quieren todo para sí mismas. No han logrado encarnar totalmente, están en etapa de formación, de gestación. Las almas inmaduras viven en y para el deseo. Las almas maduras conocen las estaciones del amor. Oxigenan la vida de quien se acerca a ellas. Son sensibles y amorosas en su comunicación, no hacen ruido, son música. Se han creado a sí mismas respirando mucho y hablando poco. Ríen mucho, muchísimo, pues saben que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa.

Un alma madura siempre propone, no impone. Su libertad no es negociable ni su paz tampoco. Caminan con pausa, transmiten pausas, son espacios vacíos que permiten y nos permiten nutrirnos, sentir que todo tiene un mejor color. Lo transforman todo en ocasión propicia. Son verdaderos atletas del instante.

Trabajan en la tierra pero disfrutan en el cielo. Empapadas de miel por dentro, huelen a una dulzura que jamás empalaga. Sus acordes están hechos de hallazgos, sus notas de latidos. Son una sinfonía de luz. Crecen allí donde se encuentren, dan frutos todo el año.

Se alimentan siempre de lo que crece, jamás de lo estancado y menos de lo que está muerto. Su yoga es el momento presente. Prefieren el trabajo interior a la calumnia, la poesía a la violencia, la caricia al golpe. Han llegado al mundo como ofrenda. Se consagraron desde el momento que comprendieron que para tocar el cielo hay que saber acariciar, lo mejor posible, toda la tierra.

Donde hay discusiones pasan de largo, ellas, sí, ellas, las almas maduras. Amantes del diálogo, su palabra es sumamente importante para perderla. Dan la impresión de que nunca están allí, donde se las ve. Eso es así porque sus ojos ven lo simultáneo, no lo sucesivo.

Un alma madura te invitará a quedarte, a no escapar más, a soltarte y a amarte cada vez más y mejor.

Autor: Diego Van



El reencuentro o la reconstrucción de la unidad primordial entre el cielo y la tierra es el objeto de todas las tradiciones y también el fundamento del pensamiento simbólico. En la tradición oriental la fórmula usual para representar dicha unión es mediante la cópula de los dos sexos, tal y como aparece en la reproducción de un manuscrito nepalí del s. XVIII, mientras que en la tradición occidental se representa bajo la forma de un ser mitad hombre y mitad mujer. Así se ve en tratado alquímico titulado Splendor solis, en el que aparece un misterioso personaje vestido de negro que posee dos caras, de una de ellas surgen los rayos del sol y de la otra, los rayos lunares; también posee dos alas, una roja y otra blanca; con una mano sostiene la esfera de lo creado y con la otra el huevo cósmico, origen unitivo de toda la creación. Según la mitología griega, este andrógino era Hermafrodito, el hijo de Hermes y Afrodita, que se unió para siempre a la ninfa Salmacis que habitaba en las aguas cristalinas.


El andrógino es también el famoso rebis alquímico, que en latín significa «cosa doble». Como las dos serpientes entrelazadas alrededor de una vara que forman el famoso caduceo hermético o de Mercurio. Según una leyenda, Mercurio vio a dos serpientes que luchaban entre si, el dios las separó con su bastón e inmediatamente dejaron de luchar. Acto seguido se enroscaron armoniosamente alrededor de la vara dando origen al caduceo. Este caduceo también simboliza el arte médico, pues en la unión de los contrarios consiste la auténtica medicina. En la doctrina tántrica, la unión de los contrarios o, en este caso, de complementarios, se representa por la unión de la pareja divina Shiva y Shakti, que simbolizarían respectivamente la energía masculina y femenina de Purusha (espíritu) y Prakriti (materia), representados por los dos triángulos, uno con el vértice hacia lo alto y el otro hacia lo bajo.


En el libro de Elémire Zolla sobre el andrógino, aparece una imagen de san Juan Bautista pintada por Leonardo da Vinci como portada. Según este autor, la cabeza cortada del Bautista sobre la bandeja sería una imagen de la completitud de la realización del ser humano. Esta idea la confirma Emmanuel d’Hoohgvorst en uno de sus comentarios sobre la tradición hebrea al decir que se trata del principio (cabeza y principio son la misma palabra en hebreo) de la profecía que es ofrecida a los hombres gracias a su sacrificio. Juan Bautista es el predecesor de Jesucristo, en este sentido representa también el orden de la creación y por eso se le representa como un andrógino, el ser unificado poseedor de la eterna juventud y la divina belleza.

Extractos sacados de este artículo de Arsgravis