Deseo, bendición desbordante

 

El Universo no es más que visión o conocimiento y toda su realidad es Dios: los mundos son tejidos de visiones.

Frithjof Schuon 

 

Cristo glorificado en la corte del paraíso. Fra Angelico (1423-24). Las pinturas de este artista invitan siempre a la meditación 

Todos los textos bíblicos se refieren a la relación personal con Dios, es decir, a la pasión, en ella se pone de manifiesto que el amor va unido intrínsecamente al sufrimiento, al propio de la existencia, no al patológico. Como bien nos enseña la psicoanalista Francoise Doltó, si el mensaje simbólico encerrado en las palabras pasa de largo sin que participe de él nuestro ser, nuestro cuerpo y nuestra experiencia, así también la letra se vuelve muerta (2 Cor 3,6), sin penetrar, sin dar vida a nuestro corazón, a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu.

El mensaje de Cristo nos habla de que toda su palabra debe encarnarse, para ello es necesario proyectarse, es necesario estar dispuesto a recibir. Si se recibe sin haber proyectado nada de la propia imaginación, la recepción es falsa. Es una recepción de intelectual. El contenido vivificador y transformante de las palabras bíblicas carece de los senderos por los que el efecto creativo puede llegar al lector.

Francoise Dolto 


Nos lo muestra, en el evangelio de Marcos, el caso de la mujer que padecía hemorragias (Mc 5, 25-34). Jesús está rodeado de mucha gente que lo apretuja, pero solo una persona proyecta su deseo en él, es la única que lo toca.

Encarnarse es por tanto dejarse tocar, dejarse penetrar. La palabra sagrada vivifica, produce en el corazón y en la inteligencia un encuentro con el deseo mismo, que es la Vida, las ansias de superar los procesos lógicos conscientes. Por eso, cada vez que volvemos a leerlos, siendo las mismas palabras, nos revelan cada vez nuevos sentidos que antes no habíamos visto/oído, el amor es el camino por el que nos abrimos paso a ellas.

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.
(1Cor 13, 1-3)

 

 

Toda esta introducción sólo para empezar a leer el himno inicial de la carta a los Efesios (Ef 1,3-14), basta empezar a leer y ya debemos detenernos, pues en efecto, la Vida, en mayúsculas, da vértigo, y éste es un himno a la plenitud de la vida. Es todo él una bendición desbordante del amor de Dios. 

Es tal la experiencia deslumbrante de Dios Padre, que se debe descender y ascender, como en una escalera, por etapas, por el Espíritu se llega al Hijo, y por el Hijo al Padre. Es un camino de ida y vuelta, en el que el reflejo o la proyección se convierten en mapa para orientarnos en el camino.

La plenitud es la capacidad de sublimar, o lo que es lo mismo, glorificar, podríamos resumir la plenitud con el misterio de la Trinidad: así como todo nos viene del Padre, por medio del Hijo encarnado, en la presencia en nosotros del Espíritu Santo; así también nosotros, en la presencia del Espíritu Santo, por medio del Hijo encarnado, Jesucristo, retornamos al Padre (Gal 4, 4-6). 

Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera (Juan 6,37)

En la capacidad de recibir se encuentra la clave de la bendición, que es a la vez cosa dada, don de alguna cosa y formulación de ese don, el origen hebreo de esta palabra lo relaciona con la rodilla, que es a menudo un símbolo del padre, y con la adoración, también con la fuerza vital de los órganos sexuales. La raíz brk sirve para designar todas las formas de la bendición, a todos los niveles. 
El bien que aporta no es un objeto preciso porque no es de la esfera del tener sino del ser y no depende de la acción del hombre sino de la creación de Dios.

Las palabras se dicen rápido pero lleva años recorrerlas, pues aunque pueda parecer un camino corto, la experiencia nos dice que el camino es largo y que para recorrerlo es necesario trascender, el que avanza, llega lejos y el que llega lejos vuelve al origen: cerca del Padre (Ef 2,13). Es también en el origen griego de la palabra perdonar (aphiemi) en donde encontramos el significado de 'enviar lejos'. Sin perdón no puede haber amor, solo el perdón nos envía lejos, para proyectarnos en Dios, en lugar de en el otro.

7 Con la muerte de su Hijo y en virtud de la riqueza de su bondad, Dios nos libera y nos perdona los pecados.
8 ¡Qué derroche de gracia sobre nosotros, al llenarnos de sabiduría e inteligencia
9 y darnos a conocer sus designios más secretos!

De las heridas de Cristo crucificado brota el agua que purifica y la sangre que vivifica. En la sangre de Cristo se encuentra la vida de Dios, un flujo de libertad, y experiencia de sublimidad.

En la sangre de Cristo accedemos al perdón de los pecados que se originaron con la caída. En Cristo la historia es llevada a su punto culminante (Ef 1,10), el ciclo se completa para retornar a la unidad, porque cuando Jesús dice: “Dejad que los niños se acerquen a mí”, nos recuerda que ningún niño es pertenencia de sus padres, sino que, como Cristo, son todos Hijos de Dios, y alentados por Dios llegarán a la libertad de su deseo. La bendición de Dios consiste en hacernos partícipes de la filiación de su Hijo eterno.

Antes de crear el mundo (Ef 1,4), desde la eternidad, el ser humano ya fue objeto de amor divino, la vinculación a Dios es eterna y Jesús es el deseo ardiente de Dios de entrar en comunión con cada hombre. El Antiguo Testamento nos reveló las huellas del deseo de Dios hacia los hombres, y el Nuevo Testamento nos indicó el camino a los hombres, llamados a compartir el amor de Dios, a través del Hijo encarnado y por el Espíritu Santo.

Debemos indicar también que las verdades trascendentes de las que la Divinidad ha dejado testimonio no son solo objeto de pura fe y creencia, son también reflexiones cosmológicas, metafísicas y místicas, altamente científicas. Así es que mejor sería hablar del concepto de lo suprarracional frente a lo puramente racional (ciencia moderna) e incluso lo irracional, que es responsable directo del desencadenamiento de los procesos disolutivos que dominan nuestro tiempo.

10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, 13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

(1 Cor 2, 10-14)