Micro



A menudo los miedos que nos infunde la sociedad que nos ha tocado vivir están relacionados con cuestiones de la salud corporal, del cuerpo físico desconectado del espiritual, de manera que las obsesiones más habituales hoy en día tienen que ver con los riesgos relacionados con contaminaciones alimenticias, alergias, intolerancias, selección minuciosa de los productos ingeridos, sustancias nocivas en alimentos, virus, bacterias, enfermedades, etc., tanto en el cuerpo individual de la persona, como en el colectivo, a nivel planetario, entendiéndose el planeta entero como un cuerpo con riesgo de sufrir los mismos tipos de contaminación al que se enfrenta el cuerpo de las personas. Además, este tipo de nueva moralidad, suele ir unida a una culpabilidad conectada con las generaciones futuras.

La antigua moralidad basada en el miedo a ser condenados tras la muerte, hoy se sustituye por el miedo a condenar a las generaciones futuras, es sin duda el argumento moral más refinado y con mayor capacidad de control sobre las personas, pues a menudo, al ser humano le cuesta mucho menos sacrificarse por los demás, que por sí mismo. Hoy en día el concepto de pecado se ha sustituido por el de enfermedad, todo aquel que crea en algo maligno o diabólico que se aloja en su interior está siendo víctima de 1.000 años de aquella política del miedo que efectivamente hemos padecido: que Dios castiga el pecado con enfermedad, el castigo ha sido reemplazado simplemente por un agente causal invisible, un virus, un agente contaminante, etc. Y con esa idea se han identificado el estado y el poder, de la misma manera que la iglesia hizo al ejercer el poder en su día.

Sin embargo, hay otro tipo de epidemia o plaga, mucho más peligrosa para las generaciones futuras y es la permanente exposición a la propaganda a la que hoy nos enfrentamos. Por más que tratemos de evitarla, de alguna manera acaba llegando, acaba por insertarse en las preocupaciones vitales de las personas, se cuela por las rendijas y no queda otra que convivir con ella como buenamente se pueda. La exposición es menor en aquellas formas de vida en que una no está del todo obligada a sumergirse en los ritmos acelerados impuestos por el mercado. Hay todavía algunos entornos, a menudo apartados del ritmo frenético de la ciudad, en los que esta exposición a la propaganda es un poco más tolerable.

Un ejemplo de este tipo de relatos modernos está en toda esa cantidad de anglicismos surgidos de la noche a la mañana a partir de las apps de contacto, como pueden ser ghosting, caspering, gaslighting, cuffing, pocketing, orbiting, curving, breadcrumbing y un sinfín más. Palabras con las cuales la generación Z está más que familiarizada. El auge que estamos viviendo de la necesidad de ponerle nombre a cualquier mínimo desencuentro o conflicto en la relación con el otro, viene de la mano de las apps de citas. No son palabras que hayan surgido a partir de la necesidad social o popular de nombrar algo, más bien al revés. Es la palabra la que crea la necesidad de sentirse identificado con lo que describe, y de ello se encargan la ingente cantidad de artículos en prensa digital, impresa, rosa, amarilla y de todos los colores, de la misma manera que los términos para describir diagnósticos se popularizan (y salen de su ámbito profesional) para crear la necesidad de encajar, acomodarse en ellos y aferrarse a unos síntomas descritos que te garantizan la pertenencia a un grupo en el cual aliviar ligeramente el vacío que podría suponer sufrir una desgracia que nadie más comparte.

La nueva palabra para añadir al círculo neurótico retroalimentado por el victimismo de nuestros tiempos es "micro-infidelidades”, al igual que “micro-machismos” y tantos otros inventos con los que rellenar artículos infames disfrazados de racionalidad y objetividad, no hacen otra cosa que alimentar la permanencia en un goce compartido, asimilando que todas las agresiones son iguales, y dejando fuera de la ecuación algunos posibles motivos, que lejos de atajarlos, los acrecenta. En base a un diagnóstico simplista y aglutinador se ofrecen también soluciones superficiales que promueven el adoctrinamiento y la alienación social. Cuando Freud dijo que el psicoanálisis hace de las miserias neuróticas infortunios cotidianos, mostró las escasas pretensiones de la praxis. El alivio de un análisis es que le quita al sufrimiento su épica, saca a alguien del lugar coagulado de víctima de su historia, justamente lo contrario de lo que hace el relato de la ideología de género que se difunde desde los medios. La libertad tiene algo que ver con haberse librado, al menos en parte, de lo que el capitalismo ha naturalizado después de instaurarlo con éxito: la desesperación por ser feliz. Vivir un poco más consecuentemente con lo que uno cree que desea; sin melancolizarse en la idea de que la felicidad es una fiesta de los otros a la que nunca estamos invitados, esa fiesta que siempre nos deja afuera. Feliz de vivir es aceptar la fragilidad de vivir sin garantías.

Pero esa literatura que invade los medios de comunicación masivos y llega a los jóvenes y a los no tan jóvenes, el arma más perfeccionada y sutil con la que el capitalismo somete a las personas, no es para nada inofensiva, tiene una intención muy definida y perversa. Son relatos que promueven la debilidad de los lazos, la ignorancia, la desconfianza permanente, la inseguridad y la necesidad de control sobre el otro. Sumergen a las personas en un goce por ser víctima (que incluso te eleva en el estatus social) retroalimentado por la posibilidad de compartirlo, preocupaciones vitales de un submundo morboso que consigue despistar de la posibilidad de conocer valores bastante más elevados, fuertes y constructivos, los que nos conectan con nuestra esencia humana. 

Cuanto más se uniformiza, globaliza y estandariza el comportamiento humano más se reduce y más minúsculas se hacen sus capacidades, en su aparente integración dentro del colectivo, sin embargo, más separado se vuelve. Por el contrario, cuanto más se atiende y estimula la individualidad, más capacidad de acceder a lo Humano con mayúsculas, a lo más grande y elevado que nos conecta con el resto de seres humanos. 


Dejo a continuación una excelente y necesaria reflexión acerca del actual momento histórico que vivimos, de Octavi Piulats Riu.