Encrucijada


Cruceiro de Melide, siglo XIV
considerado por algunos como
el más antiguo de Galicia

Uno de los elementos más característicos del paisaje gallego son los cruceiros, una obra de arquitectura popular que según los datos podrían superar los 12.000 monumentos dentro del territorio de la actual Galicia. Y catalogar todos los posibles es lo que pretende el proyecto Cruceiros de Galicia que cuenta con más de 12.600 fotografías pertenecientes a 4.300 cruceiros y más de 6.000 localizados en un mapa. Galicia es sin lugar a dudas una tierra proclive a la encrucijada.

Los ‘cruceiros’ son esculturas hechas en piedra, mayoritariamente granito, formadas por una cruz en su parte superior y asentadas sobre un pilar. Suelen ubicarse en cruces de caminos, en las proximidades de ermitas, iglesias, cementerios u otros lugares que tengan que ver con el culto religioso. En la cara que mira al camino principal (la parte principal), suele estar representada la figura de Jesucristo Crucificado, en la otra cara la Virgen o diferentes Santos.

Según nos cuenta Xosé Álvarez en un artículo de la revista Cedofeita, “As imaxes dos cruceiros de Lérez”, la simbología de estos cruceiros comienza con su orientación, ya que la figura principal siempre debe estar orientada al camino principal, por eso han sido de mucha utilidad para los caminantes. La posición de las manos de Jesús también guardan un significado. Si éstas permanecen cerradas es señal de omnipotencia, en caso de representarse abiertas muestran misericordia y bendición si tiene los dedos índice y corazón extendidos.

Incluso la cruz esconde un mensaje que no se descifra únicamente observando la imagen. Su representación más habitual es prismática y en forma de rama de árbol. “Se trata de vincular la redención, a través del sacrificio de Cristo, con el pecado original. Dice la leyenda que su cruz estaba construida con madera procedente del árbol de la ciencia que estaba en el paraíso”, así nos lo cuenta Xosé Álvarez.

También el autor gallego Castelao recopila los cruceiros gallegos en su libro “Cruces de pedra na Galiza”, según él “ONDE HAI UN CRUCEIRO houbo sempre un pecado, e cada cruceiro é unha oración de pedra que fixo baixar un perdón do Ceo, polo arrepentimento de quen o pagóu e polo gran sentimento de quen o fixo”.

En el simbolismo dual confluyen o más bien se reúnen, después de haberse separado, la idea de lo terrenal con lo divino, lo húmedo con lo seco, la oscuridad con la luz, el movimiento con lo estático, lo fugaz con lo perenne. De la misma forma que en el viaje iniciático el héroe sale de su centro para regresar a él transformado, metamorfoseado o vuelto a nacer, podemos encontrar en el simbolismo de la cruz esta idea de expansión del centro y retorno al origen. El cielo (la vertical) se encuentra con la tierra, que es lo horizontal, la manifestación y las multiplicidades.

La ley de la correspondencia es, como nos dice René Guénon, el fundamento mismo de todo simbolismo, “en virtud de la cual toda cosa que proceda esencialmente de un principio metafísico del que obtiene toda su realidad, traduce y expresa este principio a su manera y según su orden de existencia, de tal forma que, de un orden al siguiente, todas las cosas se encadenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es, dentro de la multiplicidad de las manifestaciones, como un reflejo de la misma unidad principial.”

Por tanto la multiplicidad de sentidos y de despliegues del símbolo es infinita. En el caso de la cruz cristiana tradicional vemos como también se despliega en su polo opuesto: la cruz invertida, particularmente misteriosa.


Giotto. Crucifixión de San Pedro (1320 aprox.) –
Polípitico Stefaneschi. Pinacoteca Vaticana


La cruz invertida es un símbolo poco conocido, aunque muy antiguo: se remonta al martirio del apóstol Pedro que, considerándose indigno de una crucifixión semejante a la de Cristo, habría pedido sufrir su crucifixión cabeza abajo.

En San Juan 1:42 podemos leer esto:
Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo:
—Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu nombre será Cefas (que significa Pedro).

El nombre de Pedro pone en relación la piedra con la cabeza, puesto que la cruz de Pedro actuaría de reflejo de la cruz de Cristo y en ambas encontraríamos la dualidad entre corazón (de Cristo) y cerebro (de Pedro).

Desde la prehistoria hasta nuestros días este dualismo entre corazón y cerebro no ha dejado de estar presente en todos los planteamientos existenciales. Además, parece transportarnos hacia esas encrucijadas en las que tradicionalmente se ponía una cruz que debía servir de guía, puesto que es en la encrucijada donde nos vemos obligados a tomar una decisión, decisión que pasa, en muchas ocasiones, por escoger entre el camino del corazón o el camino de la razón. Y al igual que un peregrino desarrolla una intuición especial para encontrar el camino y orientarse en el tiempo y en el espacio, de la misma manera el símbolo ofrece caminos para acercarnos a la verdad a partir de los cuales reconocemos rápidamente aquellos cosas que naturalmente sabíamos previamente a la caída. Y es así como el camino de regreso es el de aquel que, vuelto al «Centro del Mundo», se alimenta del «Árbol de la Vida». De esto nos habla también el origen etimológico de la palabra “lectura”, que en griego se llamaría “conocimiento recuperado”, porque cuando estamos aprendiendo la verdad, reconocemos aquellas cosas que naturalmente sabíamos antes de haber bebido del río del olvido. Comprender es pues recordar, por el camino del corazón, que es también el de Cristo en esa cruz reflejo de la cruz de Pedro y que juntos nos trasladan a la encrucijada entre razón y corazón.

Como nos explica René Guénon: «la idea del corazón como centro del ser es común a todas las tradiciones antiguas, procedentes de esa tradición primordial cuyos vestigios se encuentran aún en todas partes para quien sabe verlos.» 
«Advertirán también la idea de la caída que rechaza al hombre lejos de su centro original e interrumpe para él la comunicación directa con el “Corazón del mundo”, tal como estaba establecida en modo normal y permanente en el estadio edénico.» 
«Cristo es más que un hecho, más que el gran Hecho de hace dos mil años. Su figura es de todos los siglos. Surge de la tumba a donde baja el hombre relativo, para resucitar incorruptible en el Hombre divino, en el Hombre rescatado por el Corazón universal que late en el corazón del Hombre, y cuya sangre se derrama para salvación del hombre y del mundo.» (1)