Tuve que volver a cerrar la puerta antes de que se avalanzaran sobre mi, el conflicto solo había empeorado. Me arrepentí de plantear la opción razonable y empezaron a tirar piedras contra la pared de cristal, algunas eran realmente grandes. Se hicieron varios agujeros importantes.
Cuando Andrea y su familia pusieron esa pared ahí seguramente quisieron darle luz a la casa, dejar visible el interior de la pecera, hacer que al menos la pared fuera todo lo transparente que ellos no podían ser, huir de los rincones oscuros y sombríos. De cualquier manera, ella seguía sintiéndose defraudada y hacía malabarismos mentales para comprender los conflictos que la rodeaban. Entre ella y el mundo, un muro invisible de cristal que impedía atravesar la jauría de irritación. Los argumentos no servían en este momento y las piedras grandes, muertas y amorfas atravesaban la transparencia impoluta del cristal. Toda la comprensión del mundo no era suficiente para impedir que la destrucción llegara hasta nuestra pequeña pecera de cristal. En realidad era una pequeña casa, una única habitación de cemento con unas pequeñas escaleritas que bajaban al baño, todo estaba rodeado de cristal. Los baños eran públicos, la gente podía acceder a ellos por el piso de abajo, podían seguir subiendo y llegar a nuestra habitación, donde vivíamos Andrea y yo. Siempre queríamos protegernos de los intrusos y de las piedras, pero acabábamos por abandonarnos de nuevo a la comprensión, nuestra pequeña droga.