Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (Mt 4,8-10)
Jesús vivió verdaderos tormentos ante la tentación de erigirse en líder político y cultural de su época, tampoco él estuvo al margen de las manipulaciones de Satanás. La época en la que ejerció su ministerio estuvo caracterizada por constantes litigios internos y grandes abusos por parte del poder de Roma. Haberse erigido en líder político y social le hubiera significado, seguramente, ser entronizado, reconocido y aclamado por una masa en apariencia inocente, que lo encumbraría como salvador, desde luego capacidades no le faltaban para hacerlo. Pero Jesús supo resistir las tentaciones, por más que, como humano, también le supusieran una verdadera desazón. Su valentía le llevo a cotas mucho más elevadas de encumbramiento, el único verdadero, por otro lado.
Pocos años antes del nacimiento de Jesús, los conflictos entre fariseos y saduceos les habían obligado a aliarse con las facciones beligerantes de la familia asmonea; un empate militar entre los grupos rivales abrió la puerta a los romanos en el año 63 a.C. Pompeyo, el general romano, sitió Jerusalén por tres meses. Finalmente, un sábado, los romanos vencieron la última fortaleza, el templo. Más de 12.000 judíos fueron masacrados. Pompeyo profanó el templo entrando al lugar Santísimo, abierto únicamente al sumo sacerdote una vez al año, pero lo que no podía imaginar es que en el lugar más Santo, reservado y sagrado de la religión judía no había absolutamente nada. Su afán por apoderarse de los objetos más valiosos del templo se vio frustrado precisamente porque lo más valioso no era visible a sus ojos de ignorante.
Pocos años antes del nacimiento de Jesús, los conflictos entre fariseos y saduceos les habían obligado a aliarse con las facciones beligerantes de la familia asmonea; un empate militar entre los grupos rivales abrió la puerta a los romanos en el año 63 a.C. Pompeyo, el general romano, sitió Jerusalén por tres meses. Finalmente, un sábado, los romanos vencieron la última fortaleza, el templo. Más de 12.000 judíos fueron masacrados. Pompeyo profanó el templo entrando al lugar Santísimo, abierto únicamente al sumo sacerdote una vez al año, pero lo que no podía imaginar es que en el lugar más Santo, reservado y sagrado de la religión judía no había absolutamente nada. Su afán por apoderarse de los objetos más valiosos del templo se vio frustrado precisamente porque lo más valioso no era visible a sus ojos de ignorante.
El verdadero lugar Santísimo nunca podría haber sido robado por su afán de oro, prestigio, riquezas y entronamiento mundano, porque el lugar más Santo del judaísmo, como también del cristianismo está a la vista de todos, todavía hoy lo está, sigue en el mismo lugar y cada día más oculto por la idiotez de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No hay peligro ninguno en revelar su paradero, pues solo es accesible a los ojos puros de corazón. El lugar Santísimo del judaísmo, cristianismo e islam se encuentra en el Texto Sagrado y su nombre es el Cantar de los Cantares.
Podéis ir corriendo a buscarlo, aunque es probable que al igual que Pompeyo, no encontréis en él más que vacío.
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños (Mt 12,25)