Manifestaciones (construcciones de Dios)

Estatuas del Pórtico de la Gloria del Maestro Mateo, en un principio se habían identificado con Abraham e Isaac, después resultaron ser Jeremías y Ezequiel. La mejor manera de recuperar estos tesoros es leyendo el maravilloso legado que nos han dejado estos profetas, al leerlos no quedará ninguna duda acerca de quien es quien. Desde luego, lo que más llama la atención entre los artículos que hablan acerca de esta propiedad de los descendientes de los Franco es que muchos identifican a Jeremías con el segundo y otros con el primero, en su mayoría se quejan de que los Franco puedan disfrutar de este lujo en su salón, por lo visto es lo único que ven en estas esculturas. 


En estos momentos los taludes llegan a la ciudad para conquistarla, y la ciudad está condenada a caer en manos de los caldeos, que la atacan con la espada, el hambre y la peste. Lo que anunciaste ha tenido lugar; tú mismo lo estás viendo. 25 ¿Cómo, pues, me dices, Señor Dios, que compre el campo delante de testigos, cuando la ciudad está siendo entregada a los caldeos?
26 Jeremías recibió la palabra del Señor en estos términos:
27 — Yo soy el Señor, Dios de todo viviente; ¿crees que algo me resulta imposible?

Jer 32, 24-27

Quiero desatar y ser desatado.
Quiero salvar y quiero ser salvado. Quiero engendrar y
ser engendrado. Quiero cantar
cantar todos.
Quiero llorar
golpear vuestros pechos
Quiero adornar y quiero ser adornado. Soy lámpara para ti, que me ves.
Soy puerta para ti, que me llamas.
Tú ves lo que hago.
No lo menciones.
La palabra engañó, pero yo no fui completamente engañado.

Himno dedicado a Jesucristo, por Prisciliano



Yo soy en Dios lo que soy
y mi ser es voluntad
que, perseverando hoy,
existe en la eternidad.

Cuatro horizontes de abismo
tiene mi razonamiento,
y el abismo que más siento
es el que siento en mí mismo.

Hay un punto alucinante
en mi villa de ilusión:
La torre del elefante
junto al kiosco del pavón.

Aún lo humilde me subyuga
si lo dora mi deseo.
La concha de la tortuga
me dice el dolor de Orfeo.

Rosas buenas, lirios pulcros,
loco de tanto ignorar,
voy a ponerme a gritar
al borde de los sepulcros:

¡Señor que la fe se muere!
Señor mira mi dolor.
¡Miserere! ¡Miserere!...
Dame la mano, Señor...

Rubén Darío