Alianza

Beato de Fernando I y Sancha de Aragón.
El templo con el arca de la alianza y la bestia saliendo del abismo



La palabra alianza procede del término hebreo berit y fue traducido al griego como diatheké, también se suele traducir como pacto o convenio. En los pueblos vecinos de Israel se encuentran ideas semejantes a las de la alianza, pero las del Antiguo Testamento tienen fundamentales aspectos originales; ni el género literario ni el contenido son exclusivos de Israel pero su orientación irá marcando un distinguido carácter propio.

El concepto de alianza fue muy utilizado en el Antiguo Oriente, mucho antes de que Israel lo adaptara para expresar su relación especial con Dios. Las alianzas eran acuerdos entre dos partes (personas o pueblos) en los que se especificaban los derechos y deberes de cada uno de ellos. Había alianzas entre individuos o grupos iguales y también entre socios desiguales, donde el más poderoso aseguraba protección al débil, mientras que éste le prometía fidelidad y servicios. Se acompañaban frecuentemente estas alianzas de una letanía de bendiciones que recaerían sobre aquellos que la cumplieran y una lista de maldiciones que soportarían los que la violaran. Además solía haber diversos ritos y actos simbólicos (como intercambiar sangre, hacer sacrificios, celebrar banquetes o clavar una piedra en el lugar donde se había celebrado la alianza) que subrayaban la solidez de la vinculación establecida en la alianza.

Entre algunas de las semejanzas que encontramos entre la tradición de la alianza en pueblos vecinos y la tradición de Israel están: los términos del compromiso mutuo, la evocación de los testigos y las bendiciones y maldiciones. En cuanto a las diferencias, por ejemplo el código de Hammurabi, grabado en escritura cuneiforme, en una gran piedra, descubierta en 1901 en Irán, indica que son los hombres los que establecen las leyes, la iniciativa no la toma Dios como es el caso del pueblo de Israel. La alianza entre Dios e Israel tiene unos rasgos peculiares, pues no va a ser entendida como una alianza entre iguales y diferirá de toda alianza humana, ya que Dios es el que va a tomar la iniciativa. Un rasgo que no encontramos en los textos de los pueblos que rodeaban a Israel y que pudieron, por tanto, influir en su concepción de la alianza.

Réplica del arca de la alianza en el Royal Arch Room del George Washington Masonic National Memorial. No deja de ser curioso que lo que guarde en su interior no sea otra cosa que vacío. El arca, sellada por el arco, es el vacío interior. Desde el arca de Noé con el arco iris, los querubines en el arca de la alianza, hasta los peces que representaron a los cristianos primitivos, y la vesicca piscis o la mandorla cristiana, todos ellos, son símbolos creados a partir del encuentro entre dos circunferencias que hacen alusión a la Alianza.


El arca de Noé es un semicírculo que flota sobre las aguas, y que tiene animales dentro. Salen del arca cuando Dios hace un pacto con la humanidad después de que Noé le ofrezca un sacrificio, el signo o la señal de que Dios acepta esa ofrenda, es el arco iris sobre las aguas superiores (nubes) y completa el ciclo iniciado en el semicírculo de las aguas inferiores, a través del templo, simbolizado por el arca, el lugar de encuentro con la divinidad. El viejo mundo hacia el nuevo mundo, purificado por el agua.

La alianza en la Biblia

En el Antiguo Testamento son varias las alianzas que irán renovándose y entrelazándose entre sí: la Alianza de Noé (Gn 9,1-17), la de Abraham (Gn 15,1-20) y la de Moisés (Ex 19,20 y 24). En ellas se advierten dos modelos: el sacerdotal y el deuteronomista. El primero se caracteriza por la unilateralidad y su énfasis en la promesa de Dios. La tradición sacerdotal se remonta al ámbito creacional y preisraelita, trazando una alianza después de la catástrofe del diluvio. Dios establece una alianza con Noé (Gn 6,18; 8,20-9,17) de carácter universal. La alianza con Noé después del diluvio sirve para confirmar el proyecto creacional original de Dios, y promete que el mandato humano de la creación (Gn 1,26-30) nunca será interrumpido por una suspensión del orden natural (Gn 8,21-22; 9,11-15,) y como signo de ese compromiso aparecerá el arco iris en el cielo. El cielo prometido. El dicho popular gallego "nunca choveu que non escampara" hace alusión a este entrelazamiento cósmico por el cual ninguna catástrofe es eterna como tampoco ningún éxtasis. La ley de los ciclos cósmicos es aquella por la cual siempre habrá un sustrato de infelicidad en toda felicidad, y un sustrato de felicidad en toda infelicidad.

Dios bendijo a Noé y a sus hijos, con estas palabras: «Tengan muchos hijos y llenen la tierra. 2 Todos los animales del mundo temblarán de miedo delante de ustedes. Todos los animales en el aire, en la tierra y en el mar, están bajo su poder. 3 Pueden comer todos los animales y verduras que quieran. Yo se los doy. 4 Pero hay una cosa que no deben comer: carne con sangre, porque en la sangre está la vida. 5 Yo pediré cuentas a cada hombre y a cada animal de la sangre de cada uno de ustedes. A cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo.

6 »Si alguien mata a un hombre,
otro hombre lo matará a él,
pues el hombre ha sido creado
a imagen de Dios.
7 Pero ustedes, ¡tengan muchos hijos
y llenen el mundo con ellos!»

8 Dios también les dijo a Noé y a sus hijos: 9 «Miren, yo voy a establecer mi alianza con ustedes y con sus descendientes, 10 y con todos los animales que están con ustedes y que salieron de la barca: aves y animales domésticos y salvajes, y con todos los animales del mundo. 11 Mi alianza con ustedes no cambiará: no volveré a destruir a los hombres y animales con un diluvio. Ya no volverá a haber otro diluvio que destruya la tierra. 12 Ésta es la señal de la alianza que para siempre hago con ustedes y con todos los animales: 13 he puesto mi arco iris en las nubes, y servirá como señal de la alianza que hago con la tierra. 14 Cuando yo haga venir nubes sobre la tierra, mi arco iris aparecerá entre ellas. 15 Entonces me acordaré de la alianza que he hecho con ustedes y con todos los animales, y ya no volverá a haber ningún diluvio que los destruya. 16 Cuando el arco iris esté entre las nubes, yo lo veré y me acordaré de la alianza que he hecho para siempre con todo hombre y todo animal que hay en el mundo. 17 Ésta es la señal de la alianza que yo he establecido con todo hombre y animal aquí en la tierra.» Así habló Dios con Noé.
Esta dimensión universal de la alianza pone el acento en dejar claro que toda la humanidad estará siempre bajo el cuidado de la gracia y la misericordia de Dios (Gen 9,1-17).

Del carácter universal de la alianza de Noé pasamos a una dimensión doble en el caso de Abraham, en él se da inicio el fundamento y el origen de la relación especial entre Dios e Israel (Gn 12,1-9; 15 y 17). Los dos relatos donde se habla específicamente de alianza (Gn 15 y 17) insisten en las dos dimensiones: «nacionales» (descendencia y tierra) y «universales» (bendición de todas las naciones de la tierra). La Alianza de Abraham se sella con la Promesa de la descendencia, a pesar de no tener descendencia, Abraham recibe la promesa, por su fe, de que de él nacerá un gran pueblo. De Isaac nacerá Jacob y de Jacob las 12 tribus, Jacob cambia de nombre, y recibe el nombre de Israel.

Cuando ya era de noche y todo estaba oscuro, apareció un horno que echaba humo y una antorcha encendida que pasaba por en medio de los animales partidos. 18 Aquel mismo día el Señor hizo una alianza con Abram y le dijo:

—Esta tierra se la daré a tus descendientes, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates. 19 Es decir, la tierra de los quenitas, los quenizitas, los cadmoneos, 20 los hititas, los ferezeos, los refaítas, 21 los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos (Gn15,17-20).

Pero el concepto central de alianza lo encontramos en el Sinaí, en el libro del Éxodo. Con el crecimiento de las tribus hijas de Jacob, que se habían establecido en Egipto viene también el miedo por parte de los egipcios a ser dominados y por ello el intento de esclavizarlos. La alianza será la culminación del propósito de Dios de liberar a Israel de la opresión egipcia. Se sella con la Ley y la tierra prometida.

Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa (Ex 19,4-6).

Pero aún no había bajado Moisés del monte, después de establecer la alianza con Yahvé y ya el pueblo estaba rompiendo el pacto, construyendo un becerro de oro, los profetas tienen una durísima labor, porque ellos son conscientes del sufrimiento que conlleva la ruptura de la alianza y las palabras no son suficientes para poder transmitirlo. La alianza se rompe y se renueva constantemente. 

Otra promesa de descendencia será ahora protagonizada por el rey David. La construcción de la casa de David se convierte en la promesa de un salvador que nacerá como descendencia de la Casa de Davidprometiendo una dinastía eterna (2 Sm 7,8; Sal 89,20-38) que más tarde se identificará con Cristo, aunque en estos momentos hace referencia más bien a los orígenes de la esperanza mesiánica. La alianza que establece Dios con David es un pacto con la eternidad. 

Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, 11 desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. 12 Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. 13 Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. 14 Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; 15 pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. 16 Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente (2Sam 7,10-16).

Desde los niveles más universales y eternos a los más concretos, materiales e individuales, la alianza entrelaza todos los estados de la creación, pero será a partir de Jeremías que la alianza adquiera un mayor grado de profundidad, para ello será necesario renombrarla, renovarla y actualizarla a partir del concepto de Nueva Alianza. 

Basándose en el incumplimiento de las obligaciones de la alianza, los profetas denuncian las infidelidades de Israel y hablan de las catástrofes que se seguirán del incumplimiento de lo pactado. Pero los profetas no se quedan con esta perspectiva futura negativa. Más allá de esos anuncios catastróficos, vislumbran que el plan de la alianza de Dios permanece y tendrá una perspectiva futura positiva en el que será una nueva alianza. Así el profeta Jeremías describe una nueva alianza futura que estará escrita en el corazón y no en tablas de piedra como lo fue la alianza del Sinaí. La enseñanza ya no va a ser una palabra externa, sino que vendrá desde dentro del corazón humano donde Dios será el maestro de cada persona (Jr 31,33-34). Se destaca en esta nueva alianza la relación personal con Dios, interiorizada en el corazón de cada uno de los creyentes.

Pero aunque el texto de Jeremías se suele leer a la luz de la actualización cristiana de la Nueva Alianza, relacionándola con la novedad de la automanifestación de Dios en Jesús, sin embargo, cuando el libro de Jeremías habla de la nueva alianza se está refiriendo a la relación renovada entre Israel y Yahvé.

El profeta Ezequiel, por su parte, proclama una alianza eterna en la que Dios otorgará al pueblo un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Ez 36,26). Será una alianza eterna de paz (37,26). Mientras que Jeremías había prometido que la ley de Dios se escribiría en los corazones del pueblo (Jr 31,33), Ezequiel requiere que los corazones del pueblo sean remplazados completamente (Ez 11,19). Yahvé hará que el pueblo obedezca a las leyes por medio de nuevos corazones dirigidos por el espíritu (36,27).

El Deuteroisaías amplía el círculo de esta alianza futura incluyendo en ella a todos los pueblos. Introduce una figura misteriosa, el siervo de Yahvé, a quien llama «alianza del pueblo y luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos, y del calabozo a los que habitan en las tinieblas» (Is 42,6-7). La predicación profética de la alianza, como ocurría con las tradiciones históricas de Israel (recordemos a Noé), culmina en una perspectiva universal que encontrará ecos en la predicación neotestamentaria de la alianza. Sin embargo, como ya ocurría con los textos de Jeremías y Ezequiel la dimensión universal de este texto del siervo de Yahvé está matizada e interpretada de manera diferente en la relectura cristiana de este texto. La frase «luz de las naciones», que encontramos en Lc 2,32, no parece que en el texto del Deuteroisaías tenga el mismo significado. Más bien, la expectación confiada es que las naciones en general vendrán a ver la obra que Yahvé ha llevado a cabo en favor de su propio pueblo, y darse cuenta por ello del contraste entre sus dioses ineficaces y la capacidad de Yahvé. La perspectiva del Deuteroisaía es centrípeta (los pueblos convergen hacia Jerusalén), mientras que Lucas tiene una teología centrífuga (desde Jerusalén hasta «los confines de la tierra», Hch 1,8). Ciertamente, esto es algo que se puede observar en la evolución histórica de ambas religiones, la religión judía debe ser de las pocas que no hace ninguna clase de proselitismo, no tiene ningún interés en captar fieles, mientras que el cristianismo todo lo contrario.

 

El rey David llevando el Arca de la Alianza a Jerusalén (principios del s. XVI)
El Arca de la Alianza es también un símbolo mariano presente en las letanías a la Virgen.

De la Alianza al Testamento

En hebreo, alianza se dice berit, y lo curioso es que el verbo que se utiliza para acompañar a esta palabra (en español sería pactar, sellar, acordar, firmar, establecer) en hebreo sería “cortar”. Algunos expertos en lenguas semíticas dicen que podría tener origen en la necesidad de cortar el cordero que se sacrificaba como sello de la alianza. Al llegar a un acuerdo entre ambas partes se completaba con el sacrificio de un cordero, el cual había que cortar a la mitad, de esta manera el cordero, que era uno, estaba en los dos al mismo tiempo, por tanto ambos permanecían unidos por un sacrificio de comunión. También en este sacrificio se ponía a Dios por testigo, pues en un tercer plano se colocaban las vísceras a las que se prendía fuego, el humo de ese sacrificio ascendía al cielo como símbolo de que también Dios participaba de la comunión.

En este sentido el paralelismo con el significado originario de la palabra symbolon en griego es por lo menos llamativo. Pues también en su origen, el símbolo era una pieza redonda que se cortaba a la mitad, y de la cual cada persona guardaba una parte, de manera que al sellar un pacto se pudiera reconocer a la persona después de un tiempo.

Sin embargo hay más matices diferenciadores entre Alianza y Testamento. La vieja y la nueva alianza han llegado a nosotros bajo el nombre de Testamento, no por casualidad. Pues, aunque en hebreo el vínculo de la alianza con el sacrificio se mantenía vivo a través del verbo “cortar” y su alusión al cordero sacrificado, sin embargo, en las traducciones a otras lenguas, como es el castellano, desaparece este significado. La palabra Testamento, por el contrario, nos recuerda que es necesaria la muerte previa del testador, pues no es válido si el testador vive.


En el momento de ruptura y desastre absoluto en el que Jeremías vive, con el asalto a Jerusalén y la deportación de los judíos a Babilonia y a Egipto, quedan destruidos todos los símbolos sobre los que se había sellado la alianza, los pilares básicos sobre los que se sostenía toda la religión judía: el templo, los sacrificios y el sacerdocio, la realeza, la tierra y la Torah. En este momento, todo esto se pierde, el templo es destruido, los sacerdotes ya no pueden ofrecer sacrificios, han perdido la tierra y solo les queda la Ley, que les recuerda la alianza, que ahora se convierte en un Testamento, pues ha muerto la ciudad, ha muerto el templo, y han muerto los símbolos sobre los que se sostenía la posibilidad de una alianza que ahora se establece sobre la muerte y la destrucción de Jerusalén.

Tal como ocurrió en muchas sociedades modernas, esta tragedia nacional constituyó un enorme golpe material y psicológico. Estas circunstancias llevaron a una serie de preguntas para las cuales no tenían respuestas adecuadas. La derrota trajo, como en casos similares, sentimientos de vergüenza y humillación, como puede verse fácilmente en obras bíblicas como Lamentaciones o Ezequiel. Al mismo tiempo, la derrota significó un incentivo para la creatividad cultural: ésta fue la “edad dorada” de los escritos proféticos, pero también del establecimiento de la Ley Mosaica, la consolidación del culto y la liturgia, y el comienzo de la tradición judía de historiografía y poesía.

La nueva alianza de la que habla Jeremías establece un giro fundamental en la concepción de la religión judía, pues ahora la ley se escribirá en los corazones en lugar de en la piedra. No será necesaria la instrucción, pues todos llevarán en su corazón este conocimiento. Este cambio sustancial se ejemplificará cuando el velo del templo se rasgue mientras Jesús exhala su último aliento de vida y muere en la cruz. También era tradición entre los judíos, que un padre se rasgase las vestiduras cuando un hijo moría. La muerte de Jesucristo instaura el tránsito del concepto de Alianza a Testamento. La muerte es el símbolo por el cual la ley se inscribe en el corazón de manera interna, es decir en el cuerpo, sin necesidad de pactos externos. En este sentido, la predicación de Jesús adquiere un sentido mucho más completo si no la separamos de la tradición judía en la que surgió, su comprensión es plenamente esotérica, de ahí la dificultad y en tantas ocasiones, contradicción del mensaje cristiano.

16 Todos saben que para que un testamento surta efecto, es necesario que conste la muerte de quien lo otorgó; 17''' en vida del testador no tiene ninguna validez ya que sólo a partir de la muerte adquiere valor un testamento. 18 De ahí que también la primera alianza dio comienzo con un rito de sangre (Heb 9,16-20).

19 En efecto, cuando Moisés terminó de explicar a todo el pueblo los preceptos de la ley, tomó sangre de los toros y los machos cabríos, la mezcló con agua y, valiéndose de un poco de lana roja y de una rama de hisopo, roció con ella al libro de la ley y a todo el pueblo 20 diciendo: Esta es la sangre que ratifica la alianza que Dios ha establecido con vosotros (Heb 9,19-21)

Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis en memoria mía (1 Cor 11,25; ver Lc 22,20). 

Con esta directa alusión a la nueva alianza prometida por Jeremías, Pablo destaca el contraste radical entre la nueva alianza, caracterizada por otra dimensión espacio temporal en la cual el Espíritu, el corazón y la libertad, trascienden las limitaciones de las antiguas alianzas. Pablo es plenamente consciente del significado escatológico del entorno en el que se celebró la última cena. La base para la espera confiada en la parusía, el retorno de Cristo, que no es otro que el concepto de "era mesiánica" propiamente judío, la plenitud última de la Nueva Alianza introduce la dimensión esotérica por la cual es posible trascender la dimensión lineal y cíclica de la historia.

 

La ley y su inscripción en el psiquismo

Nos parece oportuno señalar los paralelismos entre los mitos judeo-cristianos que giran en torno a la ley, y el funcionamiento que el psicoanálisis describió en relación a la función de la ley dentro del psiquismo humano, y por tanto del cuerpo.

La encarnación no es una cuestión banal, pues el ser humano se encuentra arrojado, sometido a las limitaciones que el cuerpo nos impone, la liberación de la esclavitud que se simbolizó con la salida de Egipto en el Antiguo Testamento no puede dejar de tomar en consideración las condiciones que el cuerpo, o la materia, nos impone. Sin las condiciones esclavistas de Egipto no podría haberse desarrollado la consciencia de esclavitud que invitó al pueblo elegido a salir en busca de la libertad. Por tanto, tomar consciencia de las condiciones y limitaciones que el cuerpo nos impone se vuelve un requisito ineludible si queremos continuar el camino iniciado en Egipto. En el cuerpo está grabado a fuego el principio del placer, éste es el que nos ayuda a crecer y a desarrollarnos, pero además, la búsqueda del placer constante también nos conduce a la muerte directa. El bebé, al nacer, se encuentra a merced de los flujos pulsionales que le invitan a satisfacerse cada vez que tiene sensaciones displacenteras. Estas funciones de búsqueda del placer son las que lo hacen sobrevivir, pero al mismo tiempo, estas mismas funciones son también las que lo conducen a la muerte. Esta es la gran tragedia del ser humano, llegar a comprender que lo mismo que en una determinada etapa de su vida le sirvió para salvarse, en otra lo arrastra a la muerte, por eso tomar consciencia de la esclavitud no es algo tan sencillo. Mientras estamos en el útero de la madre, ese es el lugar que nos nutre, que nos da la vida, pero en pocos meses podría llegar a convertirse en la muerte si no salimos de él, el nacimiento es el primer trauma fundamental en el que debemos renunciar a un estado placentero de pleno gozo para ser capaces de adquirir otros nuevos, esa renuncia es en verdad una pequeña muerte, para que la alianza se convierta en testamento el pacto de inscripción de la ley debe sostenerse en la renuncia a anteriores maneras de gozar, fue lo que Freud denominó castración, y no resulta casual que el proceso de sellar la Alianza divina se designara en hebreo con la palabra "cortar". Renunciar al primitivo objeto placentero es una pequeña muerte que no siempre el psiquismo está dispuesto a soportar. La consciencia de esclavitud es llegar a comprender que lo que previamente había sido liberador se ha convertido en esclavizante, la ley de la impermanencia nos impone unas condiciones de vida por las cuales nada de lo que parece ser fuente de placer es sustraible de no terminar por convertirse en fuente de displacer.

Es lógico que la iniciativa de los pactos de cumplimiento de la ley tengan su iniciativa en Dios mismo, pues en el proceso psíquico, tampoco la ley se trata de un orden humano, político o estatal, no se trata de un orden particular externo, ni del capricho de los gobernantes o los padres de turno. Se trata de un orden de carácter interno y universal, un orden inscrito en la naturaleza por el cual se produce, en el ser humano, el anudamiento corporal, es decir la encarnación. La ley introduce, frente a la pulsión, la concatenación de eventos que hacen que el goce tenga costos. La ley, si es aceptada por el sujeto, propone nuevos mundos para explorar. No es un evento represor ni un estado militar, es aquello que introduce la consciencia causal de que A produce B. Esta es una ley causal universal, que genera la consciencia en el sujeto de que tal como es la causa, es su efecto, tal como conduzco mi cuerpo produzco mi realidad. Tal como yo gozo es como yo pienso, y tal como pienso actúo, y tal como actúo vivo. El pensamiento está determinado por el goce, y el goce proviene de la satisfacción pulsional, por tanto cabría decir que el pensamiento está directamente derivado del cuerpo. La ley, lo que introduce es la consecuencia kármica de las cosas, no se trata de un castigo, sino de que lo que uno genera a nivel interno produce consecuencias. Nadie castiga más a un adicto a cualquier cosa que su propio sufrimiento y su propia incapacidad, no hay mayor castigo que el propio. No es posible estar siempre arriba, gozándolo, en algún momento viene, sí o sí, la caída, y en ese caer está ya el castigo, no es necesario ningún padre, ninguna madre, ningún sistema represor, ninguna condena al infierno ni en ninguna otra vida. La ley introduce el orden por el cual conocemos que la sublimación nos permite renunciar a goces más instantáneos y cortos a cambio de placeres más elevados y sostenidos en el tiempo, a cambio de la posibilidad de crear. Nuestro cuerpo produce cosas, y de grados más elevados y sublimes cuanta más responsabilidad subjetiva tengamos con nuestro goce. El orden que trae la verdadera ley por la cual se rige el universo es en verdad la responsabilidad subjetiva interna, no el castigo que ejerce un otro externo.
Si en los primeros años de vida del ser humano las fuentes de placer son mayoritariamente externas, y gracias a ellas se posibilita el crecimiento y el advenimiento del sujeto, en los años posteriores las fuentes de placer, van poco a poco transformándose en internas.
El ser humano es el único animal que nace dependiente y que moriría si no es atendido por un otro, esta limitación al nacer es la que le posibilita alcanzar grados mucho más elevados de creación que el resto de las especies. El precio a pagar es renunciar precisamente a la mayor fuente de placer que puede existir y que ningún otro animal disfruta: que te lo den todo hecho. La caída es inevitable, no parece haber muchas promesas de libertad capaces de superar esa primitiva fuente de placer y por tanto primitiva forma de gozar, de la que no nos queremos desprender, queramos o no, esa fuente de goce desaparece, se pierde para siempre. 

Abandonar el goce es también lo que permite el encuentro con el otro y el vínculo amoroso, por tanto cuanta más capacidad de inscripción de la ley interna más capacidad de amar podremos generar, esta no es una cuestión moral ni voluntariosa, sino que deriva directamente de la función de la pulsión a nivel corporal.