Hortus conclusus

El centro de una casa es la cocina, de ella salen los alimentos que nutren nuestra alma. No es casualidad entonces que también en el centro se disponga una gran mesa alargada, sobre la que están dispuestos los instrumentos de cocinar y también variados alimentos, una pila de croquetas, con su rebozado de pan rallado perfectamente adosado, sin restos pegoteados por la encimera, ni platos con restos de huevo, todo está limpio y solo hay que poner una sartén al fuego para empezar a cocinar. Hacia la parte derecha de la estancia hay un rincón de una belleza casi sagrada, una mesa de madera clara, rectangular y no muy grande, de tipo tradicional, como las que había antes en las aldeas, con un banco de madera adosado a la pared, y en la pared un ventanal por el que entra la luz del sol. La visión de esta mesa me produce una gran alegría, era también una puerta y un pasillo que sabía que estaban ahí, lo sabía y lo ignoraba a la vez, ahora todo me confirma que efectivamente ésta era la casa de mis sueños, cómo podría haberla olvidado. Miro hacia la izquierda y veo varios electrodomésticos, incluido un lavavajillas, que me harán la vida más cómoda, una mezcla perfecta entre tradición y modernidad. Entonces me acuerdo de la mujer que me trajo hasta aquí, seguro que ha sido ella quien ha preparado todo esto, mi segunda madre, la que me ha dado la vida.