Poder no poder


Hoy traemos las palabras de Luciano Lutereau, rescatadas de su cuenta de Instagram, así, como anillo al dedo, nos sirven hoy para poner palabras a lo imposible de ser expresado. Gracias.

Despedirse es difícil. Implica atravesar la fantasía de que abandonamos. También impone renunciar a la omnipotencia: no puedo hacer nada más; pero claro, para que ese “no poder” no sea una impotencia; al contrario, se trata -paradójicamente- de poder no poder. En una relación, en un trabajo, respecto de un lugar de origen, en en el fin de la vida. Es importante pensar el proceso de la despedida, para no permanecer en actitudes retentivas, así como para no sentir la culpa de irse.
La distancia emocional de la despedida y la separación permiten seguir avanzando -lo que fortalece cada recorrido subjetivo-, y deja atrás a quienes se entregan, sin posible tibieza, a una "decisión de fe doctrinal".
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El deseo separa, ya desde el inicio, no solo porque va más allá del otro, sino porque incluso deseándolo impone una distancia, me separa del otro. Porque incluso deseando lo mismo que el otro, no lo puedo desear de la misma manera. Un vínculo basado en el deseo es una relación basada en la separación. También separarse del otro es la vía para desear su deseo. Desear el deseo del otro es ser quien de superar la envidia y el odio. El productivismo actual va de la mano de una nueva forma de la envidia. Ya no se trata de no querer que el otro tenga algo, porque sentimos que nos priva, sino que nuestra incapacidad para el disfrute retorna como agresión ante cualquier signo de disfrute ajeno.

A veces se dice que nuestra sociedad es hedonista, por el contrario es más bien productivista. Y aquí nadie disfruta, ni deja disfrutar. El ejemplo mínimo de esta situación es la de quien va a leer un libro o ver una película y piensa que tiene que justificar el tiempo que le dedica (porque va a aprender algo o incluso va a tener un descanso programado) porque, de lo contrario, podría hacer otra cosa mejor. Por eso esta época, supuestamente hedonista y permisiva, es en realidad súper moralista y punitivista. Por un lado, se esgrimen valores abstractos, por el otro no se puede dejar de mirar (envidiosamente) lo que hacen los demás. La envidia es la ausencia de deseo y también el apego tóxico.
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El odio es una de las pasiones de la ignorancia. Quien odia puede siempre justificar su odio, atribuirle una causa, pero casi nunca puede explicar por qué el odio. Creer que se odia por un motivo exterior, como si no hubiera una complicidad con el acto de odiar, como si no existiese la satisfacción de depositar en otro un mal, es -además de ignorante- un gesto de ingenuidad. Muchas veces se odia porque hay goce en el odio, ¿quién puede negarlo? A veces hasta el punto de llegar al resentimiento. Por eso un filósofo representó al resentido como alguien que rasca su propia herida y cree que le duele al otro. El único odio interesante es el que se utiliza con fines de movimiento interno, como empuje a la distancia. El resto de los odios, los que comienzan con la proyección, son todos igualmente ciegos.

 


Giotto di Bondone, Carità, Invidia, c. 1306. Capella degli Scrovegny, Padova.