Pero la evolución de la ideología mesiánica es compleja y a menudo pivotó entre la implicación política de restaurar al pueblo y el alargamiento de los tiempos de la esperanza. Así como la figura de Saúl nunca fue considerada como mediación de la salvación divina, sin embargo, con David la monarquía adquirió características de intervención específica de Yahvé en favor de su pueblo. La esperanza mesiánica en la tradición judía se forja durante el reinado del rey David, y en paralelo a la decisión de construir un templo. El Dios que habitaba en la montaña del Sinaí y se había manifestado a Moisés, tenía una residencia móvil y vivía en tiendas de campaña. Pero la teología de la antigua Alianza mosaica que había tenido su máxima expresión en la confederación de tribus, fue progresivamente transformándose, en paralelo a la transformación con respecto a una forma de vida semi-nómada frente a una forma de vida sedentaria y establecida en un tierra que era ya parte inseparable del pacto de la Alianza. El establecimiento de la monarquía en Israel supuso la victoria de una mentalidad nueva sobre el tribalismo anterior, en el que ocupaba un lugar destacado el santuario de Siquem. Esto conllevó, necesariamente, una nueva concepción sobre el modo de salvar de Dios. La idea de Yahvé como Rey, así como la tradición de la guerra santa, tal y como aparecen en Ex 15 y en Jue 5, sufrieron un cambio, al realizarse a través de la mediación del rey; a él le toca garantizar la justicia y la paz de Yahvé.
La promesa de un reino eterno a través de la descendencia de David es narrada en un pasaje del segundo libro de Samuel (2 Samuel 7:1–17). Es el texto que ha propiciado el necesario trasfondo ideológico para las doctrinas mesiánicas futuras. David fue el segundo rey del Reino Unido de Israel, elegido por Dios y ungido por el profeta Samuel (1 Samuel 16:1-13). Bajo el reinado de David, Israel experimentó un período de unidad y prosperidad sin precedentes. La Alianza de Yahvé con David fue progresivamente sustituyendo, en parte, la teología de la antigua Alianza mosaica y expresada en la confederación de tribus. Dios hace un pacto con David y le promete que su trono será establecido para siempre. El relato de la edificación permanente (la dinastía eterna en el trono) transcurre en paralelo al relato de la edificación del templo “no eterno”. Este pacto a menudo se conoce como el Pacto Davídico y es fundamental para comprender las expectativas mesiánicas en el pensamiento judío. La narración enlaza todos los niveles de interpretación, que van desde el nivel material más bajo al nivel espiritual más alto, el que apunta al Mesías o Ungido de Dios. La evolución de la decisión sobre quién construiría el templo comienza en el nivel más bajo o material por el cual Natán le concede a David ese deseo, sin intervención previa del espíritu del Señor (2 Samuel 7,2-3). Después, tras la intervención del Señor se lo niega, y finalmente con las palabras reveladas por Dios le hace saber que no se envanezca, pues será Dios quien le construya a él una casa y no al revés (las virtudes espirituales más altas dependen de Dios, no de la voluntad humana, lo máximo que el hombre puede hacer es preparar el alma para recibirlas). La progresión del relato también nos conduce desde un primer plano individual, en el que la promesa se dirige solamente a David, hacia un plano universal, pues después el interés se centra en su descendencia y finalmente se extiende a todo el pueblo de Israel. Por supuesto, la casa que construirá Dios será una edificación permanente: la de la dinastía en el trono de Israel que en el cristianismo apunta a Cristo. Finalmente será un Hijo de David el que construya ambos templos, el templo físico lo construyó Salomón, quien llegó a ser un opresor y se alejó del Espíritu. Pero el trono eterno le correspondió a Cristo, en quien se cumplió la plenitud del ciclo, también a través de la figura del templo, que en Cristo se convirtió en el propio cuerpo, y profetizó además la definitiva destrucción del templo físico. Es así que la profecía se cumplió en todos los niveles, desde el más inferior al más elevado.
Según un estudio acerca de la Esperanza mesiánica en los libros proféticos, realizado por José María Ábrego, encontramos que la espera del Mesías se hace más intensa en los momentos de crisis que vive el pueblo, en los cuales se desarrollará la literatura apocalíptica. En dichos momentos de crisis, la esperanza mesiánica surge renovada como última instancia de apelación para poder sobrevivir. Pero no podemos, tampoco, imaginar que el concepto de esperanza mesiánica haya sido claro y definido, más bien, como todo en el ser humano, estuvo plagado de visiones contradictorias, enfrentadas y que no siempre hablan de lo mismo. Bien sabemos que también David tuvo sus detractores; o lo escandaloso que tuvo que ser para los fervientes seguidores de la dinastía el escuchar que Ciro era el Siervo elegido por Dios. Coppens defiende que en el postexilio han coexistido 4 corrientes, que José María Ábrego denomina como nacionalista, individual, teocrática y apocalíptica. Los permanentes conflictos con las naciones extranjeras y los imperios que asolan al pueblo de Israel juegan un papel muy importante en el perfil del mesianismo, pues estos enemigos son vistos como instrumentos del castigo divino, si bien consideraban que tenían un límite en la seguridad de Jerusalén como lugar elegido por Yahvé para que habite su nombre. Sin embargo, la caída de Jerusalén y el templo, finalmente en el 587 a.C. obliga a replantear de nuevo todo la concepción mesiánica, que girará ahora más próxima a la literatura apocalíptica. El mesianismo religioso posee una supremacía sobre el político-real, y estos dos planos, a menudo han sido confundidos y entremezclados, pues ciertamente los extremos se tocan.
No es raro que la poderosa imagen de la esperanza mesiánica, representada por Jeremías en el fondo de un pozo haya sido tan reveladora e inspiradora en el arte. Aquí vemos un fotograma de la película "La infancia de Iván" de Andrei Tarkovsky:
"Si un pozo es muy profundo, puedes ver una estrella ahí abajo incluso en medio de un día soleado".
Jeremías no ha cesado de proclamar la palabra y de interceder por todos, aunque todos le han perseguido (Jr 15,10); el nombre del Señor fue invocado sobre él, pero experimentó a fondo la soledad (Jer 15,17; 16,1-9). De alguna manera, Jeremías experimentó en su carne lo que el pueblo iba a sufrir en su conjunto. Incluso con los despojos del pueblo recorrió, a la fuerza, el camino de Egipto. Jeremías vivió el final del pueblo, como Moisés había experimentado el comienzo. La esperanza mesiánica surge tras ser capaces de completar el círculo, y renunciar a lo perdido en dicho círculo. También Moisés había sido "el hombre más sufrido del mundo" (Num 12,3). Podemos ver una prolongación de la figura de Jeremías en el libro de Job, de manera que se perfila la figura de un salvador humilde, valiente, sufriente con un sufrimiento vicario, elegido por el Señor desde el vientre materno y que traerá la salvación a Israel y en varias ocasiones a todos los pueblos. Esa figura se mezcla con la del rey en Zacarías 9,9 (Ez 21,31; So 3,12) y tiene antecedentes en la parábola de la zarza (Jc 9) y en los salmos (18,28; 82,3; 140,13). El mesianismo del AT no es simplemente la esperanza de un rey victorioso y brillante, que ejecuta los designios de un Dios guerrero. El rey ha vuelto a ceder el protagonismo al Reinado de Dios; su victoria pasa por la muerte, la derrota aparente y la humildad en su persona; la justicia y la paz, la visión nacionalista deja paso a otra universalista (Ab 21; Za 14,9).
Es por ello que la profunda transformación que la esperanza mesiánica vivió durante el destierro, y especialmente reflejada en la figura de Jeremías, serán el fundamento para la originalidad del Nuevo Testamento en el tratamiento del mesianismo, que no se limitó a mezclar dos figuras salvíficas de perfiles tan diferentes como el Siervo de Yahvé y el Mesías político. Las etapas históricas por las que atraviesa el pueblo de Israel van configurando la manera de enfocar la esperanza en la perdurabilidad de la salvación divina. Si en los tiempos del Nuevo Testamento se hubiera entendido el concepto de Mesianismo exclusivamente en las coordenadas político-religiosas que estaban a la base de algunas de las sublevaciones o simplemente de los movimientos revolucionarios radicales (zelotas), los evangelistas habrían escogido otros conceptos para transmitir su experiencia con Jesús de Nazaret.

