Verbo encarnado




Por cómo habla una persona es posible saber sobre ella mucho más que por lo que dice, sobre todo cuando el qué y el cómo están profundamente desconectados o no caminan en una misma dirección (precisamente porque la dirección solo puede ser la división). Hay quienes hablan para expresar y pensar la división y hay quienes hablan para defenderse de otra cosa, quizás de esa culpa que insiste y de la que prefieren no saber nada.

La libido es la energía vital que impulsa y modela nuestras relaciones, empezando por la relación con nuestro propio cuerpo (tanto las pulsiones creativas como las destructivas) y siguiendo con el resto. Una energía que viene de la materia pero es moldeada por la palabra (no pertenece ni al cuerpo ni al espíritu pero está en ambos). En la libido se expresa mejor que en ningún otro lugar la materialización del espíritu y la espiritualización de la materia. Por la palabra es posible transformar esa energía, de la misma forma que la libido condiciona nuestra forma de expresarnos y de movernos. Esta unión tan íntima y esencial ha llevado a veces (sobre todo en los últimos tiempos) a creer que a través del cuerpo o de la materia se puede transformar el espíritu, lo cual es un error. Sólo la palabra transforma, pues en la relación de jerarquía, ésta es superior a la materia. Lo que tanto pierde a los hombres y mujeres de hoy es haber despreciado tanto la jerarquía, de modo que ya no saben qué valores son superiores y cuáles inferiores. Pero el texto sagrado nos lo recuerda: en el principio fue el Verbo y por el Verbo todo fue hecho, sin él nada de lo que es hecho, fue hecho...


Y aquel Verbo fue hecho carne.