Sucot

Y Jacob fue a Sucot, y edificó allí casa para sí, e hizo cabañas para su ganado; por tanto, llamó el nombre de aquel lugar Sucot (Gén 33,17).

 




Sucot, en hebreo, significa enramadas, chozas, cabañas, tiendas, tabernáculos. También da nombre al lugar en donde Jacob, tras su encuentro con Esaú, construyó una casa e hizo cabañas o establos para su ganado. La afirmación de que Siquem, el próximo lugar de parada de Jacob, estaba “en la tierra de Canaán”, da a entender que Sucot no se hallaba en la misma Canaán (Gén 33,18). De igual modo, tampoco el monte Sinaí estaba situado en lo que hoy se considera, tradicionalmente, tierra Santa. Pero esto no impidió que Yahvé le exigiera a Moisés quitarse las sandalias ante la visión de la zarza ardiente, pues la verdadera tierra Santa está allí en donde Dios se manifiesta.

Entonces Dios le dijo: "No te acerques aquí. Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa." (Ex 3,5)

Fiesta de Sucot

Es precisamente el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto y el encuentro de Moisés con Yahvé en el Sinaí, el que se conmemora en la fiesta tradicional judía de Sucot, traducida al español como fiesta de las Tiendas, de las Cabañas o de los Tabernáculos. Se trata de una de las tres festividades durante las cuales, en la época del Templo de Jerusalén, los judíos peregrinaban a él para entregar su ofrenda a Dios, también así debió de hacerlo Jesús acompañado de su familia. Con sus raíces en la etapa pre-monoteísta del pueblo hebreo, Sucot es la primera fiesta del calendario después de los días de recogimiento que se inician en Rosh Hashaná (año nuevo judío) y culminan en Yom Kipur. Se celebra el fin del período de la cosecha (entre finales de septiembre y principios de octubre), la recolección del fruto de lo trabajado durante todo el año y, en su noveno día, se da inicio al nuevo ciclo agrícola. Los textos sagrados han ido siempre de la mano de los ciclos agrícolas y naturales, como también de los astronómicos, en el caso judío esto se plasma literalmente con la lectura de los textos de la Torá que se realiza durante estos días. En los primeros siete días de Sucot se leen los últimos capítulos del Deuteronomio y en el octavo se clausura la fiesta de Sucot, para dar comienzo a la fiesta de Simjat Torá, con la que se reinicia el ciclo de lecturas bíblicas con el primer capítulo del Génesis. En la fiesta de Sucot se celebra la cosecha tanto material como espiritual de todo el año que acaba de terminar, representado en los cuatro elementos de la naturaleza que deben encontrarse en la cabaña durante todos los días y noches en los que se habita en ella: ramas de palmera (lulav), que por lo general conforman el techo de la sucá (cabaña), ramas de mirto (un árbol frondoso que en hebreo se conoce con el nombre de Adas), ramas de Aravá (sauce de río), y el Etrog, un cítrico que se cultiva en las tierras de Israel exclusivamente para esta ocasión.

En esta fiesta se celebra la culminación de un período de penitencia, tras el día del Yom Kipur, o día de la expiación, en el que se consigue el perdón de Dios. La tradición marca que durante los ocho días en Israel –nueve en la diáspora– que dura la festividad, los judíos del mundo construyen pequeñas cabañas rudimentarias, con paredes generalmente de madera o de tela y techo de palma que no protege de la lluvia, pero que sirve básicamente para protegerse del sol. El techo de la tienda no puede cerrarse completamente, pero debe tener suficientes espacios para permitir que se vean las estrellas y para que, dentro de la sucá, haya más sombra que luz solar. Con la construcción de estas tiendas rudimentarias se conmemora la dura travesía por el desierto hacia la tierra prometida después de escapar de la esclavitud en Egipto. Las ramas y hojas de palma con las que se cubren las cabañas permiten ver, a través de ellas, el cielo y las estrellas, lo cual facilita la conexión con los ciclos cósmicos de los que deriva toda tradición. Las estrellas fueron un signo en el cielo para todos los nómadas del desierto, su lectura facilitaba, tanto los ritmos para levantarse y acostarse como para el pastoreo de los rebaños y la plantación de las cosechas. 

Esta fiesta recuerda la condición de peregrino de todo ser humano en la tierra, la tienda se convierte así en un símbolo del cuerpo, que es también precario y peregrino. La tienda es símbolo del Verbo encarnado, de la morada de Dios en nosotros, o el lugar en donde habita. También así lo recoge Pedro en una de sus cartas dejando constancia de que en el cristianismo no se produce una ruptura con el judaísmo, más bien una plena continuidad.

Mientras habito en esta tienda de campaña, considero un deber animaros con una exhortación, sabiendo que pronto voy a dejar mi tienda, según me manifestó nuestro Señor Jesucristo. Pero pondré mi empeño en que, incluso después de mi muerte, tengáis siempre la posibilidad de acordaros de esto (2 Pe 1,13-15).

Dios puso su morada en el medio del campamento de su pueblo cuando atravesaban el desierto, y por ello manda a Moisés construir el "Mishkan", santuario portátil y centro espiritual, lugar al que el pueblo de Israel llevará sus sacrificios para expiar por las transgresiones o para expresar su gratitud. Era el sitio en donde Dios se comunicaba con Moisés, su voz emanaba de entre los querubines colocados sobre el arca, en el lugar Santo de los Santos. La palabra "mishkan" deriva del verbo "shakin" (שכן), que significa morar o habitar, y de donde también procede la palabra Shekinah (presencia de Dios en la tierra), pues en este tiempo de peregrinación Dios se hacía presente para guiar a su pueblo y habitar en la tienda o tabernáculo, y lo hacía a través de una columna de nube por el día y una columna de fuego en la noche.

Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego (Éx 13, 20-22).

Y si bien la fiesta de Sucot comienza después del día de la expiación de los pecados, o día de Yom Kippur, debemos recordar que según la tradición judía, este día se remonta al momento en el que el pueblo de Israel llega al monte Sinaí, y Moisés recibe de Dios la Ley  inscrita en las tablas. Pero aún Moisés no había bajado del monte Sinaí, después de sellar la Alianza con Dios, y el pueblo ya la había incumplido con la construcción de un becerro de oro al que se disponía a adorar. Moisés destruye las tablas de la ley con ira, por lo que no fue suficiente con una subida al monte, sino que tuvo que subir de nuevo, y volver a pasar 40 días y 40 noches.

Entonces volvió Moisés al SEÑOR, y dijo: Yo te ruego, pues, este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito (Ex 32, 31-32).

Por segunda vez baja Moisés del monte, y según el cálculo de los judíos, este momento coincide con el día del Yom Kipur, día de la expiación o del perdón de Dios. Por tanto, la construcción del Tabernáculo está en relación estrecha con las entrañas de la divinidad (rahamim (רחמים)), útero de Dios, seno materno o misericordia de la que emerge su perdón, su segunda oportunidad. Dios nos da a todos una segunda oportunidad. La fiesta de Sucot es, además, el centro del Evangelio de Juan, desde el capítulo 7 al 10. Es en estos capítulos en los que Jesús otorga el perdón a la adúltera y se dice que dos veces escribe con el dedo en la tierra, así también la ley había sido escrita por el dedo de Dios en la piedra, también por duplicado.

Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más (Jn 8,3-11).

Con este gesto de la doble escritura en la tierra, Jesús recuerda a quienes estaban dispuestos a lapidar a la mujer adúltera, que también a ellos Dios les había dado una segunda oportunidad en el monte Sinaí, pues la idolatría es lo mismo que un adulterio. Tras el perdón de Dios celebrado en el Yom Kipur, el pueblo entra en la fiesta de la alegría. 

Preceptos de la fiesta de Sucot
Alegría

En la fiesta de Sucot, la alegría forma parte del precepto divino, pues es una tentación muy grande dejarse arrastrar por la tristeza y hacer alianza con ella en lugar de con la vida. Después de recibir el perdón de Dios hay que entrar en la alegría, esta alegría está en relación con el momento escatológico del fin de los tiempos, o del tiempo mesiánico, la alegría es un signo de los últimos días (todo lo contrario a lo que las visiones modernas apocalípticas nos han trasladado). Es así que en el libro del profeta Zacarías, el día final del combate escatológico se celebra como un día de Sucot.

Y sucederá que todo sobreviviente de todas las naciones que fueron contra Jerusalén subirán de año en año para adorar al Rey, Señor de los ejércitos, y para celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Y sucederá que los de las familias de la tierra que no suban a Jerusalén para adorar al Rey, Señor de los ejércitos, no recibirán lluvia sobre ellos (Zac 14,16-17).

Zacarías habla también de una fuente viva que brota, una fuente de alegría mesiánica o escatológica que brota desde Jerusalén. Esta fuente será asimilada a Cristo mismo, el que ha sido traspasado y de cuyo costado brotó la sangre de vida y el agua de purificación.

Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza.

Y sucederá aquel día —declara el Señor de los ejércitos— que eliminaré de la tierra los nombres de los ídolos, y nunca más serán recordados; también yo quitaré de la tierra a los profetas y al espíritu inmundo. Y sucederá que si alguno profetiza todavía, su padre y su madre que lo engendraron le dirán: «No vivirás porque has hablado falsamente en el nombre del Señor»; y su padre y su madre que lo engendraron lo traspasarán mientras profetiza (Zac 13, 1-3).

En aquel día sucederá que brotarán aguas vivas de Jerusalén, una mitad hacia el mar oriental y la otra mitad hacia el mar occidental, será lo mismo en verano que en invierno. Cuando llegue ese día, el Señor reinará sobre toda la tierra, y él será el único Señor, y su nombre será el único nombre (Zac 14,6-9).

Acoger a los huéspedes de la tradición

Otro de los preceptos durante estas fiestas es acoger, cada uno de los días, a un huésped, en memoria de los siete huéspedes glorificados o santos. Durante el festival, los judíos comen, beben, estudian e incluso duermen en el interior de la tienda. Según el Zohar, la tienda genera una concentración de energía espiritual tan intensa que, durante los siete días del festival, las almas de los "Siete Pastores de Israel" salen de Gan Eden para visitar el sucot. El primer día Abraham, el segundo Isaac, el tercero Jacob, en el día central Moisés y después Aarón, José y David, de cuya estirpe nace el Mesías, que para el cristianismo será Jesús, en plena continuidad con la tradición judía. Cada día, por tanto, se debe acoger espiritualmente a estos huéspedes primordiales de la tradición. 

Los dones del desierto: la nube

En la fiesta de Sucot se celebran también los dones que Dios había dado en el desierto al pueblo de Israel, uno de ellos es la nube de gloria que cubre a todo el pueblo, así nos lo recuerda San Pablo en su carta a los Corintios:

Mas no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar y todos comieron la misma vianda espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la Piedra espiritual que los seguía, y la Piedra era el Cristo.

San Pablo, como gran conocedor de la tradición judía que era, menciona todos los dones de la fiesta de Sucot, la gracia que el pueblo de Dios recibe en el desierto. Estos dones son el maná espiritual, la nube, el agua, la luz y la roca. San Pablo recoge la tradición judía no solamente de la propia escritura sino también de la tradición oral reflejada en el Midrash.

Durante los 40 años de travesía en el desierto, el pueblo judío fue protegido por Dios, y es a esta divina protección a la que el Rabí Eliezer llamó “nubes de gloria” y que se simboliza en la Tienda o Sucot que protege de las duras condiciones climáticas del desierto. Se habla de 7 nubes de gloria (como los 7 cielos) con las que Dios protegió a su pueblo y sin las cuales no podría haber sobrevivido a los múltiples peligros que acechan en el desierto: el calor abrasador del día y el frío de la noche, los impredecibles y feroces vientos, los bandidos, bandas de ladrones y asesinos, incluso pueblos enteros que se unen para atacar y saquear a los que cruzan los desiertos, los animales del desierto como las víboras, las serpientes y los escorpiones. Además en el desierto se necesita un guía, alguien que pueda orientar a los viajeros, por eso Moisés le pidió a su suegro Jetro que los acompañara. Pero sin la protección de la nube de gloria, el pueblo de Israel no podría haber sobrevivido los 40 años de travesía. Fueron las 7 nubes las que cubrieron y dieron protección al pueblo, una adelante, una atrás, una arriba, una abajo y una, a 3 días de distancia, que les indicaba el camino.

Columnas de fuego y de nube guiando al pueblo hebreo. Biblia de Sancho VII el Fuerte de Navarra o “Biblia de Pamplona”, Bibliothèques d'Amiens Métropole (Francia), ca. 1197, Ms. 0108, f. 048

Una de esas nubes es la que desciende como columna en el Tabernáculo y se convierte en columna de fuego a la noche. Una nube que cubre al pueblo por arriba y otra por abajo, al igual que el arco y el arca habían protegido a Noé de las aguas primordiales superiores e inferiores. La nube de gloria sumerge al pueblo protegiéndolo por todos sus costados, la inmersión en la nube es por tanto como un bautizo, así lo desarrolla San Pablo tirando del hilo de la tradición del que era profundo conocedor. Resulta, además, imprescindible, conocer las condiciones climáticas y naturales propias de cada lugar geográfico, pues no se pueden disociar del simbolismo de sus textos, es así que la columna de fuego protege al pueblo en el desierto del frío durante la noche y la columna de nube lo hace a través de la sombra que protege de los rayos del sol durante el día, es esa misma sombra a la que el Arcángel Gabriel alude cuando le dice a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". En la nube oscura está la morada de Dios, porque Dios no nos salva de la nube oscura, sino más bien al revés, nos salva en la nube oscura, en la tempestad, en la cruz, sólo en la oscuridad puede aparecer la luz de Dios. De otra forma lo expresa Seneca cuando dice: "no hay nadie menos afortunado que el hombre al que la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba."

En Deuteronomio podemos leer una alusión a esa protección divina que parece materializarse a través de una nube que protege al pueblo desde la base, desde el propio suelo, como si caminaran sin rozarlo, y sin provocar por ello hinchaduras o ampollas en los pies.

Sí, el Señor te humilló dejándote pasar hambre y luego te dio a comer maná, alimento que no conocían tú ni tus antepasados. Él lo hizo para que comprendieras que no sólo de pan vive el ser humano, sino de la Palabra de Dios. En estos cuarenta años tus vestiduras no se han envejecido ni se te han hinchado los pies. Así podrás comprender que como un padre disciplina a sus hijos, el Señor te disciplina para ayudarte (Deut 8,3-5).

Los dones del desierto: ceremonia de Libación del Agua

Además del don de la nube y el del maná, en el desierto se produce también el don del agua y el don de la luz. Una de las más destacadas celebraciones de la fiesta de Sucot en la época del Templo Sagrado (y por tanto en la época de Jesús) era la procesión de agua, se le llamaba Nisuj Hamayim, es decir, “libación del agua”, o Ceremonia de Libación del Agua. Según las fuentes talmúdicas, se tomaba agua del Pozo de Siloam y se llevaba hasta el Templo en una peregrinación llena de gozo y expresiones festivas. Una vez en el Templo, el agua era derramada (libada) en medio de música, danzas y plegarias para que las lluvias fueran propicias durante todo el año. La festividad surge de la creencia de que todo lo que se relaciona con el inicio del Año Nuevo (Rosh Hashaná) tiene que ver con el Juicio que hace Dios a toda la creación. Por tanto Dios determina cómo serán las lluvias en el año que comienza (una idea muy importante para una cultura agrícola ubicada en una zona mayoritariamente desértica). Según la tradición judía, el templo de Jerusalem era considerado el axis mundi, es decir, la conexión entre el cielo y la tierra y la conexión entre las aguas de arriba (el cielo) y las aguas de abajo (los abismos). La extracción de agua durante esta fiesta se consideraba un evento tan maravilloso que se llevaba a cabo con una alegría y celebración sin límites, conocida como Simchas beis hashoeva: el regocijo en la casa de la extracción del agua. El Talmud relata que además de cantar y bailar, los más grandes santos y sabios de Israel hacían malabarismos con el fuego y otros trucos para expresar su indescriptible exultación. El Talmud lo resume con la afirmación: «Quien no haya presenciado la celebración de la cámara de extracción de agua nunca ha sido testigo de la alegría en su vida». Es probable que también Jesucristo hubiera participado de este rito.

Los dones del desierto: la luz

Además, durante esta fiesta también se hacía alusión al don de la luz otorgado por Dios en el desierto, pues se disponía en el templo de Jerusalén de cuatro enormes braseros en las cuatro torres situadas en las esquinas del patio de las mujeres, y se encendían utilizando como mecha los restos de las vestiduras blancas sacerdotales que habían quedado inservibles. La luz que emanaba de estos braseros era visible en toda Jerusalén, allí también se danzaba entorno a esta luz, símbolo de la luz de Dios que no se apaga y que ilumina, a través de Jerusalén, a todas las naciones. Así lo describen los rabinos en el Talmud:

"Grandes lámparas de oro eran erigidas, con cuatro tazas de oro en la parte superior de cada lámpara. Cuatro jóvenes sacerdotes, subían a la cima, llevando grandes jarras de aceite con las que se llenaban las lámparas. Una vez encendidas, no había un patio en toda Jerusalén que no brillara con la luz que emanaba desde el Templo. Se construían unos palcos especiales para permitir a las mujeres de Israel ver a los Sabios del Sanhedrín mientras bailaban. La gente cantaba, los hombres justos y piadosos bailaban delante de ellos, mientras hacían malabarismos con antorchas encendidas. Los Levitas permanecían de pie en los quince escalones que descendían desde la corte de Israel hasta la corte de las mujeres, tocando música con liras, arpas, trompetas y muchos otros instrumentos."

Y la palabra se hizo carne y puso su tienda en nosotros

Llegados a este punto, tras seguir el rastro de varios hilos de la tradición judía en conexión con la cristiana, debemos decir que un factor fundamental de lectura de los textos sagrados es la relación, es decir, el Logos, el Verbo, la Razón, el símbolo, por eso se vuelven infinitamente más ricos cuando no se leen de manera lineal, tal como acostumbramos a leer cualquier otro texto. Y si hablamos de la razón o logos como factor de unión entonces podremos acudir al mismo comienzo del Evangelio de Juan, el cual arranca con estas palabras: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" para afirmar en el versículo 14 "Y aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad." La segunda gran declaración "el Verbo habitó entre nosotros" está escrita, en el original griego, con el verbo σκηνόω (skēnōō), que significa "acampar" o "morar", se deriva de la palabra σκηνή (skēnē), que significa "tienda de campaña" o "morada", y tiene, además, las mismas consonantes que las palabras judías Mishkan, y Shekinah. Por tanto, podríamos traducir este versículo, literalmente, como: "y la palabra se hizo carne y puso su tienda, (no solamente en medio de nosotros, sino) en nosotros". Es decir, el Mishkan o la tienda judía en la que Dios descendía en la nube del desierto y donde hablaba cara a cara con Moisés, se encontraba situada en medio del campamento. Sin embargo el Verbo de Dios fue todavía más allá, pues además quiso habitar en el interior de nosotros, en el interior de todo corazón humano. Todo el recorrido de Dios que se inicia con la peregrinación a través del desierto, culmina en el mismo Cristo, que al igual que la zarza ardiente, también es coronado con las espinas, símbolo del sufrimiento que comparte con el pueblo. La zarza ardiente es una prefiguración de Cristo, la misma presencia de Dios que toma sobre sí las espinas, y también acude al desierto durante 40 días y 40 noches, al igual que había hecho Yahvé peregrinando junto a su pueblo durante 40 años. El deseo de Dios se expresa en Cristo para tomar morada en el interior de cada uno, una tienda que es símbolo del cuerpo, pero también del templo. 
Dios expresa su deseo de hacer de nuestro cuerpo un santuario vivo, la morada de Dios, la morada de la misma Shekinah.

Jesús respondió y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. 20 Entonces los judíos dijeron: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días? (Jn 2,19-22)

Y después de la muerte de Cristo relatada en el Evangelio de Juan, "uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua" (Jn 19,34), cumpliéndose así la visón de Ezequiel:

Me hizo tornar luego a la entrada de la Casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente; y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al mediodía del altar.

2 Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo rodear por el camino fuera de la puerta, por fuera al camino de la que mira al oriente; y he aquí las aguas que salían al lado derecho (Ez 47,1-2)

Ezequiel ve una fuente de agua que sale del lado del templo, es decir, del costado. Ese mismo agua desciende por el valle del Cedrón y sanea todo el valle del mar muerto y el desierto para revivirlo y hacerlo resurgir en un maravilloso jardín. El evangelista Juan vio realizada esta profecía en la pasión de Cristo. La liturgia de la Iglesia ha recogido esta enseñanza al cantar, al principio de todas las Misas solemnes del tiempo pascual, aquellas palabras del profeta, aplicadas a Cristo: "Vidi aquam egredientem de templo - Vi que manaba agua del templo". El cuerpo de Cristo en la cruz se convierte en el templo nuevo, el centro del nuevo culto, el lugar definitivo de la gloria y de la presencia de Dios entre los hombres. Y ahora, del costado derecho de este nuevo templo ha brotado agua. También esa agua, como la que vio el profeta, empezó siendo un arroyito, pero fue creciendo más y más hasta convertirse en un gran río. En efecto, de aquel arroyo de agua proviene, espiritualmente, el agua de todas las pilas bautismales de la Iglesia.

Después me condujo y me hizo volver a la ribera del río. 7 Cuando volví, he aquí que en la ribera del río había muchísimos árboles, tanto a un lado como al otro. 8 Y me dijo: “Estas aguas van a la región del oriente; descenderán al Arabá y llegarán al mar, a las aguas saladas; y las aguas serán saneadas. 9 Y sucederá que todo ser viviente que se desplace por dondequiera que pase el río vivirá. Habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, pues las aguas serán saneadas. Y todo aquello a donde llegue este río vivirá. 10 Y sucederá que junto a él habrá pescadores, y desde En-guedi hasta En-eglaim será un tendedero de redes. Sus peces, según sus especies, serán tan numerosos como los peces del mar Grande. 11 Sus pantanos y lagunas no serán saneados, pues quedarán para salinas.

12 “Junto al río, en sus riberas de una y otra parte, crecerá toda clase de árboles comestibles. Sus hojas nunca se secarán ni sus frutos se acabarán; cada mes darán sus nuevos frutos, porque sus aguas salen del santuario. Sus frutos servirán para comida y sus hojas para medicina” (Ez 47, 6-12)

Hay varios pasajes de la Mishná que nos hablan de los problemas que se derivaban de la sangre derramada en los numerosos sacrificios de animales que se hacían frente al templo de Jerusalén. La sangre era limpiada entonces con el agua, que servía para purificar y hacer fluir la sangre por un conducto que discurría por el lado oriental del templo, y desaguaba en el torrente Cedrón. Las fuentes dicen que esta mezcla de agua y sangre hacía fértil el valle del Cedrón, una realidad concreta y material que San Juan ve cumplida en Cristo. Ahora este río de sangre y agua ya no sale del templo, sino del sacrificio de Cristo que volverá fértil a toda la humanidad. Cristo es la primera y la última fuente, la escatológica del fin de los tiempos y la que estaba en el Paraíso y que después se dividió en 4. Cristo es esta fuente, por eso muere y resucita en un jardín, es el agua del paraíso, el nuevo Edén.

 Los dones del desierto: la roca

Pero además del símbolo de la nube, del maná espiritual y del agua del que nos habla San Pablo como los dones que fueron dados en el desierto, se habla también de la roca, esa que Moisés golpea dos veces en el desierto y que provoca el castigo de Yahvé que le impedirá entrar con el pueblo en la tierra prometida. La tradición judía dice que Dios le dijo a Moisés: "tú has dudado de mi y te he perdonado, has dudado de ti mismo y te he perdonado, pero el pecado que no puede ser perdonado es que has juzgado al pueblo y lo has considerado demasiado pecador, motivo por el cual consideraste que Dios no podría concederle el don del agua".

¿Para qué nos sacaste de Egipto y nos metiste en este horrible lugar? Aquí no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni granados, ¡y ni siquiera hay agua para beber!».

6 Moisés y Aarón se apartaron de la asamblea y fueron a la entrada de la Tienda de reunión, donde se postraron rostro en tierra. Entonces la gloria del Señor se manifestó ante ellos, 7 y el Señor dijo a Moisés: 8 «Toma la vara y reúne a la asamblea. En presencia de esta, tú y tu hermano ordenarán a la roca que dé agua. Así harán que de ella brote agua, y darán de beber a la asamblea y a su ganado».

9 Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor. 10 Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?». 11 Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado.

12 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado en mí ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado» (Num 20, 5-12).

Sobre esta roca, el Targum nos da más información, y nos dice que la primera vez que golpea Moisés la roca, entonces sale sangre, pero la segunda vez sale agua. Por tanto también esta tradición confluye en el Evangelio de Juan. El agua que brota de la roca se fue transformando cada vez más en uno de los temas que formaban parte del contenido de la esperanza mesiánica: Moisés había dado a Israel pan del cielo y agua de la roca. En consecuencia, también se esperaban del nuevo Moisés, del Mesías, estos dos dones. Jesús responde a esa esperanza con las palabras que pronuncia en el Evangelio de Juan, insertadas precisamente en el contexto de las fiestas de Sucot, en el rito del agua:

Y en el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: «De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva» (Jn 7,37-38)


Transfiguración

Existe otro acontecimiento en la vida de Jesús que parece ocurrió también en la fiesta de los Tabernáculos. Se trata del relato de la Transfiguración. Los evangelios de Mateo y Marcos indican que la revelación en el monte alto ocurrió "después de seis días". Seis días después de algo, Jesús llevó a tres de sus discípulos a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 

En cuanto Moisés subió, una nube cubrió el monte 16 y la gloria del Señor se posó sobre el Sinaí. Seis días la nube cubrió el monte. Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde el interior de la nube. 17 A los ojos de los israelitas, la gloria del Señor en la cumbre del monte parecía un fuego consumidor. 18 Moisés se internó en la nube, subió al monte y allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches (Ex 24, 1-11).

Después de seis días, Jesús (el nuevo Moisés) y tres discípulos subieron a la alta montaña. Como Moisés, los discípulos se encontraron envueltos en una nube de gloria. Como Moisés, oyeron la voz de Dios hablando desde la nube (Éx 24:15-18). Como Moisés, el Maestro comenzó a irradiar la gloria de Dios. ¿Y a quién iban a encontrar en la Montaña sino al propio Moisés y a Elías? el otro personaje de la Biblia que también ascendió al Sinaí y escuchó la voz de Dios hablándole desde la cima. Los tres discípulos están impresionados por la grandiosidad de la aparición. Sienten la proximidad de Dios en Jesús y perciben su propia miseria: «Estaban asustados» (Mc 9,6). Y entonces toma Pedro la palabra, aunque en su aturdimiento «... no sabía lo que decía» (9,6): «Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (9,5). ¿Tienen que ver estas palabras con la fiesta de las Tiendas, en cuyo día final tuvo lugar la aparición? «Las Tiendas –afirma Daniélou citando a Riesenfeld- no eran sólo el recuerdo de la protección divina en el desierto, sino lo que es más importante, una prefiguración de los sukkot [divinos] en los que los justos vivirían al llegar el mundo futuro. Parece, pues, que el rito más característico de la fiesta de las Tiendas, tal como se celebraba en los tiempos del judaísmo, tenía relación con un significado escatológico muy preciso» (p. 451; cfr.Lc 16,9). En efecto: «La epifanía de la gloria de Jesús –sigue Daniélou– es interpretada por Pedro como el signo de que ha llegado el tiempo mesiánico. Y una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en las tiendas, cuya figura era la fiesta de las Tiendas» (p. 459). Pedro pensó «que las realidades prefiguradas en los ritos de la fiesta se habían hecho realidad… La escena de la transfiguración indica la llegada del tiempo mesiánico» (p. 459; cfr. Jn 1,14: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros»). Siguiendo esta idea, Gregorio de Nisa dice que la fiesta de las Tiendas siempre se había celebrado, pero no se habían hecho realidad. «Pues la verdadera fiesta de las Tiendas, en efecto, no había llegado aún. Pero precisamente por eso, según las palabras proféticas [en alusión al Salmo 118, 27] Dios se nos ha revelado para realizar la construcción de la tienda destruida de la naturaleza humana» (De anima, PG 46,132 B; cf. Daniélou, pp. 464-466). En efecto, cuando se considera la interpretación mesiánica de la fiesta de las Tiendas en el judaísmo de la época de Jesús cuadra mejor la idea mesiánica de la construcción de tres tiendas por parte de Pedro. También ahora cobran nuevo significado estas palabras del Apocalipsis de Juan:

Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. 10 Y clamaban a gran voz, diciendo:

La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.

11 Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y cayeron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, 12 diciendo:

¡Amén! La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Y uno de los ancianos habló diciéndome: Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? 14 Y yo le respondí: Señor mío, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15 Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. 16 Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, 17 pues el Cordero en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (Ap 7, 9-17)


Iluminación sobre pergamino. Folio 209
British Library. Londres