En el ala opuesta de la casa, en una habitación cercana al patio interior, estaba también ella, preparando un plato exterior de comida que ya no volvería a compartir conmigo. En el resto de las habitaciones se escucha un murmullo a lo lejos que repite un mantra vacío de significado y aprendido en algún momento de la infancia no perdida: es bueno compartir, todo es de todos, prohibido prohibir, odia el odio...
La casa a penas se sostiene, desde fuera puede observarse que la estructura está muy debilitada y que el sustrato que le sirve de alimento está seriamente dañado, las palabras con las que había ido malviviendo hasta ahora ya no podían sujetarla más. Por muchos platos de comida que dejara de comer, nunca estaría tan mal alimentada como con aquellas palabras vacías, inertes en su signo y en su significado.